En el salvaje mundo
que Stalin creó, el vals del Gulag es un momento de amor en el sentido más
carnal y por eso más auténticamente humano. Es un momento de olvido, de uno
mismo para uno mismo en compañía de otro. Pero hasta un momento así tiene
consecuencias, y esas consecuencias harán aún más triste y complicada una historia que desearíamos acabase bien.
Magnífico el guion de Lapère y magníficas
las atmósferas con las que Pellejero logra transmitirnos todo lo que no dicen las
palabras.
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