jueves, 27 de octubre de 2022

viernes, 21 de octubre de 2022

Teatro: La voluntad de creer
(AVISO: contiene espóiler)

Ante ayer vi en Matadero la obra La voluntad de creer, de Pablo Messiez.

Los primeros 85 minutos bien: muchas risas a costa de la familia, de la vuelta a casa, de la muerte, de la verdad, de un tonto que se cree Jesucristo… y alguna reflexión curiosa: “Tanta certeza tonta, tanto tiempo sosteniendo cosas que al final no eran. Tanta muerte. Toda la vida rodeada de gentes inteligentes que lo sabían todo sobre todo y no sabían nada sobre nada”. “Por qué no creer en algo nuevo. Por qué no la osadía; la posibilidad de una osadía”. También algún lugar común como que todo es creencia, hasta la ciencia, y que todo es mentira.

Y entonces, en los cinco últimos minutos, se representa una resurrección por fe. El tonto dice que por qué no pedirle a Dios que resucite la muerta. Se lo piden y resucita. Así, sin más.

La voluntad de creer está basada en Ordet ('La palabra'), obra de teatro de Kaj Munk, dramaturgo y pastor luterano, sobre la que luego Dreyer hizo la película de culto homónima (obsérvese el doble sentido de culto). El mensaje es claro: la fe logra milagros que sirven a su vez para unificar en la fe. Parece que a esto Messiez le ha querido añadir el concepto de voluntad: si le echamos voluntad y conseguimos tener fe, como la fe es todopoderosa, podemos conseguir resucitar a los muertos. Si la fe mueve montañas, pues vamos a tener fe.

Aun suponiendo que la resurrección del final de la obra no sea literal sino tan solo una metáfora de que todo se puede conseguir con la fe, es una metáfora viciada porque Jesucristo y la resurrección tiene demasiada carga para que el tropo no quede contaminado de religión. Pero es que, además, la idea es falsa, porque la fe no es ninguna garantía de éxito. De hecho, al no basarse en nada no es garantía de nada.

Decir que todo es mentira y que todo es creencia es de una deshonestidad intelectual insultante. No todo es igual. Esto me suena a los discursos de extrema derecha que intentan desprestigiar la política diciendo que todos los políticos son iguales cuando no lo son: unos les cobran los impuestos a los ricos y otros a los pobres. Una hipótesis científica no es una creencia sino una propuesta, una verdad provisional. No es lo mismo la teoría de la evolución por selección natural que el creacionismo. No es lo mismo lo que propone Darwin que lo que intenta imponer el cardenal Cañizares. No es lo mismo un caballo que un unicornio. 

En cuanto a que todo es mentira, ¿es mentira que hay violencia de género?, ¿es mentira que hay gente que pasa hambre?, ¿es mentira que hay guerras? La VERDAD con mayúsculas no existe, pero sí montones de verdades reales. Decir que todo es mentira es la salida fácil, la salida cómoda, la que evita tener que pensar en algo más allá de uno mismo.     

Me da la sensación de que Messiez confunde fe con valentía, con osadía, con esos rasgos de carácter que nos hacen experimentar, innovar, probar cosas nuevas. Pero no entiendo la necesidad de creer para crear. Todos los creadores son valientes, osados, exploradores de lo desconocido. Animar a la gente a que sea valiente y osada me parece genial, pero ¿por qué la fe? ¿Por qué ser creyentes? ¿Creyentes en qué? ¿En lo que no conoces? ¿En ti mismo? Puede que todo se explique entendiendo la obra como un manual de autoayuda y traduciendo fe por ‘venga, que tú puedes’. Pero, si es así, para tamaña simpleza no hacía falta tanto aparato.

El mundo es una mierda y entiendo que la tentación de hacer borrón y cuenta nueva sea grande. Pero devolver la fe a un lugar central y renunciar a todo lo demás porque “todo es mentira” solo se explica no habiendo entendido nada de nada.

Naturalmente existe la posibilidad de que el autor sea un cristiano creyente y que, efectivamente, crea en el poder de Jesús y en la resurrección de los muertos. En tal caso chapó, porque me engañó completamente con el truco del santo tonto. Lo que entonces no alcanzo es el porqué del engaño.

Queda una posibilidad, la única que hace verosímil el relato, y es que la resurrección no fuese tal, sino un error del médico que certificó la muerte, pero nos encontraríamos entonces ante una coincidencia extraordinaria sin significado y un final absurdo.

Sea como fuere, de una obra teatral, como de cualquier otra experiencia intelectual, uno pretende salir distinto, pero yo el único cambio que noté fue ser un poco más viejo y estar un poco más cabreado que noventa minutos antes.


Wolfgang Rihm. Marsyas (1998-1999)

 


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Richard Strauss. Así habló Zaratustra (1896)


La imagen es un fotograma de la película 2002, Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick.

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