El toreo me parece un residuo de tiempos
más bárbaros; soy ateo y estoy muy, muy alejado del catolicismo; el flamenco,
en general, no me gusta. ¿Esto me hace ser un mal español? ¿O no serlo en
absoluto?
La verdad es que no tengo unos sentimientos
patrióticos muy intensos. Estar particularmente orgulloso de tu lugar de
nacimiento y de su cultura me parece señal de que ignoras tanto lo tuyo como lo de fuera. De una forma algo vagarosa me puedo ver más cerca del
modo de vivir mediterráneo que del germánico, pero eso no quiere decir que no
aprecie los valores germánicos en otros muchos aspectos de la existencia.
De hecho, si somos rigurosos, cuando
hablamos de lo español o de lo germánico estamos incurriendo en
generalizaciones difícilmente sostenibles. Costumbres, medias estadísticas y
mitos urbanos dan lugar a estereotipos nacionales muy útiles para hacer chistes
pero, sobre todo, para ver en cuánto se desvía de él la gente que conocemos.
¿Soy español? Bueno, lo que no soy es alemán.
Tampoco soy coreano, ni neozelandés, ni kuwaití, de modo que, por eliminación,
debo ser español. Venga, seamos serios: para poder responder con rigor a
semejante pregunta hay que especificar en qué sentido hablamos de ser español.
Uno sería el jurídico. Desde ese punto de vista es un hecho que lo soy: tengo
un pasaporte que, en el apartado nacionalidad, dice que lo soy, así que punto
pelota. Otro sería el genealógico: mis ancestros, hasta donde sé, que no es
mucho, se consideraban a sí mismos españoles. Otro es el sentimental: como he
dicho, no siento amor por España, aunque, si hago un poco de introspección, no
puedo negar que me veo como español. Otro más sería el de proximidad al tipo
nacional: en este sentido la cosa no cuadra: a lo ya indicado acerca de los
toros, el catolicismo y el flamenco, añadiría que me gusta madrugar, que me
aburre profundamente el fútbol y que odio los sitios ruidosos, así que… El
punto de vista más importante pienso que es el lingüístico: mi lengua materna
es el español, en concreto el español que se habla en Castilla, y a través de
esa lengua me han llegado tradiciones, pensamientos, formas de vivir y de
entender el mundo, carga de la que, en buena parte, he conseguido
desembarazarme intelectualmente, pero que no deja de constituirme, aunque sea
negativamente (tan importante es lo que eres como lo que has dejado de
ser).
Hay más, claro que sí, mucho más: el lugar
de nacimiento (Madrid, así que sí); la historia que se siente como propia (no
me veo en absoluto hijo del catolicismo, la monarquía y del “que inventen
ellos”); el sentimiento de pertenencia al grupo (pues no); la cultura que se
vive como propia (en esto soy sin duda extranjero), etc., etc. En cualquier
caso, lo que parece obvio es que la respuesta a ¿soy español? no siempre tiene
la misma contestación. Quizá los muy nacionalistas lo sean precisamente porque
en ellos todas las contestaciones son coincidentes. En casos así entiendo que
sea muy difícil discernir unos planos de otros, pero eso no quiere decir que no
existan y, lo más importante, que no existamos los que no vivimos esa
unanimidad.
Otro asunto es el semántico. Estoy hablando
de ser español, pero no tengo nada claro que todos entendamos lo mismo por ser
español. Pensemos en un andaluz que se sienta muy español. ¿Qué entiende él por
ser español? Quizá si intentase definir el concepto viese que su imagen de lo
que es ser español tiene más que ver con ser andaluz, o sevillano o, incluso,
con ser del barrio de Triana, que con ser de Soria. A lo que voy es que muchas
veces nos creemos las palabras y creemos que existe eso de “ser español” más
allá de lo jurídico, cuando la verdad es que reconciliar las formas de ser (y
sigo usando generalizaciones) de andaluces, castellanos o gallegos es bastante
difícil.
También pasa en el otro sentido. Cuando un
catalán que no se siente español habla de lo español, ¿a qué se refiere? ¿A eso
que tenemos en común castellanos, andaluces, gallegos, cántabros, extremeños,
murcianos, aragoneses, valencianos, etc., etc.? ¿Y eso qué es?
