sábado, 31 de diciembre de 2011

La ética y el gusto


La moral de cada uno es un juego de estrategias para actuar en el mundo. Tienen su origen estas estrategias en la herencia genética y memética, biológica una y cultural la otra, en todas esas influencias que a través del ADN y la socialización nos hacen ser como somos.

Estas estrategias entran con frecuencia en conflicto consigo mismas, porque los objetivos de unas herencias y otras no coinciden. Los genes trabajan por su perpetuación (sin darse cuenta de que ya no estamos en la sabana), mientras que los memes trabajan por la suya (sin darse a veces cuenta de que no somos pastores nómadas del desierto, por poner un ejemplo). Es, en resumidas cuentas, el conflicto entre lo individual y lo colectivo.

Es este uno de esos conflictos que no pueden resolverse de una vez para siempre, porque el bienestar social exige del individuo sacrificios, entre otros que deje de serlo tanto; mientras que el individuo exige de la sociedad libertad para campar a sus anchas y que no esté diciéndole todo el día cómo debe ser o actuar.

La frontera entre ambos mundos no es una línea recta, ni una suave curva diferenciable. Abusando de la metáfora, diría que es fractal. Nos fijemos en el ámbito que nos fijemos, encontraremos entremezcladas las influencias de genes y memes, de los instintos y de la sociedad, da igual que hablemos de la intimidad del cuerpo o de las profundidades de la mente: desde el sexo hasta las concepciones filosóficas, todo está influido por los dos juegos de instrucciones que guían nuestro juicio.

La cuestión es que la vida humana es tan compleja en situaciones, y la herencia tan rica, que las combinaciones son innumerables y que esa frontera es, por tanto, única para cada uno. Hasta qué punto estoy dispuesto a ceder parte de mi individualidad no tiene que coincidir, de hecho no lo hace, con lo que otro está dispuesto a hacerlo. El grado de compromiso con la sociedad de la que es capaz cada humano puede ir de cero a infinito.

Y la razón, ¿qué pinta en todo eso? Pues, pese a llevarse tantas veces las culpas, no deja de ser el instrumento con el que intentamos aclararnos a veces, y otras simplemente justificar, nuestras elecciones. Primero queremos y luego pensamos por qué. Primero juzgamos y luego pensamos por qué. Reconstruimos racionalmente las cosas para lograr argumentos que apoyen nuestras acciones y juicios, pero la voluntad ha ido por delante. No nos preguntamos si matar es malo: sentimos que lo es y luego, si hace falta, buscamos razones para argumentarlo. De hecho, cuando descubrimos que no nos importaría ver muerto a Fulanito, rápidamente buscamos la razón que justifica tal excepción a nuestra regla moral.

Por eso suelo hablar de que la ética se reduce, en última instancia, a estética: porque nuestros juicios no está racionalmente justificados, sino que son producto de nuestra forma de ser, producto en última instancia de esa complicada y única combinación de influencias que somos cada uno. Son, en definitiva, manifestaciones de un gusto particular. Pero lo de menos es la forma de decirlo: si lo de estética no suena bien, pues con no usarlo, basta. Lo importante es la idea de que no existen universales éticos, sino formas particulares de ver las cosas.

Termino con un ejemplo concreto: ayer se juntaron en el centro de Madrid unos miles de familias cristianas para rezarle a su Dios. Que tengan que hacerlo en la plaza de Colón y no en cualquier descampado y jorobarnos a los demás es algo que no acabo de entender, pero eso es otra cuestión. Lo que viene al caso es que los convocantes y asistentes no solo han elegido una forma de vida distinta de la mía, sino que consideran que la mía es perniciosa y quieren prohibírla. ¿Es esta una posición ética? En muchos casos no, es simplemente moral, porque les han dado la pildorita y se la han tragado sin más. Pero, en otros muchos casos, sí que lo es, porque han pensado sobre ello y han concluido que yo soy un peligro. Mi gusto y el suyo, mis elecciones vitales y las suyas, nuestras éticas respectivas, son irreconciliables.

La verdad es que, después de escribir el párrafo anterior, me doy cuenta de que considerar estética una visión del mundo tan sucia como la de la jerarquía católica es una aberración. Mejor hablaré de gusto. En su caso, de mal gusto.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Una elección estética


A la mayoría de los habitantes de los países ricos, el mundo le vale como está. Todo es mejorable, claro, y es cierto que se producen crisis, en especial económicas, claro, pero, en líneas generales, a la mayoría le parece que el mundo está bien así. Y esto no es una opinión personal: lo dicen los estudios de opinión; lo dice el hecho de que, la mayoría, vote en los distintos comicios a partidos políticos conservadores (se digan estos de derechas o de izquierdas); y lo dice la elección de sus héroes: deportistas, modelos, cantantes pop...

A mí, el mundo, me parece una inmensa mierda granada con pepitas de oro. Me lo ha parecido desde mi más tierna adolescencia, y este parecer, aunque se ha matizado mucho al convertirme en experto en el hallazgo de las dichosas pepitas, no ha cambiado sustancialmente. Este juicio me llevó de crío a soñar con futuros no mejores, sino radicalmente distintos y, desde entonces, no he dejado de soñar. Al principio, más que de sueños se trataba de predicciones, tan completa era mi confianza en el futuro. Pero, con el tiempo, esa confianza se fue reduciendo, imperceptible pero inevitablemente, hasta acabar desapareciendo por completo.

Esta incursión biográfica tiene por objeto explicar un poco a qué vienen las ideas que estoy intentando perfilar últimamente. Y no solo a ti, lector, sino a mí mismo, porque como en todo work in progress, las motivaciones y los objetivos se van fijando al tiempo que se desarrollan las ideas mismas. Mi vida, en lo que concierne a mi esfera más inmediata, es buena. No sé si resultará ofensivo lo que voy a decir, pero lo cierto es que disfruto del amor, de la amistad, tengo una salud razonable, dinero más que suficiente y hasta mi vanidad se ve razonablemente recompensada de vez en cuando. Sin embargo me empeño en hablar de melancolía, ¿por qué? Pues porque las pepitas de oro están manchadas de mierda.

Es una cuestión estética, y con esto no quiero hacer dandismo. La ética, en cuando empezamos a hacer preguntas, se reduce a estética. Lo bueno y lo malo es lo que nos gusta y lo que no. Todos tenemos una vocecita dentro que nos dice lo que está bien y lo que está mal, incluso los que somos vocacionalmente amorales. Pero esa vocecita no proviene de ninguna divinidad, sino de nuestro personal asesor de estilo, una especie de monstruo de cien cabezas hijo de mil padres.

Decía, sin ánimo de ofender, que mi vida es buena. Pero la verdad es que no lo es del todo. La culpa la tiene mis sueños y los demás. Mis sueños por ser absurdos, y los demás por ser los culpables de que sean absurdos. Uno de mis mayores placeres es saber, pero resulta que el mundo, con frecuencia, sabe mal. Si el futuro soñado es ser estomatólogo, regentar una tienda de ultramarinos o ser banquero, el mundo ofrece grandes posibilidades de satisfacción. Si el horizonte de uno abarca hasta los límites de la urbanización o el resort, el mundo puedes ser limpio y hermoso. Pero como se te ocurra mirar por encima de la tapia...

