Louise d'Épinay, siglo XVIII
domingo, 29 de abril de 2018
Voluntad propia
El gran error que he estado cometiendo con mis
amigos y conmigo misma fue el de dar siempre preferencia a las fantasías de
ellos, sin pensar en lo que yo podía desear. Y por ese pequeño sistema descubrí
que la mitad de mis “amigos” eran, en realidad, mis amos. Tener voluntad propia
me parecía un crimen. Hacía miles de cosas inapropiadas con una disposición
igualmente inapropiada. Era una víctima perpetua, y no inspiraba gratitud a
nadie. Me cuestioné a fondo. Empecé a atreverme a ser yo misma. Ahora no tengo
consideración por los caprichos ajenos. Hago únicamente lo que prefiero, y me
siento maravillosamente por ello.
sábado, 28 de abril de 2018
Monstruos
Toda sociedad genera monstruos. En toda
estructura aparecen anomalías. Todo sistema adolece de su propia teratología. Y
es lógico: una sociedad implica una elección, un conjunto de elecciones.
Inevitablemente, hay quien no se adapta: son los monstruos.
Las sociedades conscientes de este hecho se
preocupan de perseguir, neutralizar, restañar el daño y evitar en la medida de
lo posible la acción de sus monstruos. En estas sociedades el complejo de culpa
es inevitable: incapaces de autoaniquilarse, sufren sin embargo y permanentemente
ser la causa de sus monstruos, lo que las lleva en ocasiones a ser excesivamente
contemporizadoras.
Otras sociedades, inconscientes, no
reconocen a sus monstruos como propios. Por el contrario, en cuanto los
identifican como monstruos los consideran extraños, ajenos, lo que les permite
perseguirlos con saña homicida. Lo que nunca logran comprender estas sociedades
es por qué nunca dejan de aparecer nuevos monstruos: por eso, su lucha sin
cuartel contra la monstruosidad no tiene fin.
Un tercer tipo de sociedad es la perversa,
aquella en la que sus jerarquías aceptan sus monstruos como propios pero sin reconocerlos
como tales. Aquí el mal está encarnado en las propias estructuras de poder.
Aquí los monstruos andan por las calles, pero también llevan toga. Aquí la
sociedad está rota entre el odio y la comprensión, entre la ciudadanía y el
poder, entre la ética común que odia instintivamente a los monstruos y un poder
corrupto, absurdo y prepotente que los defiende quizá solo por dejar patente
que su poder emana de algún sitio muy alejado del sentido común, quizá de dios,
no sé.
Lo que sí sé es que es asqueroso poner en
duda que cinco hombres, al penetrar a una mujer en manada, están ejerciendo violencia. Lo que sí sé es que demuestra mucha
ignorancia, o mucha perversión, no sé, pensar que una mujer puede disfrutar de semejante situación.
Lo que sí sé es que un juez no puede juzgar con equidad sin empatía, y que hay
que tener muy poca empatía para entender consentimiento en una situación como
la que hemos conocido. Lo que sí sé es que me repugna vivir en un país donde cinco
animales pueden violar a una mujer sin que los jueces sean incapaces de ver la
violencia de semejante acto.
He intentado imaginar la psicología de los miembros
del tribunal (atención, entre ellos hay una jueza), pero no he sido capaz. Lo
primero que le viene a uno a la cabeza es que sean machistas, de extrema
derecha, católicos, carcas en general, pero nada de esto explica nada. Un amigo
me sugiere que están pagados. No lo sé, claro, pero, no sé, sería tan tremendo…
Tras darle vueltas, solo se me ocurre
encuadrarlos en ese tipo humano que culpa a las víctimas, ese que culpa de su
enfermedad al enfermo, al desgraciado de su mala suerte, al pobre de su pobreza,
o a la violada de su violación. Son ese tipo de gente que desprecia a aquellos
que hacen feo el mundo, aquellos que dan problemas, aquellos que nos obligan a
enfrentarnos a una realidad que muchas veces es cruel, aquellos que nos fuerzan
a cuestionarnos la mierda de mundo en el que vivimos. Son aquellos que les
recuerdan que este mundo, del que ellos son miembros sobresalientes, puede ser
el peor de los mundos.