Otro asunto es el de la política. Aquí hay
que concretar. Me irrita profundamente el uso que del nacionalismo hace, por
ejemplo, el PP, para exacerbar los sentimientos anticatalanes de la gente. Me
irrita profundamente el uso que del nacionalismo hace Esquerra Republicana para
exacerbar los sentimientos anticastellanos de la gente. Me irrita, en general,
que se usen los sentimientos para hacer política. La gente tiene derecho a sentirse
como le dé la gana, española, catalana o marciana. Tiene derecho a sentir dos
cosas, las tres o ninguna. Tiene derecho a hablar en la lengua que le venga en
gana. Tiene derecho a pensar que un estado grande tiene más ventajas que dos
más pequeños, lo mismo que tiene derecho a pensar que un estado-nación tiene
más ventajas que uno plurinacional. La gente tiene derecho a creer en el
principio de autodeterminación o en el de la soberanía compartida. La gente
tiene derecho a ser anarquista, federalista, europeísta o lo que le venga en
gana (sí, también fascista: ni los pensamientos ni los sentimientos puede
limitarse por ley: otra cosa es que los demás hagamos leyes para impedir que
esas ideas se materialicen). Que toda esa gente que cree en esas cosas esté
equivocada o no es otra cuestión. De hecho, posiblemente todos estén equivocados y todos tengan razón en parte,
porque el mundo es tan complicado que no tiene soluciones perfectas y globales.
Por eso solo cabe negociar, solo cabe buscar los puntos de encuentro y, si no
los hay, intentar que las rupturas sean lo menos dolorosas posibles.
Insisto: la gente tiene derecho a pensar y
sentir como lo venga en gana. Lo que es absurdo es tomar decisiones políticas
con las tripas. Uno se puede sentir igualmente español o catalán con Cataluña
integrada en España o separada de ella. Porque, como con las personas, una cosa
es lo jurídico y otra lo sentimental. Porque ser, por ejemplo, jurídicamente
europeos, no choca con que la gente siga sintiendo el mismo apego de antes a su
patria chica. Porque, imaginar esto es un ejercicio interesante, si mañana
Cataluña, o el Bierzo, ya puestos, se independiza de España, al día siguiente,
cuando nos levantemos por la mañana, ¿qué cambiará en las vidas de unos y
otros? La economía, por supuesto: tendrá que reequilibrarse. Y también el
equilibro de poder en Europa. Pero, ¿y en el pecho?, ¿y en los sentimientos?
¿La gente se sentirá distinta? Bueno, claro que sí: unos estarán encantados de
la vida y otros se sentirán heridos en lo más hondo. Pero dejemos pasar unos
días, unas semanas quizá. ¿Qué pasará? ¿Cambiará mucho la vida del obrero, del
profesor, del ingeniero? Sí, habrá cambios, repito: económicos, políticos,
cambios prácticos que son importantes y en los que hay que pensar, claro que
sí. Pero el gran esquema de las cosas no cambiará, seguirá siendo el mismo:
unos cuantos políticos se dedicarán a sus juegos de poder; unos cuantos
poderosos usarán sus influencias para obtener beneficios, y la inmensa mayoría
nos seguiremos dedicando a subsistir. Con esto no quiero decir que esté a favor
o en contra de la independencia: lo que quiero decir es que no es tan
importante; que, se produzca o no, la vida seguirá siendo muy parecida para
casi todos y que, por tanto, conviene no tomarse estas cosas muy a pecho.
¿Soy español? Sí, aunque ello, más allá de
que me sujeta a una cierta legislación, la española, no suponga demasiado.