Quieres disfrutar. Y miras, porque disfrutas mirando. Pero, salvo momentos gloriosos, lo que ves es feo. Durante un tiempo te consuelas pensando que las cosas cambiarán, y hasta luchas para que así sea, pero hoy sabes que no cambiarán. Podrías dejar de mirar, y de actuar, pero no, no puedes, primero porque te perderías los momentos gloriosos y, segundo, porque dejarías de ser tú y eso no puede ser...

¿O sí? Justo aquí es donde entra la estética. Claro que podemos cambiar. Es bueno cambiar, disolver un poco ese yo tan hipertrofiado y probar otras formas de ser. No es fácil, ojo, pero es posible, aunque hay un límite claro, el marcado por la propia estética, porque uno no va a transformarse en algo que no le guste. Inconscientemente podemos hacerlo, ir cambiado poco a poco hasta convertirnos en monstruos para nosotros mismos. Pero conscientemente, como decisión personal, no tiene sentido. Como solución para el problema de la fealdad del mundo podría plantearme en convertirme en un hijo de puta insensible, pero no me apetece, no me resulta atractiva la idea. Podría pensar también en hacerme budista y trabajar para renunciar a todo deseo, pero paso igualmente, porque no me gustaría a mí mismo. No quiero dejar de mirar, no quiero dejar de buscar pepitas de oro por muy manchadas de mierda que estén. Tampoco quiero dejar de soñar con un mundo distinto, ni de luchar porque se produzca el cambio, aun sabiendo que es imposible.

¿Irracional? Bueno, así dicho, la verdad es que lo parece: actuar como si se pudiese cambiar el mundo aun sabiendo que no puede hacerse no parece tener mucho sentido. Optar por vivir en contradicción, por vivir apasionadamente lo que sabemos lúcidamente que no es posible, es una solución sin duda absurda. Pero la existencia, por más vueltas que le demos, es absurda, de modo que cualquier posición que tomemos respecto de ella tiene que ser necesariamente absurda. Así las cosas, la pobre razón solo nos puede ayudar a negociar con nuestra propia locura. Pero lo que no puede evitar es que uno, pasado el subidón endorfínico producido por el ejercicio retórico, se sienta profundamente melancólico. 

sábado, 24 de diciembre de 2011

La pose del como si


Quiero hacer hincapié en el punto de locura de lo que propongo. No se trata de la vieja idea de darle uno mismo sentido a la propia vida. Esa es la propuesta que surge naturalmente cuando uno descubre y acepta el sinsentido de la vida. Pero de lo que hablo va más allá: hablo de que, incluso los planes que nos forjamos los humanos, olvidados ya de tontunas místicas, han demostrados ser, no diría yo que tan absurdos, pero sí tan imposibles. El proyecto moral de las religiones ha sido un completo fracaso, es evidente, pero también el proyecto intelectual de la Ilustración, o el proyecto político del marxismo. Los humanos nos hemos mostrado refractarios a cambios que implicasen ámbitos superiores al tribal. Solo los proyectos basados en la codicia personal, como el capitalismo, han demostrado algo más de estabilidad, y siempre a costa de explotar a otros grupos menos favorecidos y arrasar el planeta.

La naturaleza humana es fuerte, y solo la educación es capaz de combatirla, pero esta es demasiado dependiente del poder económico y de las modas ideológicas para poder ofrecer un cambio duradero, sobre todo si tenemos en cuenta que el trabajo de moldeado de esa naturaleza humana hay que llevarlo a cabo con cada generación, con cada individuo.

No, los grandes proyectos han sido un fracaso, y hoy sabemos, además, que no podía haber sido de otra manera, porque los genes están ahí, recordándonos la ley del más fuerte. He dicho que solo la educación puede cambiar al colectivo humano, pero no es cierto: también lo puede la ingeniería genética. Pero no quiero ni pensar de lo que seremos capaces (porque lo acabaremos haciendo, claro) con semejante arma, aunque ya lo podemos ir intuyendo: mayores desigualdades sociales, más refinadas y precisas formas de control y discriminación, y más dolor.

La cuestión es que hoy día nadie tiene un plan. Todos los que dicen tenerlos, todos los que sueñan y luchan por sus sueños, se engañan con cuentos de hadas especialmente diseñados para su gusto, pero cuentos al fin. No tenemos soluciones sin probar, teorías sin refutar. Si acaso, refritos, combinaciones de absurdos, religiones disfrazadas de buenos sentimientos o de espíritu revolucionario.

Y si esto es así para los proyectos colectivos, tres cuartos de lo mismo pasa con los proyectos individuales: se dedique uno a coleccionar soldaditos de plomo, estudiar la física de cuerdas o colaborar con los más desfavorecidos, lo que esas actividades esconden es, por un lado, un acto hedonista, lo cual es positivo, y por otro la supersticiosa idea de estar contribuyendo en algo al aumento del orden del mundo. Pero si el coleccionista de soldaditos de plomo se equivoca, la acumulación de singularidades nunca se acerca ni lo más mínimo al arquetipo, también lo hace el amante de la ciencia y el voluntario. El primero porque, enajenado en su mundo platónico, no acaba de ser consciente de lo peligroso que es seguir aumentando el poder de este mono desnudo y bastante violento que somos. Y el segundo porque, espoleado por los buenos sentimientos, no se para a pensar si lo que hace puede estar, a la larga, impidiendo que el  mundo cambie de una vez.

No abogo por la inacción. Sería terrible, sobre todo porque los canallas nunca descansan, digamos lo que digamos los que escribimos. Pero sí me gustaría hacer ver que la idea de que, con esfuerzo y lucha, todo se puede superar, es algo terriblemente burgués y, lo que es peor, injustificado. ¿Por qué debería de ser así? ¿Por qué deberíamos de confiar en semejante máxima? ¿No suena a justicia divina? La verdad es que suena a premio, al modo en que el padre premia la diligencia del hijo. Si haces lo que tienes que hacer, serás justamente recompensado. Sin embargo, todos sabemos que no tiene por qué ser así, que raramente es así. Ni los aludes ni los bombarderos hacen distingos entre los individuos de las poblaciones que arrasan.

El futuro es impredecible, claro, pero la información de la que disponemos no nos permite ser optimistas e inteligentes a la vez. Por otra parte, aunque el pesimismo es muy aburrido, dejar de ser inteligente lo es aún más. La solución puede estar en profundizar en nuestra locura, en la locura que ya nos permite ciertos grados de felicidad aún estando rodeados de dolor. Hablo de una locura muy consciente, muy lúcida, de un autoengaño imposible. Intuyo en todo esto una posición estética. Nietzsche, a partir de la idea del falso retorno, decía que había que vivir pensando en que cada uno de nuestros actos se iba a repetir una y otra vez por siempre, lo cual cargaba a cada instante de una importancia fenomenal. Yo no creo en el eterno retorno, claro, pero sí que puedo pensarme actuando de modo que cada uno de mis actos, en un mundo mejor, marcasen la diferencia. ¿Por qué? Pues por sentirme bien conmigo mismo, por recordarme bien.

Esto es hacer estética de la ética, y me gusta eso. Seguiré dándole vueltas.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Realidad y deseo


El mundo es un caos; la historia, un alud de lodo; y los humanos, unos animales esquizofrénicos que se pasan la vida intentando encajar dos juegos de instrucciones irreconciliables.