Son ese tipo de gente que entre los
monstruos y las victimas se quedan con los monstruos. De lo que no parecen conscientes es de que, a su vez, esta elección los convierte a ellos mismos en monstruos.
Qué asco.
domingo, 22 de abril de 2018
¿Cómo se puede creer en Dios después del telediario?
Uno de los temas que más me desconciertan
es el de la contradicción que existe entre lo mucho que sabemos como especie y
lo poco que sabemos como individuos.
Con la mecánica cuántica es comprensible,
porque es difícil, porque hay que manejar matemáticas superiores y eso no está
al alcance de todo el mundo, de modo que hay que conformarse con que solo unos
cuantos las conozcan y la entiendan y los demás disfruten de lo que para todos
supone tal conocimiento.
Sin embargo, desde hace siglos sabemos que
la existencia de un dios personal, todo
bondad, omnipotente y omnipresente es una bobada, una contradicción
lógica, y, pese a todo, miles de millones de personas en todo el mundo siguen
creyendo en entidades así.
No sé por qué. Sospecho que tiene que ver
con la educación, y hasta pienso que algo en nuestra programación genética nos
incline a la superstición. Pero que gente con formación, gente que lee, viaja y
conoce gente de otras culturas y otras religiones siga aferrada a sus mitos
familiares y sea incapaz de superarlos me desconcierta.
Soy comprensivo, que no condescendiente,
con la gente sencilla, léase aquellos que tienen que dedicar su tiempo a
sobrevivir: bastante tienen. Pero no puedo ser otra cosa que intransigente con
aquellos que han disfrutado de la formación y los medios de vida para disponer
de un rato y ponerse a pensar. En esas circunstancias, ¿cómo se puede creer en
cuentos de hadas, en amantes seres paternales cuando todos los días mueren millares
de personas de hambre, de miseria, de asco?
No me considero una buena persona. De hecho,
no sé muy bien qué significa eso, pero no puedo entender cómo gente que piensa
que lo es, gente que se cree buena, acepta que este mundo de mierda sea obra de
un ser bondadoso. ¿Les parece obra de un ser bondadoso lo que ven en el telediario
de la cena?
Me cuesta escribir sobre estas cosas porque
me enciendo y porque, de verdad lo digo, no entiendo cómo se puede conjugar un
mínimo de empatía con lo que pasa en el mundo y la creencia en un creador
bondadoso.
Supongo que ahora habrá algún lector que
piense en recordarme aquello de que dios nos ha hecho libres. Entonces yo diré
aquello de qué clase de libertad de mierda es la que tienen los inocentes que mueren
bombardeados por las bombas de da igual quién.
En el siglo XVIII, el terremoto de Lisboa,
en el que murieron cien mil personas (alguna buena habría, ¿no?), dejó consternados
a los franceses y, de alguna manera, espoleó la Ilustración, la enciclopedia y la
Revolución. Hoy, gracias a los medios de comunicación globales, asistimos en
directo a todo tipo de desastres, naturales o no, que tienen como consecuencia
dolor, sufrimiento y muerte. ¿Cómo se puede creer en dios ante algo así?
Si alguien me lo puede explicar, se lo
agradecería.
sábado, 21 de abril de 2018
John Barleycorn Must Die
La primera vez que escuché John Barleycorn Must Die fue en las
versión de 1970 del grupo Traffic. Era el año 1979,
yo acababa de entrar en la facultad y andaba tras una chica. Un día fui a su
casa. Allí, su novio me enseñó la canción.
Colecciono versiones en John Barleycorn.
Dicen los que saben que no se sabe a
ciencia cierta si es un tema proveniente del medievo o un invento posterior de
un folclorista especialmente atinado. Sea como fuere, hay referencias desde el
siglo XVI. La versión de Ayreheart,
con instrumentos de época, es evocadora.
