True
Detective son dos detectives. Uno filosófico,
nietzscheano, extraño. El otro, brutal, pero integrado en el sistema. El
asesinato tiene mucho de ritual. Y el caso se complica. Están implicados
religiosos, y gente importante. Niños desaparecidos durante años. Simbolismo
vudú. Mardi Gras. Y Louissiana, con sus enormes llanuras y las viejas
refinerías en el horizonte. Una crueldad física parece emanar de los pantanos y
corromperlo todo. Es la oscuridad.
Asistimos a dos líneas de tiempo, la que se
produjo hace diecisiete años, cuando se enfrentaron por primera con la primera
muerta y los primeros símbolos, y el presente, desde el que cuentan aquella
historia, aunque no exactamente cómo ocurrió. La transformación de los protagonistas,
sus voces, el plano secuencia, las
tomas aéreas, los diálogos, las localizaciones, los tipos humanos, hasta la presentación:
todo habla de la degradación del animal humano.
Con sus vidas destrozadas, ¿por qué
enfrentarse de nuevo al horror? Cohle lo dice al principio: "es mi programación". Y el eterno retorno, un eterno retorno que permite sin embargo, al final, un momento de paz.
Impresionante.
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