Es verdad que están el arte y la ciencia, y los placeres sensuales, y los sentimientos, pero si colocamos todo eso en un platillo de la balanza y dejamos el otro para el dolor que hay en el mundo, ¿cuál de los dos se vendrá abajo?

Incluso aceptando que el dolor pueda ganar la partida, el optimista dirá que estamos mejorando. El mito del progreso es uno de los más conceptos más perniciosos de la historia de las ideas: apoyado por el progreso cierto de la ciencia y la tecnología y, por tanto, del poder humano, el optimista, consciente o inconscientemente, cree que los humanos estamos mejorando, que el mundo está mejorando, que vamos a mejor.

Desgraciadamente, este error es comprensible, porque muchos factores contribuyen a hacerlo posible: por un lado, tendemos a pensar que, si podemos mejorar, lo haremos, confundiendo la posibilidad con la realidad y olvidando que las tendencias egoístas del humano le llevan a escoger con extraordinaria frecuencia, de entre todas las alternativas posibles, la peor para la colectividad (y, muchas veces también, para sí mismo, pero ese es otro asunto).

Además, nuestra pequeñez nos hace ver mejorías universales en simples fluctuaciones históricas y geográficas. En el siglo de mayor desarrollo científico y cultural de la historia, la maravillosa Europa se enzarzó en varias guerras sanguinarias. Sin embargo, basta que pasen unas décadas de paz y de bonanza económica para que empecemos a pensar en el fin de la historia y en un futuro esplendoroso.

Y luego está la esperanza, ese estado de ánimo que lleva a la gente a creer que sus deseos se materializarán. Esta superstición, unida al engañoso lenguaje, que nos hace ver como igualmente probables las dos alternativas expresadas en una disyunción, es uno de los motores del mundo. Ante la cuestión de si el futuro irá bien o mal le otorgamos un cincuenta por ciento de probabilidad a ambas posibilidades y, apoyados en este cálculo absurdo, optamos por la salida optimista. Y tiene su explicación: la esperanza supone una ventaja evolutiva evidente: si uno cree en un futuro mejor, luchará, se sacrificará, aguantará lo que sea mientras espera que ese futuro llegue, incluso aunque esté ubicado en el más allá...

A fin de cuentas, si el futuro puede ir bien o mal, ¿por qué no creer que irá bien? Pues porque a lo peor va mal, porque puede que la probabilidad de que las cosas vayan a mejor es ridícula, porque puede que los problemas que nos amargan la vida sean irresolubles, porque puede que el propio proyecto humano, este abarrotar el planeta de carne humana, sea absurdo en sí mismo.

El optimista, en este punto, dirá que, en cualquier caso, es mejor hacer algo que nada, que es mejor luchar que rendirse. Y hasta disfrutará de la lucha en sí, del simple hecho de que haya movimiento, resistencia, debate, acción.

Pero yo no estoy de acuerdo: por un lado, el simple hecho de actuar no asegura mejoría: de hecho, lo que hagamos puede empeorar las cosas. En segundo lugar, la esperanza, el optimismo, la confianza en la potencia de la lucha puede llevarnos a realizar diagnósticos equivocados y, en última instancia, a la ruina total.

En cualquier caso, la cuestión que más me interesa ahora no es tanto demostrar que el mundo (en lo que toca a los humanos) va camino de su fin, sino indagar sobre qué postura es lógico adoptar si uno está convencido de ello. Porque lo de la esperanza, como toda trampa, funciona mientras no la descubres, pero cuando se desvela, pierde toda su eficacia. Sin esperanza, ¿cómo hay que vivir?

Pienso que la solución a esta aporía puede estar en una profundización de la esquizofrenia humana. Si no tuviésemos bastante con los conflictos entre lo individual y lo colectivo; lo consciente y lo subconsciente; lo racional y lo emocional; y entre lo genético y lo cultural; podríamos añadir un nuevo conflicto entre realidad y deseo o, mejor, entre lo que sabemos de la realidad y lo que sabemos de nuestros propios deseos. Lo que quiero decir, y que conste que estoy en proceso de elaboración de la idea, es que hay que disociar lo que vemos y lo que deseamos, que hay que abandonar el pensamiento mágico que confunde ambas esferas y aprender a vivir esos dos ámbitos disociados. Es un suicidio seguir engañándonos a nosotros mismos pensando que nuestros deseos para el futuro tienen alguna posibilidad. Pero es una desgracia vivir escondido bajo tierra y gimiendo como un ratón enfermo. Por eso propongo hacer justo lo contrario: mirar el mundo con lucidez y vivirlo con pasión, como si todo fuese todavía posible.   

Que mi propuesta conduce a la melancolía es evidente.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Por eso el arte no es simple evasión,

no siempre, al menos.

De joven sentía que el mundo, tal y como lo veía, no tenía nada que ver conmigo. Entonces la fantasía constituyó la salida perfecta, la vía de escape que necesitaba para no volverme loco: poco importaba que tuviese que ver con la realidad o no. De hecho, sino tenía nada que ver con ella, mejor: a fin de cuentas, lo que quería era huir.

Después, con el tiempo, me fui integrando en el mundo con mejor o peor fortuna. Aunque buena parte de ese mundo exterior me siguió resultando indiferente, con algunas de sus partes me acabé sintiendo implicado, mientras que otras pasaron a inquietarme. Entonces la fantasía pura, ajena al mundo, perdió interés: se volvió superficial, vacía. Pasé a necesitar contenidos, mensajes, que esa fantasía se refiriera, aunque fuese metafóricamente, a la realidad. Ahora no es que no quiera huir, es que sé que no puedo. Abandonada la posibilidad de la huida, no queda más que intentar comprender el mundo lo mejor posible y negociar con él.  

Lo dicho es una racionalización, pero pienso que la percepción de esa conexión con la realidad de la obra es lo que nos permite creérnosla. La fantasía, el vuelo de la imaginación es genial, pero sin esa conexión con la tierra nos costará mucho trabajo identificarnos con lo que ocurre en la ficción. Que haya dragones, altísimas torres o simas insondables es lo de menos: lo importante es que los héroes sufran por las mismas cosas que yo. Entonces seré capaz, como espectador, de concederle al tinglado lo que necesita para que la ilusión no se desvanezca: mi complicidad.

Planteado el esquema, hay que ponerlo a prueba: ¿qué pasa con el arte abstracto? Pues que, en la medida que alude a espacios reales, sean físicos o mentales, vamos bien (pienso en Lucio Muñoz, o en el constructivismo ruso), mientras si es de verdad y por completo abstracto, se convierte en algo puramente decorativo.

¿Y la música? La música suele ser la piedra de toque de toda teoría artística, porque rompe todos los esquemas. La razón estriba, pienso, en que es realidad en sí misma. La música no es simbólica. La música nos toca directamente, como lo hacen los sabores o los olores. Aún no sabemos qué ventaja evolutiva nos hizo apreciarla (Nietzsche decía que favorecía la integración del grupo), pero lo cierto es que parece que un cable lleve directamente la música a nuestra mente. Por eso la más abstracta de las artes es la que más nos llega, porque es, a la vez, realidad en sí misma.

Capítulo aparte merece esa creación extraordinaria que es la música culta occidental. Pero de esto hablaré otro día.


