Una primera parte descriptiva es
interesante: el sujeto actual se ve aplastado por cuatro figuras que limitan su
capacidad de acción y que los autores describen como formas subjetivas: el
endeudado (que se ve limitado por sus deudas); el mediatizado (que depende para
informarse de las redes), el seguritizado (que vive temeroso del mundo por la
propaganda alarmista) y el representado (que se ve alejado de la participación
democrática por sus representantes).
Pero después los autores se ponen a hablar
del común, de enjambres, de auténtica democracia, de saberes expertos que no
deben ser tan difíciles, de autogestión, de concatenación de diferencias, de
nuevas constelaciones, de autorreproducción colectiva y de que gracias a la
educación todos podremos participar de la toma de decisiones y a uno le entra
la melancolía.
El libro tiene momentos de lucidez, como
cuando reconoce el problema de pasar del nivel asambleario de la plaza hasta la
sociedad en su conjunto o el de cómo impedir que la mayoría gobernante oprima a
las minorías. Sin embargo, las respuestas son meros deseos, bonitas palabras
que hablan de hermosos pensamientos pero raramente de la experiencia.
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