
sábado, 29 de agosto de 2015
Musée de Grenoble

Musée des Beaux-Arts de Lyon
Un museo extraordinario y elegante el de bellas artes de Lyon. Las piezas egipcias, griegas y romanas son magníficas. Y muy completa la colección de maestros antiguos, aunque la que más he disfrutado ha sido la colección de las vanguardias. Propongo tres obras: Pesadilla de Janmot; Bañista de Picasso y Medusa, de Jawlensky.
lunes, 17 de agosto de 2015
Garras de ángel

Viaje iniciático y de liberación, viaje
onírico, surrealista, lo de menos es lo que dice: lo que realmente cuenta es la
inmersión que nos ofrece en las inconfesables complejidades del deseo, el sexo
y la existencia.
Siempre me pregunté por qué no habían
repetido la experiencia de Los ojos del
gato. Resulta que sí lo hicieron.
Valentina

Liberada, moderna, fotógrafa, muestra la
mezcla de erotismo, marxismo y psicoanálisis con la que la intelectualidad de
la época le gustaba identificarse. Aunque, en retrospectiva pueda resultar algo
naif, sus historias sin relato, sus paseos por el subconsciente con el culo al
aire, su lucha con los subterráneos, sus inclinaciones sado-maso, y su
frivolidad contenida, siguen resultando cautivadores.
Lo dicho, una heroína. Y Crepax, su autor, uno de los grandes.
domingo, 16 de agosto de 2015
Español
El toreo me parece un residuo de tiempos
más bárbaros; soy ateo y estoy muy, muy alejado del catolicismo; el flamenco,
en general, no me gusta. ¿Esto me hace ser un mal español? ¿O no serlo en
absoluto?
La verdad es que no tengo unos sentimientos
patrióticos muy intensos. Estar particularmente orgulloso de tu lugar de
nacimiento y de su cultura me parece señal de que ignoras tanto lo tuyo como lo de fuera. De una forma algo vagarosa me puedo ver más cerca del
modo de vivir mediterráneo que del germánico, pero eso no quiere decir que no
aprecie los valores germánicos en otros muchos aspectos de la existencia.
De hecho, si somos rigurosos, cuando
hablamos de lo español o de lo germánico estamos incurriendo en
generalizaciones difícilmente sostenibles. Costumbres, medias estadísticas y
mitos urbanos dan lugar a estereotipos nacionales muy útiles para hacer chistes
pero, sobre todo, para ver en cuánto se desvía de él la gente que conocemos.
¿Soy español? Bueno, lo que no soy es alemán.
Tampoco soy coreano, ni neozelandés, ni kuwaití, de modo que, por eliminación,
debo ser español. Venga, seamos serios: para poder responder con rigor a
semejante pregunta hay que especificar en qué sentido hablamos de ser español.
Uno sería el jurídico. Desde ese punto de vista es un hecho que lo soy: tengo
un pasaporte que, en el apartado nacionalidad, dice que lo soy, así que punto
pelota. Otro sería el genealógico: mis ancestros, hasta donde sé, que no es
mucho, se consideraban a sí mismos españoles. Otro es el sentimental: como he
dicho, no siento amor por España, aunque, si hago un poco de introspección, no
puedo negar que me veo como español. Otro más sería el de proximidad al tipo
nacional: en este sentido la cosa no cuadra: a lo ya indicado acerca de los
toros, el catolicismo y el flamenco, añadiría que me gusta madrugar, que me
aburre profundamente el fútbol y que odio los sitios ruidosos, así que… El
punto de vista más importante pienso que es el lingüístico: mi lengua materna
es el español, en concreto el español que se habla en Castilla, y a través de
esa lengua me han llegado tradiciones, pensamientos, formas de vivir y de
entender el mundo, carga de la que, en buena parte, he conseguido
desembarazarme intelectualmente, pero que no deja de constituirme, aunque sea
negativamente (tan importante es lo que eres como lo que has dejado de
ser).
Hay más, claro que sí, mucho más: el lugar
de nacimiento (Madrid, así que sí); la historia que se siente como propia (no
me veo en absoluto hijo del catolicismo, la monarquía y del “que inventen
ellos”); el sentimiento de pertenencia al grupo (pues no); la cultura que se
vive como propia (en esto soy sin duda extranjero), etc., etc. En cualquier
caso, lo que parece obvio es que la respuesta a ¿soy español? no siempre tiene
la misma contestación. Quizá los muy nacionalistas lo sean precisamente porque
en ellos todas las contestaciones son coincidentes. En casos así entiendo que
sea muy difícil discernir unos planos de otros, pero eso no quiere decir que no
existan y, lo más importante, que no existamos los que no vivimos esa
unanimidad.