Nota: si he escrito en primera persona ha sido por no generalizar innecesariamente, y no porque piense que mi experiencia sea especial.


Lucio Muñoz
  



jueves, 8 de diciembre de 2011

La ficción, una mirada profunda a la realidad

La profundidad no está en el realismo estricto y reproductor. Pero tampoco en fantasías irreflexivas y desbocadas. No está estrictamente en la superficie, esto por definición, pero tampoco puede estar en otro sitio. Sin embargo, la percibimos, sabemos que la profundidad existe, que se manifiesta en los productos culturales más sorprendentes, y que nos conmueve cuando menos lo esperamos. Entonces, ¿dónde está? 

Bueno, de alguna forma ya se ha dicho: en la evocación que esa superficie realiza en nuestras mentes, en las sugerencias que es capaz de situar en ellas. Pero estas sugerencias no pueden estar vacías, no pueden ser meros ejercicios fantásticos, porque entonces la sensación de superficialidad, de artificiosidad hueca vuelve a asaltarnos. Lo que debe hacer esa superficie ficcional es desvelarnos nuevos aspectos de la realidad hasta ese momento inéditos. De alguna forma hay que alejarse de la realidad para mirarla con nuevos ojos.

Aristóteles ya decía que la poesía consiste en crear metáforas, y que crear metáforas es contemplar lo parecido. La profundidad está ahí, en la conexión de mundos que parecen separados a primera vista. Naturalmente que la realidad desnuda no es profunda, porque se ofrece a sí misma tal y como la conocemos. Pero cuando el creador se adentra en la ficción y desde allí es capaz de describir la realidad de nuevas maneras, entonces está siendo profundo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Sin embargo, a medida que la escultura se descarna...


... gana en profundidad. Mientras que las palabras pueden construir complejos y engañosos palacios vacíos, cuando la escultura crea formas vacías, como me hace ver mi amiga Ch., no importa, porque "aún así, están llenas".

Los retratos de Gargallo, los dibujos en el aire de Picasso, las esferas de Oteiza son ejemplos de líneas y superficies que crean espacio. Volviendo a Jaume Plensa, sus humanos, sugeridos superficialmente evocan sin embargo el interior del que parece no decirse nada, pero que resulta cálido, como si las redes de letras, o las mallas metálicas, lo arropasen afectuosamente.

En la impresionante plaza Masséna de Niza, Plensa encaramó unos conversadores en lo alto de finas y elevadas columnas. El efecto de noche es extraordinario: iluminados desde su interior, su color cambia y recorre el espectro con lentitud palpitante. Mientras conversan entre ellos, transmiten una extraña serenidad. En su sencillez, son espectacularmente evocadores.

Esa es la cosa.





Conversación en Niza
Jaume Plensa

lunes, 5 de diciembre de 2011

Pintura y escultura


Leonardo comparó en sus cuadernos de notas la pintura y la escultura para encontrar que la primera tiene infinitas posibilidades de las que la segunda carece. Siglos después, Baudelaire escribiría un ensayo titulado Por qué la escultura es aburrida. Uno de los tópicos de la crítica artística es este, el de situar jerárquicamente las artes en general y la pintura y la escultura en particular. Por carente de sentido que pueda parecer la tarea, no deja de ser interesante el hecho de que se plantee y, más concretamente, el que la pintura ocupe un lugar más importante que la escultura.

Si he recordado esto es por el asunto de la profundidad. Lo cierto es que, salvo gloriosas excepciones, la pintura tiene un poder de seducción muy superior al de la escultura, cuando a priori podría pensarse que debería ser al revés, por estar la escultura más cerca de la realidad. Y quizá sea este el quid de la cuestión, el poder cautivador de la ficción, la capacidad que tienen la pintura de crear ilusiones, de fingir un mundo tridimensional en una superficie. La escultura, estoy ahora hablando de arte representativo, es menos sorprendente cuanto más perfecta es.

El pintor pone a nuestro alcance, en la superficie del lienzo, todo cuanto quiere, hasta el punto de sumirnos en perspectivas y profundidades imposibles. El escultor, por el contrario, es incapaz no solo de sustraernos de nuestras habituales tres dimensiones, sino de mostrarnos todo lo que quiere mostrarnos de una vez.

Los egipcios no pintaban como lo hacían por moda o torpeza, sino porque buscaban transmitir la mayor cantidad de información: importaba menos el realismo que la comprensión del objeto representado. Desde entonces la pintura le ha llevado la delantera en este aspecto, logrando una mayor profundidad que la escultura.

A fin de cuentas, los cuadros son ventanas, nosotros vemos proyecciones en la superficie de la retina, solo la ficción es capaz de combatir la insoportable levedad de lo real y la ilusión de profundidad quizá no sea más que un juego de espejos en el que los espejos están lo suficientemente bien escondidos.

La adoración de los Magos
Leonardo da Vinci
(Sale en Sacrificio, de Tarkovski)



domingo, 4 de diciembre de 2011

Sacrifico


Las cosas son como son: voy y compro la película Sacrificio porque me la encuentro, porque sé de ella, porque es de Tarkovski (para los iniciados, sabed que las películas que, hasta ahora, tengo de Tarkovski, me las regaló Lorenzo: Solaris, Stalker) y porque el fotograma de la carátula me parece espectacular.

Camino de casa, miro más despacio la imagen y me digo: "esta escena podría ser de Melancholia". Las primeras escenas me confirman lo visto: una fiesta, el fin del mundo, la histeria de algunos, la aceptación de otros...

Luego hurgo un poco en Internet y leo que dijo von Trier: Melancolía es mi respuesta cinematográfica a Sacrificio de Tarkovski”.

El paso siguiente es la investigación sobre el Sacrifico de Tarkovski: sus inicios con el gran Arkadi Strugatski, su película Nostalgia, su enfermedad...

Es Bergman, claro.



Y es la densidad el mundo.





miércoles, 30 de noviembre de 2011

Nostalgia de la profundidad


El viajero más lento, colección de textos de Enrique Vila-Matas, me produce la misma sensación, aunque más intensa si cabe, que sus novelas: la de estar ante una tupida e intrincada tela de araña que, sin embargo, carece de espesor.

Con el material aportado por dos formas de la memoria, la erudición y el recuerdo personal, Vila-Matas encuentra a veces, y se inventa otras, conexiones entre la vida y la literatura, entre los personajes y los autores, convertidos a su vez en personajes en ese eterno juego de espejos que es su escritura. Pero, como en las obras de Jaume Plensa, las conexiones parecen componer un retrato en hueco, un volumen vacío sobre el que Vila-Matas se deleita dibujando complejos jeroglíficos que, sin embargo, nunca llegan a penetrar la carne.

Si digo esto no es por criticar: quizá tenga razón y no haya más. Lo único que ocurre es que tanta desnudez despierta en mí la nostalgia de la profundidad.

Twin I and Twin II
Jaume Plensa


martes, 29 de noviembre de 2011

No se puede estar muerto


¿Os habéis fijado en la foto que colgué el otro día? ¿Habéis visto cómo el muerto levanta con sus manos la lápida mientras el ángel hace por escuchar lo que dice? Me imagino los buenos ratos que el difunto, en vida, debió de pasar pensando en las reacciones de los visitantes del cementerio al ver su tumba. Así es como pensaba ese tipo en su muerte, imaginándose la vida de los otros. Y disfrutando de la situación por anticipado, como hacemos tantas veces en tantas otras ocasiones.

