Pensando en la locura del
pos-posestructuralismo me he preguntado si la filosofía ha enloquecido por
encontrarnos en alguna fase terminal o si, por el contrario, esto le ha pasado
ya otras veces, y me he dado cuenta de que, efectivamente, el pensamiento
humano se ha enajenado y perdido por derroteros alucinatorios varias veces: sin
escarbar mucho, la escolástica medieval, el idealismo alemán y, en buena parte,
la más reciente fenomenología, son corrientes filosóficas que se sumergieron
voluntariamente en especulaciones lingüísticas sin sentido.
¿Por qué sin sentido? Pues porque
renunciaron a la realidad, porque en su búsqueda de la verdad o de su
demolición, igual da, renunciaron a la información aportada por los sentidos y
se encerraron en infinitos juegos verbales autorreferenciales.
Ahora lo veo evidente, pero me ha costado
llegar a esta afirmación: la filosofía ha enloquecido varias veces. ¿Por qué? Supongo
que se debe a que el prejuicio del progreso sigue haciendo de las suyas, porque
íntimamente sigo creyendo, aunque sé que no es así, que avanzamos, que cada
nuevo paso es un paso hacia delante, cuando en realidad llevamos cinco mil años
dándole vueltas a las mismas cosas, a veces acercándonos al núcleo de la cuestión,
a veces alejándonos en largas curvas divergentes.
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