Álvaro es hijo de una familia bien catalana
con muchos tíos y primos. Algunos de ellos viviendo en Cuba, de donde parece
que proviene la riqueza de la familia.
Cuando parece que la cosa va de saga
familiar, la obra da un giro y se convierte en una novela social en la que vemos
la situación de la España del franquismo (con tortura policías incluida) y la
de los intelectuales exiliados en París.
Crítico con estos últimos, Goytisolo nos
muestra una mezcolanza de activistas, charlatanes, escritores que no escriben y
gente que, poco a poco se va desencantando ante una situación que se prolonga
año tras año sin nadie sea capaz de cambiar nada, incluida la comunidad
internacional.
Goytisolo se siente más cómodo hablando de
la gente del pueblo, a quienes, en su brutalidad, describe como poseedores de
mayores dosis de nobleza y sinceridad.
En lo formal, la novela es un campo de
experimentación. Goytisolo usa el francés en muchos diálogos y con gran
extensión; utiliza párrafos con distintas sangrías; combina en la narración la
tercera y la segunda personas del singular; se olvida de la puntuación;
yuxtapone frases en largas series…
El resultado de todo ello es una novela muy
interesante pero algo confusa. Está claro que la idea es mostrar la pérdida de
las “señas de identidad” a lo largo en ese “lento y difícil camino de ruptura y
desposesión” que es la vida. ¿Ruptura con qué? Pues con “familia, clase social,
comunidad, tierra”. Sin embargo, Goytisolo quizá cuente demasiadas cosas.
Magnífica en cualquier caso.
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