Esa misma capacidad narrativa que nos permite imaginar el futuro es la que nos permite pensar en la muerte como un estado, cuando no lo es. También el lenguaje colabora al engaño: decimos "Fulano está muerto" y sentimos que Fulano está, es verdad que muerto, pero está, cuando lo cierto es que Fulano, si es que es cierto que murió, no está.

La muerte no es un estado, es algo que ocurre, es la cesación de la vida, es un punto y final, no una transición. Si acaso, es un estado, pero para los vivos. Fulano está muerto en mí. Yo, que sigo vivo, carezco sin embargo de la presencia de Fulano. Por eso las exequias, los funerales, los réquiem y epitafios son para los vivos, y no para los muertos, porque tienen que ver con la forma en la que los vivos procesamos la muerte de los otros.

Pero la muerte no existe. No como más allá. No hay más allá. No hay después. Pensar en el futuro, en lo que ocurrirá tras nuestra muerte es un ejercicio intelectual tan interesante como cualquier otro, y tan inútil como casi todos.        


PD: le hice otra foto a la tumba en cuestión: en esta se ve con más claridad al ángel que, al tiempo que hace bocina con la mano para escuchar al presunto difunto, señala hacia arriba, quizá indicando que desde allá no se le oye, o vaya usted a saber qué. 


  

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La muerte

Es lógico que no pensemos mucho en la muerte: este mundo occidental nuestro está construido sobre las bases del consumo y, en este sentido, los muertos tiene poco que hacer. Pero es una pena, porque pensar en la muerte es muy interesante. Está la cosa especulativa, tan socorrida en reuniones de sociedad: ¿qué se siente?, ¿qué hay después?, ¿nos comerán los gusanos? Pero está, sobre todo, el fértil punto de vista que proporciona imaginar la cosa desde la mirada de la muerte. Si la muerte es ajena podemos juzgar con perspectiva toda una vida, lo cual nos puede ser muy informativo a los que todavía estamos vivos. Por otra parte, si la muerte imaginada es la propia, pensar sobre ella nos proporciona un ámbito de experimentación muy interesante: ¿qué dirán de mí?, ¿quiénes irán?, ¿pondrán canapés?, ¿quién los pagará?

Sé que esto suena muy a Woody Allen, pero una vez descartada la opción trascendente, no queda más que la broma. Y también algo de desconsuelo, quizá. Cuando vi Big Fish, de Tim Burton, me sentí impactado por el entierro multitudinario que abre la película: ante una afluencia tal de público entregado a la memoria del muerto, me dije: "y a mi entierro, ¿quien va a ir?". La respuesta fue tan escueta que me entró cierta tristeza, tanta que, lo confieso, tardé un rato en darme cuenta de que me importa tres cojones: a fin de cuentas, yo estaré muerto.


Cementerio de Niza. 

martes, 22 de noviembre de 2011

¿Y si no hay solución?

A veces una pipa es una pipa y ni la razón ni la acción ni la inocencia pueden con la terca realidad. Entonces solo queda la melancolía. A veces el dolor proviene de la no asunción de la derrota. No sé si Lars von Trier pretende decirnos esto, pero yo llevo mucho tiempo sufriendo ante la aporía de un mundo que parece resistirse a las soluciones. ¿Y si no las hay? ¿Y si no hay nada que hacer? A lo mejor todo es tan sencillo como eso. En tal caso solo nos queda la melancólica espera del fin. En un contexto así, asistir al nacimiento de una obra de arte es doblemente emocionante, porque a la alegría de ser testigo de algo tan especial se une la tristeza de saber que su fin es, sin embargo, el de todo lo demás: la aniquilación.

 
Nota: esto no es un trailer: es el prólogo, los ocho primeros minutos de la película
Melancholia, de Lars von Trier.
 Por cierto: la música es de Wagner, de Tristán e Isolda.

martes, 25 de octubre de 2011

lunes, 3 de octubre de 2011

Lorenzo de Andrés Santís

Mi amigo Lorenzo cumpliría mañana sesenta años si no fuese porque murió el dieciocho de julio pasado. O sesenta y uno, no estoy seguro, pero eso es lo de menos. Lo importante es que un cáncer cerebral acabó con él hace un par de meses.

Soy un tipo frío de nacimiento, y tengo que aprender la pasión de los demás. En interminables sobremesas en las que combinábamos café, orujo y complejos y confusos esquemas sobre manteles de papel, aprendí muchas cosas, tomé conciencia de muchas ideas y me sentí alimentado por montones de nuevas imágenes. Pero si algo me transmitió Lorenzo en aquellas intensas y enmarañadas veladas fue una pequeña parte de la extraordinaria pasión que sentía por la enseñanza. Quiero pensar que soy un buen profesor. Si es así, en buena parte es gracias a Lorenzo.

Lorenzo era de esos que todavía creen en el poder de la palabra y las ideas, y no entendía que hubiese objeto más precioso que un libro. Quizá por eso en su casa proliferaron hasta colonizarla, aunque tampoco faltaban los discos, las películas, los dibujos... Daba hasta risa verle levantar el maletero de su coche y descubrir allí, amontonados, libros a decenas, sus últimas adquisiciones, de entre las que siempre entresacaba uno para mostrarte con sumo detenimiento su índice maravilloso. Lo sabía todo, aunque su conocimiento, por moderno que fuese, siempre tenía un algo de antiguo, como leído en pergamino.

Lorenzo era de esas personas que pensaba una cosa y sentía otra. Era progresista de vocación, nietzscheniano hasta en el bigote y amante de las tradiciones, como "su" Santayana. Su mundo ideal era un jardín de filósofos danzantes, lo cual explica que, poco a poco, fuese desconectándose de este mundo. Que alguien así llegase a ser amigo de un "positivista romo" como yo es uno de esos misterios de la naturaleza humana. Otro misterio es cómo pudo conjugar una vanidad infinita con una inseguridad casi perfecta.

Sí, fuimos amigos, a veces los "únicos", y juntos hicimos "la travesía del desierto" más de un a vez. También nos odiamos, como solo se pueden odiar los amigos que saben lo que más le duele al otro y se lo dicen de la peor de las maneras. Fue el más generoso de los tipos, y también el más egoísta. Era barroco en el lenguaje y extremo en los afectos. Atrabiliario, quiso pegarse con quien se lo llamó. Era sin duda capaz de ser el mejor de los amigos, siempre que tú fueses el mejor de los amigos. Su mirada incendiada por la ira es algo difícil de olvidar.

Lorenzo era un ser excesivo, uno de los últimos, un personaje del pasado, alguien que recitaba largos poemas de memoria y que a las cuatro de la madrugada se despedía entre lamentaciones porque no podía soportar que nada se acabase. Y es que no entendía de límites, nada le parecía suficiente. Nietzsche, que nunca quiso seguidores, hubiese estado orgulloso de él. Incluso de su muerte: cómo a Friedrich, solo su propio cerebro pudo vencerle.

Lorenzo ha muerto, y ya no existe, y no cabe lamentarse por él. Los que somos dignos de conmiseración somos los demás, los que no volveremos a escucharle y, sobre todo, este mundo "epidérmico" y trivial que se ha vuelto incapaz ya no de entender, sino de disfrutar de las mentes más desaforadas, de las personalidades más excesivas, de la vidas más originales y extemporáneas.

