domingo, 6 de octubre de 2019

The Wire, de David Simon

Resultado de imagen de the wireVoy a empezar diciendo lo que no es The Wire: no es una serie amable, ni condescendiente, ni esperanzadora, ni motivadora. Tampoco es una serie que proclame la violencia, la rebelión o que ensalce gansters. No es heroica, en absoluto: es, posiblemente, la serie menos heroica que he visto jamás. No es romántica ni sentimental. No habla de gente extraordinaria, ni de gente humilde que resulta extraordinaria. 

Es realista, es realista hasta hacer daño. Habla de la ciudad de Baltimore, de la droga, del submundo de sus muelles, de la corrupción de la construcción y la política, de la educación mutilada, de la prensa aprovechada, y lo hace de un modo asombroso, porque percibimos los hilos que conectan los distintos mundos, porque se nos muestran las estructuras que imposibilitan los cambios para perpetuarse a sí mismas.

El guion es increíble: a partir de la idea de ver  la realidad desde los dos puntos de vista, el de las instituciones y el de los que se sitúan fuera de ellas, acabamos asistiendo a los esfuerzos de unos y otros por sobrevivir a partir de reglas de juego siempre cambiantes, porque solo cambiándolas se puede sobrevivir. Y no, no se trata de que no haya malos y buenos: lo que ocurre es que todos son malos porque, si no lo eres, estás muerto. Hay excepciones, gente que escapa, gente que no se conforma, pero son tan pocos y sus logros tan pequeños que solo pueden entenderse como eso, excepciones, y nunca como esperanzas.


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