¿Estoy a favor o en contra de la independencia de Cataluña? Pues, sinceramente,
me da igual. En el momento histórico en el que nos encontramos, con el
descubrimiento de que la Unión Europea es un fraude; con el planeta echado a
perder; con el crecimiento de la población desbocada; y con la economía mundial
en manos de los mercados, la unidad
de España me parece que no tiene la más mínima importancia. Pero, ¿de verdad me
da igual? Pues depende: si las fronteras siguen abiertas como ahora y puedo
seguir pasándome de vez en cuando por Barcelona, como ahora; si el cava y la
butifarra siguen circulando sin problemas, como ahora; y si a nadie se le
ocurre sacar los tanques a la calle; pues sí, a mí me da igual que haya un
estado, dos o diecisiete. A fin de cuentas, manda la Merkel…
Los sentimientos de pertenencia son
importantes para la propia definición del individuo. Pero no nos creamos las
esencias. La historia, las tradiciones, las fiestas, las costumbres, incluso la
lengua, todo eso es contingente. Como seres humanos es más lo que nos une que
lo que nos diferencia. Dicho esto, diré también que todas las opciones políticas
son válidas, incluido el divorcio.
PD: La verdad es que iba a hablar de toros
a raíz de la aparición de uno que antes era rey en una plaza de toros
defendiendo la, según algunos memos, fiesta nacional, pero una cosa lleva a la
otra y…
Estoy de acuerdo en casi todo, menos en lo de "me da igual". Yo soy catalán pero también me siento español, y no me daría igual que Catalunya se independizara, para ti siendo madrileño es más fácil prescindir de Catalunya, tu podrías seguir tu vida como siempre y seguir siendo ciudadano español sin que en lo personal se viera afectada demasiado. En mi caso sería muy distinto, me vería obligado a elegir si me exilio en España ( o el resto de España, mejor dicho) o si me quedo en Catalunya y renuncio a mi nacionalidad española, para mi sería algo así como decidir si prefiero que me amputen la pierna derecha o la izquierda, quizás te parece que estoy exagerando, pero realmente creo que sería algo traumático para mi y espero que no lleguemos a ese punto.
ResponderEliminarAlmazul, no quería frivolizar ni decir que no fuese importante. Un cambio de esas características en la organización política de un país, o dos, no puede dejar de tener repercusiones importantes. Y no solo para los catalanes, evidentemente, también para el resto, porque el peso económico y cultural de Cataluña en el Estado es enorme.
ResponderEliminarLo que pretendía decir es que si consiguiésemos separar los puntos de vista emocional y pragmático, las consecuencias inevitables de la unidad o la ruptura se vivirán con menos dramatismo.
Dices que te sientes español y hablas de perder la nacionalidad. Pienso que son dos cuestiones que pertenecen a dos planos distintos. La nacionalidad implica una serie de derechos y una protección por parte del Estado que la reconoce: es algo práctico, jurídico, que podrá implicar una pérdida o una ganancia según como se desarrollen los acontecimientos. Tus sentimientos son otra cosa, algo que nadie puede legislar, ni el parlamento español ni un hipotético parlamento catalán, ni mucho menos cambiar. Tampoco cambiarán mis sentimientos por Cataluña, que son muchos y en general buenos, por mucho que a partir de cierta fecha sea un territorio gestionado por otro estado.
Permíteme una pregunta: ¿qué significa para ti sentirte español?
Es difícil responder, para empezar no tiene nada que ver con himnos ni banderas, tiene que ver con la pelota de gofio amasado que me daba mi madre (guanche) cuando yo era pequeño.
ResponderEliminarYo soy nacido en Catalunya pero mi madre es canaria y mi padre de Soria, me crié en un barrio rodeado de inmigrantes andaluces y del resto de España, mi identidad no es homogénea, es compleja y mestiza.
Ahora cuando vuelvo de vacaciones al pueblo de mi padre en Soria, nos encontramos con los hijos y los nietos de los que emigraron, unos a Bilbao o San Sebastián, otros a Zaragoza o Madrid y otros a Barcelona, algunos de ellos y ellas se casaron con vascos y catalanes y es bonito porque en una pequeña aldea perdida en medio de Castilla los niños juegan y hablan en vasco, en catalán y en castellano, eso es para mi España, yo me siento de ahí.
Hablas de "separar los puntos de vista emocional y pragmático", eso es difícil en el contexto actual si eres un catalán de cultura charnega como yo.
ResponderEliminarPara ti que vives todo esto como espectador, desde la lejanía, y que no sufres las contradiciones ni te salpica nada es difícil que lo entiendas.