Un antiguo alumno le dijo una vez: "Lorenzo, es que tú eres de los profesores que dejan secuelas". Aunque no era realmente eso lo que le quiso decir su sencillo admirador, a Lorenzo le encantó aquello hasta el punto de convertirlo en unos de sus clásicos.

Sabía que era cierto.

martes, 30 de agosto de 2011

Trabajar más

Los profesores de enseñanza secundaria de la Comunidad de Madrid vamos a tener que trabajar más. Ya se nos ha bajado el sueldo, pero no ha sido suficiente y ahora se nos incrementan las horas lectivas, todo apelando a nuestro sentido del deber. Y mintiendo.

Porque desde la Comunidad de Madrid se repite una y otra vez que nuestro horario pasa a ser de 18 a 20 horas, sin explicar que estas 20 horas son lectivas, y que en ellas no se incluye la preparación de las clases, la preparación de las prácticas, la corrección de exámenes, las reuniones de coordinación, la dedicación a actividades complementarias y extraescolares, la atención a padres, la tutoría de alumnos, las guardias, los claustros, las juntas de evaluación o los cursos de formación, actividades que, la mayoría de ellas y como es lógico, aumentarán en proporción a esas dos horas lectivas añadidas que, en muchos casos, son en realidad tres, al dejar de considerarse la tutoría como actividad lectiva.

Y todo ello intentando engañar a la gente diciendo que la calidad de la enseñanza no se va a ver perjudicada. Eso es falso. Dar clase es un trabajo agotador, con un desgaste físico y mental considerable. No pretendo hacer mística de mi profesión. Es obvio que los profesores podremos estar metidos en las aulas veinte horas en lugar de dieciocho. Pero no lo haremos igual de bien.

En cualquier caso, en Madrid vivimos la paradoja de que quienes tienen que gestionar  los servicios públicos están en contra de los servicios púbicos. Son las cosas de la democracia. 


miércoles, 17 de agosto de 2011

La prepotencia de la verdad

Estamos tan acostumbrados a la libertad, a hacer de nuestra capa un sayo, a pensar que nuestras opiniones valen tanto como las de cualquiera que la Verdad, cuando no coincide con nuestra verdad, resulta intolerable.

Lo cierto es que el concepto de libertad choca con el concepto de verdad. Un caso evidente es el de la física: sus leyes, ya la palabra elegida dice bastante, no dejan demasiado espacio a la libertad. La gravedad actúa inmisericorde sobre casi todo y, por mucho que nos rebelemos, en cuanto nos descuidamos, nos caemos. Maldita fascista la física.

Pero pasa con casi todo lo demás. Si alguien apoya nuestra causa, genial, pero, si no es el caso, le despreciamos. Maldito aguafiestas. Llegó el sordo y jodió el concierto. ¿Por qué tiene que ser como él dice?
Yo lo entiendo, porque lo he sentido. Uno está convencido de algo, y lo defiende apasionadamente. Tienes los argumentos afilados, perfilada la idea. Y entonces, cuando menos te lo esperas, llega alguien y suelta la bomba que demuestra que estás equivocado. ¿Cuál es la reacción? Pues intentar anular a quien te contraría, desear que desaparezca, culparle de la contradicción o, como se suele decir, matar al mensajero, porque ese que desvela nuestro error no es más que un mensajero. ¿De quién? Pues de la verdad, de la maldita verdad.

La raíz del problema es que lo que queremos no es conocer la verdad, sino poseerla, es decir, tener razón, y resulta que son cosas muy distintas. La verdad no tiene por qué sernos favorable. Y lo que deseamos es que el mundo nos sea favorable. Pero primero están los deseos y luego la verdad. Primero las convicciones y luego la verdad. Y si la verdad dice que somos culpables de nuestros problemas, pues peor para la verdad, porque es obvio que la culpa de nuestros problemas es de otros, pero nunca nuestra.

Empecé hablando de la oposición entre libertad y verdad, pero, en realidad, la oposición es entre deseos y verdad, porque ni siquiera queremos ser libres: lo que queremos es que lo que deseamos sea verdad y, si es posible, obligatorio.

Pero, muchas veces, no es así, y nos jode. Maldita verdad.

martes, 9 de agosto de 2011

Niño malo

Me encanta este cuadro: se titular La Virgen castigando al niño Jesús ante tres testigos, y es del sin par Max Ernst. Está en el museo Ludwig de Colonia, y me gusta porque después del primer impacto de ver a María dándole una azotaina a Dios, Ernst nos regala con una vuelta de tuerca más... 


¿Dónde está el nimbo del niño?

lunes, 8 de agosto de 2011

La visita del dictador


¿Qué pensarías si vuestro país diese dinero a una organización cuyo máximo responsable fue el dictador vitalicio de un pequeño país? ¿Qué pensarías si ese dictador no se conformarse con imponer las reglas de su organización a sus seguidores sino que, además, quisiese hacerlas universales y para ello presionase a tu país para que sus reglas adquirieran rango de ley? ¿Qué pensarías del tipo si supieses que pretende regular tu vida sexual, o que contribuye a la propagación del sida prohibiendo el uso de preservativos? ¿Qué pensarías del tipo, y esto parece un chiste pero es real, si supieses que pretende hablar en nombre de un ser superior todopoderoso y ser su representante en le Tierra?

Bueno, pues resulta que un individuo así va a venir próximamente a Madrid, mi ciudad, y que los organismos públicos, con el dinero de todos, van a facilitarle el trabajo poniendo a su disposición las calles y hasta centros educativos públicos, colegios e institutos, para que sus seguidores puedan acomodarse en ellos.
Malo es que la superstición siga siendo aceptada de buen grado por nuestros gobernantes. Malo es que aceptemos la visita de dictadores. Pero que, encima se subvencione con recursos de todos sus viajecitos, me parece una vergüenza. Otra.

Por cierto: el canalla del que hablo es el Papa, claro.

jueves, 14 de julio de 2011

La conjetura de Borges

Anaya y la Real Sociedad Matemática Española han editado el libro La conjetura de Borges, que compila los relatos ganadores y finalistas del concurso Relatos Cortos RSME-ANAYA 2009.

Si me hago eco de la noticia es porque contiene dos cuentos de un servidor: La catedral de agua e Infinidad.

Hace dieciocho años dejé una prometedora carrera como informático para escribir cuentos. Dieciocho años después me publican mis dos primeros relatos... Esto es lo que se llama una carrera meteórica. 


miércoles, 29 de junio de 2011

Like a prayer

Hay muchas formas de perder la reputación. Una es esta, pero, qué coño, hace mucho calor.

El vídeo que propongo es una tontería enorme, pero la canción, Like a prayer, cantada por Madonna y compuesto por la susodicha y Patrick Leonard, es el trocito de música más erótico que nadie ha compuesto jamás. Si no me creéis, buscad a alguien, tomaos algo muy fuerte y muy frío, poned el aire acondicionado, desnudaos y bailad. Luego me lo contáis.