La segunda vez que supe de John Barleycorn fue
por la novela homónima de Jack London. Texto biográfico, London relata su
durísima vida desempeñando todo tipo de trabajos, muchos de ellos de pura
fuerza física, a veces ayudado y otras castigado por John Barleycorn, nombre
con el que personificaba su relación con el alcohol. Como buen bebedor,
tan pronto habla de sus bondades, de la camaradería que provoca y de los
especiales estados mentales que induce como aboga por su prohibición porque es,
dice, la muerte. Menos fúnebre, The John Renburn Group hizo
una versión con aires deliciosamente folky.
La historia que cuenta la canción es
engañosa. A primera vista parece que al pobre Barleycorn le pasan todo tipo de
desgracias, sensación que intensifica el aire melancólico de la melodía. En
este sentido, la voz femenina es un verdadero acierto en la versión de Willow´s Drum.
Pero, en realidad, Barleycorn es el grano de cebada (barley-corn) y todas las penalidades que
pasa John son las que sufre el grano antes de convertirse en cerveza. Se trata,
así es, de un canto a la cerveza, o más bien a su producción, aunque un canto
triste, quizá porque, cómo contó London, John Barleycorn no es de fiar.
jueves, 19 de abril de 2018
Los malos

Podría seguir con este ejercicio, realmente
divertido, pero como muestra basta: no sé lo que tiene esto de genético o de
aprendido, pero nos encanta pensar a los humanos que hay malos, que hay gente
que es realmente mala.
Es lo más fácil: pensar que algunos
individuos fácilmente reconocibles por un puñado de rasgos, o solo uno, son portadores
de una esencia maligna que los hace no solo causantes de males, sino, además, culpables.
Esto último es lo mejor, porque así podemos odiarlos e, incluso, si llega el
caso, castigarlos.
Evidentemente, es un error. La mente humana
es tremendamente plástica. Nuestro comportamiento tiene que ver con nuestra herencia
genética, claro, pero también con el entorno familiar, social, político e histórico
en el que nos desarrollamos. Si queremos cambiar las cosas no basta con señalar
y perseguir a los malos: hay que cambiar las estructuras, esas mismas estructuras
que han dado lugar a los malos… y a los buenos.
miércoles, 11 de abril de 2018
La dominación masculina

Bueno, hasta aquí bien (tampoco es ninguna
sorpresa). Lo que no entiendo es la obsesión del autor por negar cualquier
naturalidad a este estado de cosas. Todo es social, todo es aprendido, repite
una y otra vez sin dejar un resquicio ninguno a la biología.
Se me ocurre que su obsesión por negar toda
naturalidad en la discriminación sexual puede venir por un prejuicio
naturalista, ese que dice que lo natural es bueno. Al partir de esta premisa,
como la discriminación sexual es mala, debemos pensar que se trata de una
construcción social, y a ello dedica todos sus esfuerzos.
Para mantenerse en esta posición no
desmonta las posiciones genetistas: simplemente las niega para afirmar con una
machaconería considerable que la gente se comporta como se comporta por la
influencia de la sociedad. Lo curioso es que hay frases, párrafos enteros que
parecen ser dicho respecto al tema del libro, pero que valdrían por igual para
cualquier otra cosa que sea de origen social. Vamos, que nos comportamos como
con comportamos porque la sociedad nos ha hecho así. Pues claro.
En cualquier caso, lo que menos entiendo es
que hable una y otra vez de los beneficiarios del sistema de dominación
masculina: los hombres. ¿De verdad que convertirte en un bruto bebedor de
cerveza que ve fútbol y trabaja en la obra es beneficiarse?
Como siempre, puedo estar de acuerdo con
las descripciones, aunque con frecuencia sean muy, muy exageradas (como si
todos fuésemos y nos comportásemos igual en todas las épocas), pero no con la
etiología. Las causas de cómo nos comportamos los humanos tenemos que buscarla
en nuestras dos programaciones: la genética y la social. Mientras sigamos
negando la mayor, es decir, que no somos buenos por naturaleza, no seremos
capaces de ser de otra manera.
domingo, 8 de abril de 2018
Matamoscas

Un detective duro y profesional, una hija
que se lía con un gánster y una pareja de estafadores que le piden al padre
dinero como si fuera ella: esta es la situación de partida. Pero ella ha muerto. Envenenada.