Otro asunto es el semántico. Estoy hablando
de ser español, pero no tengo nada claro que todos entendamos lo mismo por ser
español. Pensemos en un andaluz que se sienta muy español. ¿Qué entiende él por
ser español? Quizá si intentase definir el concepto viese que su imagen de lo
que es ser español tiene más que ver con ser andaluz, o sevillano o, incluso,
con ser del barrio de Triana, que con ser de Soria. A lo que voy es que muchas
veces nos creemos las palabras y creemos que existe eso de “ser español” más
allá de lo jurídico, cuando la verdad es que reconciliar las formas de ser (y
sigo usando generalizaciones) de andaluces, castellanos o gallegos es bastante
difícil.
También pasa en el otro sentido. Cuando un
catalán que no se siente español habla de lo español, ¿a qué se refiere? ¿A eso
que tenemos en común castellanos, andaluces, gallegos, cántabros, extremeños,
murcianos, aragoneses, valencianos, etc., etc.? ¿Y eso qué es?
Otro asunto es el de la política. Aquí hay
que concretar. Me irrita profundamente el uso que del nacionalismo hace, por
ejemplo, el PP, para exacerbar los sentimientos anticatalanes de la gente. Me
irrita profundamente el uso que del nacionalismo hace Esquerra Republicana para
exacerbar los sentimientos anticastellanos de la gente. Me irrita, en general,
que se usen los sentimientos para hacer política. La gente tiene derecho a sentirse
como le dé la gana, española, catalana o marciana. Tiene derecho a sentir dos
cosas, las tres o ninguna. Tiene derecho a hablar en la lengua que le venga en
gana. Tiene derecho a pensar que un estado grande tiene más ventajas que dos
más pequeños, lo mismo que tiene derecho a pensar que un estado-nación tiene
más ventajas que uno plurinacional. La gente tiene derecho a creer en el
principio de autodeterminación o en el de la soberanía compartida. La gente
tiene derecho a ser anarquista, federalista, europeísta o lo que le venga en
gana (sí, también fascista: ni los pensamientos ni los sentimientos puede
limitarse por ley: otra cosa es que los demás hagamos leyes para impedir que
esas ideas se materialicen). Que toda esa gente que cree en esas cosas esté
equivocada o no es otra cuestión. De hecho, posiblemente todos estén equivocados y todos tengan razón en parte,
porque el mundo es tan complicado que no tiene soluciones perfectas y globales.
Por eso solo cabe negociar, solo cabe buscar los puntos de encuentro y, si no
los hay, intentar que las rupturas sean lo menos dolorosas posibles.
Insisto: la gente tiene derecho a pensar y
sentir como lo venga en gana. Lo que es absurdo es tomar decisiones políticas
con las tripas. Uno se puede sentir igualmente español o catalán con Cataluña
integrada en España o separada de ella. Porque, como con las personas, una cosa
es lo jurídico y otra lo sentimental. Porque ser, por ejemplo, jurídicamente
europeos, no choca con que la gente siga sintiendo el mismo apego de antes a su
patria chica. Porque, imaginar esto es un ejercicio interesante, si mañana
Cataluña, o el Bierzo, ya puestos, se independiza de España, al día siguiente,
cuando nos levantemos por la mañana, ¿qué cambiará en las vidas de unos y
otros? La economía, por supuesto: tendrá que reequilibrarse. Y también el
equilibro de poder en Europa. Pero, ¿y en el pecho?, ¿y en los sentimientos?
¿La gente se sentirá distinta? Bueno, claro que sí: unos estarán encantados de
la vida y otros se sentirán heridos en lo más hondo. Pero dejemos pasar unos
días, unas semanas quizá. ¿Qué pasará? ¿Cambiará mucho la vida del obrero, del
profesor, del ingeniero? Sí, habrá cambios, repito: económicos, políticos,
cambios prácticos que son importantes y en los que hay que pensar, claro que
sí. Pero el gran esquema de las cosas no cambiará, seguirá siendo el mismo:
unos cuantos políticos se dedicarán a sus juegos de poder; unos cuantos
poderosos usarán sus influencias para obtener beneficios, y la inmensa mayoría
nos seguiremos dedicando a subsistir. Con esto no quiero decir que esté a favor
o en contra de la independencia: lo que quiero decir es que no es tan
importante; que, se produzca o no, la vida seguirá siendo muy parecida para
casi todos y que, por tanto, conviene no tomarse estas cosas muy a pecho.