PD: los del hemisferio Sur, amigos, si en vez de el aire acondicionado ponéis la calefacción y mantenéis el resto de la receta como os he dicho, os aseguro que el efecto es el mismo.

martes, 14 de junio de 2011

La novena sinfonía

Desde Beethoven, la novena sinfonía es algo especial. Desde luego, la suya lo es: grandiosa, emocionante, universal. También las respectivas novenas de Schubert, Bruckner, Dvorak, Mahler o Vaughan Williams fueron especiales para ellos, aunque solo sea porque fueron las últimas. Muchos vieron en esta coincidencia una maldición por la cual todo el que osase llegar a escribir una novena sinfonía se iba al otro barrio poco después. Y es que la superstición es ubicua.

Con estos antecedentes, es de entender que el mundo recibiese con expectación la noticia de la novena sinfonía de Shostakovich. Además, estamos en 1945, los aliados han ganado la Segunda Guerra Mundial, y el ambiente es propicio para algo monumental.

Entonces llegó el músico ruso y se rió de todo el mundo, tanto de aquellos que esperaban una respuesta a la novena de Beethoven como los que ansiaban, Stalin incluido, un enardecido y épico canto de victoria. Shostakovich, en vez de entrar al trapo, optó por escribir una burla, un juego, un monumento, sí, pero al sarcasmo, a la ironía, un divertimento.

Stalin se enfadó. Tampoco al personal le hizo mucha gracia, y la obra fue recibida con frialdad. Y es que a la gente no le gusta que la defrauden. Sin embargo, la novena sinfonía de Shostakovich es magnífica. Aquí tenéis el primer movimiento. Disfrutad.



PD: Shostakovich escribió seis sinfonías más después de esta.

Trastorno, de Bernhard

Si ha habido un tipo pesimista y misántropo, ese fue Thomas Bernhard. El dolor, la miseria, la degeneración, la mentira, la locura y el suicidio son los temas de alguien que interpretó el absurdo de la existencia desde su lado más oscuro y desesperado. En él se funden el dolor intenso, que sufrió toda su vida, y la lucidez extrema. Lo sorprendente es que, pese a todo, su escritura sea tan magistral.

Acabo de leer Trastorno, una de sus novelas más duras. Copio algunas de sus perlas:
  • ...era la única persona con quien podía hablar sin que nunca le resultara penoso.
  • Todos los hombres están más o menos locos, incluso mi hijo.
  • Cuando empezamos a pensar como andamos, pronto no nos es posible andar.
  • Todo está dicho. Sin embargo, el hombre sigue hablando.
  • Todo consiste en “aprender a morir y aprender a estar muerto.
  • Me esfuerzo al máximo por comprender otras cabezas distintas de la mía, pero no comprendo otras cabezas.
  • ¿Has aprovechado la vida? Cuando empiezas a preocuparte de ello ya es demasiado tarde.

lunes, 30 de mayo de 2011

Aya de Yopougon

Aya de Yopougon es un tebeo escrito por Marguerite Abouet y dibujado por Climent Oubrerie. Cuenta las aventuras de tres amigas adolescentes del barrio de Yopougon, en Costa de Marfil. Bajo la premisa de que no todo es hambre y pobreza, nos presenta la vida cotidiana de las chicas, sus ligues, los líos con la familia y las distintas formas en que ven el futuro. Muy bien contado y con un dibujo expresivo y amable, sorprenden tanto las similitudes como las diferencias, porque por encima de las constantes universales se aprecian las diferencias antropológicas.

Técnicamente llama la atención lo terriblemente efectiva que resulta la obra. El dibujo es magnífico, sencillo, pero sin caer en la ofensiva simpleza de las novelas gráficas hoy tan de moda. Y el guión es tremendamente ágil. Maneja montones de historias con montones de personajes, pero siempre tenemos, pese a la brusquedad de los cambios de escenario, de estar en el fondo en la misma historia, en el mismo mundo.

Literatura en estado puro, de esa que te permite, aunque solo sea por un rato, vivir otras vidas.



Por cierto: vamos por el sexto tomo, así que... pido disculpas. 

sábado, 28 de mayo de 2011

Imperio de paletos

Dándole vueltas a las vicisitudes de la política patria, me he acordado, una vez más, de este tema de José Carlos Molina. El título es impresionante. A ver quién adivina a qué imperio se refiere.

Por cierto: yo estuve allí.




Por sugerencia de Elektra, ¡Galeras!:



Claudio Tolcachir

La representación en el Matadero de la trilogía teatral de Claudio Tolcachir formada por Omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo y El viento en un violín ha sido un acontecimiento. No se puede combinar con más inteligencia el humor y el drama. De hecho, utiliza unos diálogos rápidos e hilarantes para hacernos bajar la guardia intelectual y hacernos sentir, cuando más confiados estamos, como auténticos mazazos emocionales las peripecias de unas vidas despistadas que sobrepasan a veces las fronteras de la locura.

Si le unimos a esto unos actores magníficos, creíbles y entregados, pues eso, un placer. 







lunes, 23 de mayo de 2011

Un mundo maravilloso


La mariposa de las manchitas rojas se llama Zygaena. Del bicho dorado de la derecha y de los otros dos más pequeños no sé nada. La foto la tomé antes de ayer, en un precioso sendero que recorre la costa de Muros de Nalón, en Asturias.   

Subo esta foto a la red como prueba de que el mundo, pese a todo, es maravilloso. Después de la depresión en la que caí ayer por la noche, hoy intento pensar que la gente que ha votado a corruptos, fascistas y chulos de mierda para dirigir sus ayuntamientos y autonomías están enfadados, y tristes, y frustrados y que, por eso, han hecho lo que han hecho.

Y si pienso así es porque pensar que han votado a sabiendas de lo que hacían a corruptos, fascistas y chulos de mierda me produce demasiado asco.

domingo, 15 de mayo de 2011

You Can Close Your Eye

Yo era un chaval. Mi madre vino de la compra con una sorpresa: aparte del pan y las legumbres y la leche y demás, traía una bolsa con un montón de LP’s. La cosa es que a un motorista, al arrancar, se le cayó una bolsa. Aunque le llamaron, no hubo forma de llamar su atención. Cuando los que estaban en el paso de peatones comprobaron que la bolsa contenía discos, se desentendieron. Todos menos mi madre, que arrambló con la bolsa.

Mi hermano y yo no dimos crédito: ni la cueva de Alí Babá ni el tesoro de Barba Roja nos hubiese resultado más fascinante. Luego, el tiempo, hizo su selección, y demostró que el tipo de la moto tenía gusto. Uno de aquellos discos era Mud Slide Slim and the Blue Horizon, de James Taylor. Todo me fascinó. Su voz. Su guitarra. Y todas las canciones. Pero una en especial: You Can Close Your Eyes. Aquí os propongo una versión en directo: si podéis, escuchad el resto: es magnífico.






domingo, 8 de mayo de 2011

Demasiado contemporáneo

Esta mañana, al salir del Auditorio Nacional de Música de Madrid, he oído cómo una señora de sesenta y tantos años le decía a otra: “la última ha sido demasiado contemporánea”.

Tal cosa no me hubiese llamado la atención si no fuese porque la pieza a la que se estaba refiriendo la buena mujer era Muerte y transfiguración, poema sinfónico que su autor, Richard Strauss, terminó de componer en 1889...

Y no lo mencionaría aquí si no fuese porque ese es el sentir general de un público que ve demasiado contemporánea la música compuesta de finales del siglo XIX en adelante. Y me refiero a los que van a las salas de conciertos.