No voy a desvelar lo que pasa después, pero es bueno, muy bueno, aunque lo sombroso son
los dibujos, los escenarios, los cuerpos: en lo que parece tinta aguada
asistimos a un despliegue extraordinario de encuadres, picados, escenas de
grupo, paisajes urbanos, primeros planos de objetos, pistolas, coches, retratos
a lo Bacon, interiores teatrales, zooms, escenas de acción, rostros a lo Grosz,
silencios a lo Hooper…
Extraordinario.
sábado, 7 de abril de 2018
Traicionando el futuro
Cada vez que cogemos el coche para irnos de
fin de semana y no digamos cada vez que
cogemos el avión para irnos de escapada
a París; cada vez que nos comemos un filete o tiramos ropa que ya no se lleva; de hecho, cada vez que tiramos algo al punto limpio (lo que significa
que hemos comprado el correspondiente remplazo), estamos traicionando al
futuro, porque le estamos haciendo inviable, insostenible, inhabitable para
aquellos que les toque vivir en él.
Me pone enfermo ver cómo las medidas para controlar
el consumo de ciertas materias consisten en cargarlas de impuestos, lo que
implica en el fondo prohibición para lo que tienen recursos limitados y nada,
absolutamente nada para aquellos cuyos recursos económicos se ríen de los
recibos agua o electricidad.
Pero el problema es más grave que este de la
discriminación. El problema es que nos mienten. Nos ponen carriles bici pero
sigue incentivando la compra de coches. Nos venden los coches eléctricos sin
decirnos de dónde viene la energía con la que cargamos las, por otra parte, muy
contaminantes baterías de dichos coches. Nos llenan la ciudad de contenedores
de colores para que reciclemos mientras le meten impuestos a las energías
renovables.
No, nos dicen la verdad. Se toman medidas
para favorecer la natalidad en un mundo en el que, si sobra algo, es gente. Eso
sí, no blanquitos, porque de esos hacemos cada vez menos: por eso invertimos
grandes sumas en investigar formas de que los occidentales nos reproduzcamos
sea como sea.
No sé cuánto tiene todo esto de
conspiración o de pura estupidez, pero lo cierto es que nos ocupamos de
problemas de segunda y obviamos los problemas principales. Somos muchos. El
comunismo a la soviética ha fracasado a la hora de crear riqueza. El
capitalismo, por su parte, se ha mostrado incapaz de crear riqueza de un modo
sostenible y equitativo y más aun de distribuirla. La alternativa china, con un
líder sin fecha de caducidad, me temo que caerá en los vicios de todas las
dictaduras. Sin embargo, los problemas siguen ahí: demográficos,
medioambientales, políticos. Problemas globales que necesitan soluciones
globales.
Podría dejar de viajar en avión, y de salir
de fin de semana en coche. Podría apurar el ordenador unos años más y
alimentarme de proteínas vegetales. Podría ir a trabajar con la sudadera esa
que, aunque se ve vieja, es indestructible. Pero no lo hago. No le tengo tanto
respeto al futuro. A veces me digo que es por no tener hijos. Pero entonces
miro a los que sí los tienen y veo que se comportan de un modo incluso más
despreciativo respecto del tiempo por venir que yo.
Las soluciones deben ser colectivas, porque
solo si son colectivas aceptaremos asumirlas. A fin de cuentas, es difícil
vencer al “no voy a ser yo el tonto”. La idea de que la solución pase por un consenso
tan generalizado y que exija un grado tal de sacrifico, me sume, cómo no, en la
melancolía.
Etiquetas:
ecología,
economía,
melancolía,
política
jueves, 5 de abril de 2018
Cuando algo [no] es nada
Mucha gente hace cosas porque "es mejor
hacer que no hacer", y porque "algo es algo". Pero resulta que si algo no es
suficiente, entonces [no] es nada.
Tampoco es malo en sí que algo [no] sea nada. Lo
malo, lo realmente malo, es no saberlo, es pensar que hacemos algo, es conformarnos entonces con lo que hacemos, porque pensamos que hacemos algo, cuando en realidad [no] hacemos nada.
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