El autor lee Un mundo feliz de Huxley y no le parece
mal. Si aceptamos como objetivo la felicidad, la pregunta entonces es: ¿a qué
se debe renunciar para conseguir un mundo feliz?
Para responder a esta pregunta revisa la
influencia de los mitos humanistas de la libertad, la igualdad y la fraternidad
con la idea en mente de que solo son interesantes si ayudan al objetivo de ser
felices.
Sobre la libertad concluye que es una
ilusión necesaria, como decía Borges. De la igualdad, que es imposible por
culpa de la fealdad, la enfermedad, el desamor, la mentecatería, la locura… Y
de la fraternidad, que es más fácil amar a la humanidad en general que al
vecino, como dijo Hobsbawn.
Una pregunta clave es ¿habría escrito
Shakespeare sus obras si no existiera la infelicidad? La respuesta es no, pero
entonces surge una pregunta aún más interesante: ¿alguien lamentaría la pérdida de dichas obras?
La idea central del libro es que, frente a
la idea de Rousseau de que es la sociedad la fuente de los males humanos, está
más encaminada la de Hobbes que dice que el mal está en el hombre, y pone como ejemplo
la asimetría de juicio que se da cuando juzgamos los mismos actos en los demás
y en nosotros mismos.
Hasta aquí no puedo estar más de acuerdo.
De hecho, me ha sorprendido la coincidencia en casi todos los argumentos
anteriores, pese a no pertenecer al mainsteam.
Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con
sus conclusiones, cosa que, por cierto, me ha aliviado.
Su conclusión es clara:
la única solución es modificar naturaleza humana, cosa podremos lograr
próximamente gracias a la tecnología. Si no estoy de acuerdo es porque sospecho
que antes llegarán los listos, se apropiarán de la tecnología y nos
exterminarán. Y no creo que exagere.
Pese a lo dicho, este libro es de esos libros que a mí me hubiese gustado escribir.
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