Me iba a poner a disertar acerca de la decadencia de occidente y esas cosas, pero mejor ilustro la cosa con la pieza más conocida de Strauss (la introducción de Así habló Zaratustra) y me voy a tomar algo.



jueves, 5 de mayo de 2011

Por la borda

Hay mucha gente que no entiende que el derecho a un juicio justo no se inventó para defender los derechos de los malos, sino los de los buenos. Que Bin Laden era un canalla es algo bastante obvio a juzgar por las cosas que decía en los vídeos que he visto por televisión. Pero eso no es suficiente para condenarle. Para condenar a alguien hace falta un juicio, con abogados, fiscales y jueces. Hacen falta pruebas y profesionales que sepan valorarlas.

No digo que no las haya. Lo que digo es que no ha habido un juicio. Y eso es algo que me preocupa muchísimo, y no por Bin Laden, sino por mí: no me gustaría que un día, alguien, sin juicio ni abogados ni jueces, me acusase, me condenase y me ejecutase en una sola operación.

Ahora alguien dirá que le gustaría ver qué pensaba si una hija mía hubiese muerto en las Torres Gemelas. No lo sé. Quizá mantuviese mis ideas o, por el contrario, llevado por el dolor y la ira pidiese la pena de muerte a todo el que llevase barba y turbante en veinte mil kilómetros a la redonda. Pero, y este es el quid de la cuestión, precisamente por eso es necesario un procedimiento legal transparente llevado a cabo por profesionales, para que las sentencias dependan de la razón, y no del odio y la rabia.

El gobierno de los USA ha tirado por la borda una nueva oportunidad de demostrar que sus criterios son distintos de los de los terroristas. Unos, llevados por el odio, matan. Los otros, también.

La venganza, el ojo por ojo, el linchamiento, son pruebas de lo poquito que nos hemos alejado de nuestro pasado animal, si es que nos hemos alejado algo.

Lo que digo: por la borda.

lunes, 25 de abril de 2011

La danza de los caballeros

Bueno, ya que la cito en la entrada anterior, la incluyo aquí. Magistral Prokofiev.

Such Sweet Thunder

Such Sweet Thunder es una suite para big band compuesta por Duke Ellington y Billy Strayhorn y grabada por el propio Ellington en 1957. Sus distintos temas están inspirados en obras de William Shakespeare. En el vídeo aparecen dos de sus piezas: la que da título a la suite, dedicada a Otelo: el moro de Venecia, y Sonnet To Hank Cinq, basada en la obra histórica Enrique V.

El tempo del disco es más lento que el de la filmación, más poderoso y sugerente. Supongo que Ellington pensaría que el directo exige más marcha.

El tema Such Sweet Thunder me recuerda de alguna manera a La danza de los caballeros de Prokofiev, aunque, eso sí, con más swing...


viernes, 22 de abril de 2011

Mi amanecer de hoy



No llueve en todos los sitios





martes, 12 de abril de 2011

Vostok 1

El 12 de Abril de 1961 despegó el Vostok 1 desde el cosmódromo de Baikonur, con Yuri Gagarin a bordo. Fue la primera vez que un humano orbitaba la Tierra. 





lunes, 11 de abril de 2011

Inside Job

Si quieres saber quiénes fueron los culpables de la crisis económica que asola el mundo, Charles Ferguson lo cuenta en Inside Job. Es la película de crímenes y corrupción más espeluznante de la historia.

Especialmente recomendable para quienes tienen a los USA como modelo económico.


Carlos Giménez

Están reeditando la obra de Carlos Giménez en integrales de sus series. Imprescindible.


lunes, 17 de enero de 2011

Epsilones 40

La entrada anterior pretendía ser una presentación de la nueva actualización de Epsilones. Pero me he ido calentando y ha pasado lo que ha pasado.

En fin: que lo sepáis: hay cosas nuevas en Epsilones. En particular, una nueva sección en la que pretendo hablar de filosofía...

Ya me diréis.

Es así

Antes de la caída del bloque soviético, los estados que podían decidir sobre sí mismos se habían adherido a uno de los siguientes tres modelos económicos: el capitalismo salvaje (los USA, por ejemplo); el comunismo burocrático y gerontocrático (la URSS, por ejemplo); y una tercera vía que miraba en lo productivo al capitalismo y en lo social al comunismo (la Europa llamada del “estado del bienestar”). El resto de la humanidad sufría como podía la explotación de los estados grandes, la explotación de sus propios estados o, simplemente, la miseria.

Pero el muro cayó, y empezó la guerra. La URSS era un desastre para sus propios ciudadanos, pues era incapaz de subvenir sus necesidades. Pero era genial para los europeos de a pie, porque su mera existencia asustaba al capitalismo lo suficiente como para obligarle a hacer graciosas concesiones: eso es, exactamente, el estado del bienestar: el pago que los capitalistas europeos aceptaron pagar para que no pasase en sus estados lo que pasó en la URSS.

Caído el muro, disuelta la URSS, el miedo ha desaparecido. El capitalismo ya no tiene miedo. Los USA ya no tiene  miedo. Y se nota. La economía mundial ha enloquecido. Más. Y el imperialismo estadounidense ha campado por sus respetos. Y ha decidido imponer su modelo. Porque eso es lo que hacen los que ganan las guerras. Y los USA han ganado la guerra. La tercera. La primera guerra mundial fue química. La segunda guerra mundial fue física. Todos esperaban que la tercera fuese matemática. Y en cierta manera lo ha sido, pues se ha librado en los ordenadores, en el mercado continuo de las bolsas. Y la han ganado ellos: los USA. ¿La prueba? Es evidente: siendo ellos los que han generado la actual crisis económica, son ellos los que imponen las reglas para superarla. ¿Es concebible algo tan demencial si no es porque alguien ha ganado una guerra?

Confieso mi ingenuidad. Como todo el mundo, le he dado siempre importancia a lo que sé hacer. Y lo que sé hacer es pensar, bien o mal. Pero el poder no reside ni en las ideas ni en las palabras, por mucho que se empeñen los poetas. El poder reside en la fuerza y en el dinero. Y los USA tienen ambas cosas. Da igual lo que pensemos en Europa. Somos débiles. Posiblemente seamos viejos. Lo que es seguro es que somos dependientes. Sea lo que sea, hemos perdido la guerra. Porque la guerra no era contra el Islam, como nos han hecho creer. La guerra era contra Europa, contra esa mentalidad grecolatina que aunaba el placer y la inteligencia. Se acabó: toca trabajar y callar, trabajar y morir trabajando. Se acabó: el sueño resultó realmente un sueño, fugaz por definición. El dólar manda. Y lo que manda es agachar voluntariamente la cerviz hasta que la propia naturaleza nos impida levantarla.

En algún momento he defendido que las ideas podían cambiar el mundo. Pero ahora no confío en ello. Para nada. Por mucho que nos pongamos exquisitos, las ideas nada pueden contra los tanques y los mercados.
Los viejos podemos conformarnos con nuestra vejez y dedicarnos a disfrutar de la vida lo que podamos. Los jóvenes... joder, los jóvenes lo tenéis crudo. Pero no pasará nada, porque nunca pasa nada hasta que es demasiado tarde. Es así. 

domingo, 2 de enero de 2011