lunes, 12 de diciembre de 2011

Por eso el arte no es simple evasión,

no siempre, al menos.

De joven sentía que el mundo, tal y como lo veía, no tenía nada que ver conmigo. Entonces la fantasía constituyó la salida perfecta, la vía de escape que necesitaba para no volverme loco: poco importaba que tuviese que ver con la realidad o no. De hecho, sino tenía nada que ver con ella, mejor: a fin de cuentas, lo que quería era huir.

Después, con el tiempo, me fui integrando en el mundo con mejor o peor fortuna. Aunque buena parte de ese mundo exterior me siguió resultando indiferente, con algunas de sus partes me acabé sintiendo implicado, mientras que otras pasaron a inquietarme. Entonces la fantasía pura, ajena al mundo, perdió interés: se volvió superficial, vacía. Pasé a necesitar contenidos, mensajes, que esa fantasía se refiriera, aunque fuese metafóricamente, a la realidad. Ahora no es que no quiera huir, es que sé que no puedo. Abandonada la posibilidad de la huida, no queda más que intentar comprender el mundo lo mejor posible y negociar con él.  

Lo dicho es una racionalización, pero pienso que la percepción de esa conexión con la realidad de la obra es lo que nos permite creérnosla. La fantasía, el vuelo de la imaginación es genial, pero sin esa conexión con la tierra nos costará mucho trabajo identificarnos con lo que ocurre en la ficción. Que haya dragones, altísimas torres o simas insondables es lo de menos: lo importante es que los héroes sufran por las mismas cosas que yo. Entonces seré capaz, como espectador, de concederle al tinglado lo que necesita para que la ilusión no se desvanezca: mi complicidad.

Planteado el esquema, hay que ponerlo a prueba: ¿qué pasa con el arte abstracto? Pues que, en la medida que alude a espacios reales, sean físicos o mentales, vamos bien (pienso en Lucio Muñoz, o en el constructivismo ruso), mientras si es de verdad y por completo abstracto, se convierte en algo puramente decorativo.

¿Y la música? La música suele ser la piedra de toque de toda teoría artística, porque rompe todos los esquemas. La razón estriba, pienso, en que es realidad en sí misma. La música no es simbólica. La música nos toca directamente, como lo hacen los sabores o los olores. Aún no sabemos qué ventaja evolutiva nos hizo apreciarla (Nietzsche decía que favorecía la integración del grupo), pero lo cierto es que parece que un cable lleve directamente la música a nuestra mente. Por eso la más abstracta de las artes es la que más nos llega, porque es, a la vez, realidad en sí misma.

Capítulo aparte merece esa creación extraordinaria que es la música culta occidental. Pero de esto hablaré otro día.


Nota: si he escrito en primera persona ha sido por no generalizar innecesariamente, y no porque piense que mi experiencia sea especial.


Lucio Muñoz
  



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