El protagonista se muestra
de tres maneras: una realista, a cara descubierta; otra de performance,
cubierto con una careta que podría ser de Tintín con la que lee textos de
Burroughs; y otra onírica, en la que él se ve como el tipo de la careta,
convertida esta en su cara de verdad, que navega por mundos desasosegantes que
recuerdan en su línea clara a los de Hergé. La yuxtaposición de estos tres
avatares resulta inquietante.
Icónicamente magnifico, su relato me deja
frío. Pero esto es una constante con el cómic intelectual americano: van de
mucho y se quedan en nada.
En cualquier caso, pienso que su lectura merece la pena.
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