¿Soy español? Sí, aunque ello, más allá de
que me sujeta a una cierta legislación, la española, no suponga demasiado.
¿Estoy a favor o en contra de la independencia de Cataluña? Pues, sinceramente,
me da igual. En el momento histórico en el que nos encontramos, con el
descubrimiento de que la Unión Europea es un fraude; con el planeta echado a
perder; con el crecimiento de la población desbocada; y con la economía mundial
en manos de los mercados, la unidad
de España me parece que no tiene la más mínima importancia. Pero, ¿de verdad me
da igual? Pues depende: si las fronteras siguen abiertas como ahora y puedo
seguir pasándome de vez en cuando por Barcelona, como ahora; si el cava y la
butifarra siguen circulando sin problemas, como ahora; y si a nadie se le
ocurre sacar los tanques a la calle; pues sí, a mí me da igual que haya un
estado, dos o diecisiete. A fin de cuentas, manda la Merkel…
Los sentimientos de pertenencia son
importantes para la propia definición del individuo. Pero no nos creamos las
esencias. La historia, las tradiciones, las fiestas, las costumbres, incluso la
lengua, todo eso es contingente. Como seres humanos es más lo que nos une que
lo que nos diferencia. Dicho esto, diré también que todas las opciones políticas
son válidas, incluido el divorcio.
PD: La verdad es que iba a hablar de toros
a raíz de la aparición de uno que antes era rey en una plaza de toros
defendiendo la, según algunos memos, fiesta nacional, pero una cosa lleva a la
otra y…
jueves, 13 de agosto de 2015
Erwin Schrödinger and the Quantum Revolution

En
cuanto a la historia que cuenta, la de la revolución cuántica en general y la
de Schrödinger en particular, fascinante: aquellas primeras décadas del siglo
XX constituyen uno de los periodos más creativos y revolucionarios de la
historia del pensamiento humano. En pocos años la forma de ver el mundo que
heredamos del viejo Newton se puso patas arriba: la relatividad de Einstein y
la mecánica cuántica de Plank, Bohr, Heisenberg, Schrödinger y compañía nos
explicaron que todas nuestras intuiciones, que todas nuestras nociones sobre el
espacio, el tiempo, la causalidad, la simultaneidad, la individualidad y hasta
la propia realidad eran burdas simplificaciones producidas por los sentidos
groseros de unos seres macroscópicos: los humanos.
Parte de
esta historia, de esta revolución, es la que es la que se cuenta en este libro.
Si, además, lo aderezamos todo con los sobresalientes líos amorosos de Erwin,
tenemos un libro redondo.
domingo, 2 de agosto de 2015
From Hell
Leo From
Hell, de Moore y Campbell. El don de Moore para contar
historias es increíble. Da igual de lo que hable. Aunque sea de algo tan manido
como Jack el Destripador. Recrea lo que toca y le da profundidad, con esa
mezcla de historia, esoterismo y magia suya
tan particular. El paseo por la arquitectura secreta de Londres, por ejemplo, es
magistral.
En cuanto al dibujo de Campbell, es perfecto
para contar el relato de Moore: austero, riguroso, diría que severo, como lo es
la propia composición de las páginas. Solo tengo una duda: su frecuente despreocupación
por las caras, ¿es un rasgo estilístico o pura pereza?
**
**
Pocos días después veo From Hell, película de los Hughes
brothers basada en el tebeo de Moore
y Campbell. No voy a entrar si es
mejor el libro o la peli, porque sería insultante: la película, visualmente muy
atractiva, tiene un guion idiota. Da la sensación de que los hermanos no han
entendido nada del tebeo o, quizá, que no les ha interesado en absoluto, porque
cogen lo que les parece, lo cambian a su antojo, y se olvida de lo importante.
El cambio en el personaje del detective es de juzgado de guardia (se quejó
Moore: del tipo rudo que él escribió pasamos a un guaperas bebedor de absenta).
Que haya un romance entre él y la puta Kelly ya es de sonrojarse. Que Gull sea
un tipo pequeñajo al que se le ponen los ojos negros no tiene nombre. Y que las
putas sean tan poco putas…, pues eso, dulcificador.
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