Cada vez que cogemos el coche para irnos de
fin de semana y no digamos cada vez que
cogemos el avión para irnos de escapada
a París; cada vez que nos comemos un filete o tiramos ropa que ya no se lleva; de hecho, cada vez que tiramos algo al punto limpio (lo que significa
que hemos comprado el correspondiente remplazo), estamos traicionando al
futuro, porque le estamos haciendo inviable, insostenible, inhabitable para
aquellos que les toque vivir en él.
Me pone enfermo ver cómo las medidas para controlar
el consumo de ciertas materias consisten en cargarlas de impuestos, lo que
implica en el fondo prohibición para lo que tienen recursos limitados y nada,
absolutamente nada para aquellos cuyos recursos económicos se ríen de los
recibos agua o electricidad.
Pero el problema es más grave que este de la
discriminación. El problema es que nos mienten. Nos ponen carriles bici pero
sigue incentivando la compra de coches. Nos venden los coches eléctricos sin
decirnos de dónde viene la energía con la que cargamos las, por otra parte, muy
contaminantes baterías de dichos coches. Nos llenan la ciudad de contenedores
de colores para que reciclemos mientras le meten impuestos a las energías
renovables.
No, nos dicen la verdad. Se toman medidas
para favorecer la natalidad en un mundo en el que, si sobra algo, es gente. Eso
sí, no blanquitos, porque de esos hacemos cada vez menos: por eso invertimos
grandes sumas en investigar formas de que los occidentales nos reproduzcamos
sea como sea.
No sé cuánto tiene todo esto de
conspiración o de pura estupidez, pero lo cierto es que nos ocupamos de
problemas de segunda y obviamos los problemas principales. Somos muchos. El
comunismo a la soviética ha fracasado a la hora de crear riqueza. El
capitalismo, por su parte, se ha mostrado incapaz de crear riqueza de un modo
sostenible y equitativo y más aun de distribuirla. La alternativa china, con un
líder sin fecha de caducidad, me temo que caerá en los vicios de todas las
dictaduras. Sin embargo, los problemas siguen ahí: demográficos,
medioambientales, políticos. Problemas globales que necesitan soluciones
globales.
Podría dejar de viajar en avión, y de salir
de fin de semana en coche. Podría apurar el ordenador unos años más y
alimentarme de proteínas vegetales. Podría ir a trabajar con la sudadera esa
que, aunque se ve vieja, es indestructible. Pero no lo hago. No le tengo tanto
respeto al futuro. A veces me digo que es por no tener hijos. Pero entonces
miro a los que sí los tienen y veo que se comportan de un modo incluso más
despreciativo respecto del tiempo por venir que yo.
Las soluciones deben ser colectivas, porque
solo si son colectivas aceptaremos asumirlas. A fin de cuentas, es difícil
vencer al “no voy a ser yo el tonto”. La idea de que la solución pase por un consenso
tan generalizado y que exija un grado tal de sacrifico, me sume, cómo no, en la
melancolía.
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