Ante la abdicación del rey cabe una pregunta:
¿por qué no aprovechan para preguntarnos a los ciudadanos si queremos seguir con
la monarquía o si, por el contrario, queremos pasar a la república?
Más allá de las muchas razones concretas y
políticas que se esgrimen por ahí, hay una razón fundamental: la monarquía es
esencialmente incompatible con cualquier tipo de pregunta porque, desde el
mismo momento en que se acepta que es cuestionable, la monarquía deja de tener
sentido. Me decía el otro día una amiga que si se hiciese un referéndum saldría
a favor de la monarquía. Y es posible: seguimos siendo un país muy conservador,
por no decir cobarde. Pero ese resultado lo único que haría sería retrasar lo
inevitable dado que, si hoy nos planteamos la monarquía, también nos la podemos
plantear mañana, pasado o dentro de cuatro años.
Claro, un sistema en el que la Jefatura del
Estado se pone periódicamente en cuestión ya tiene nombre: república. Lo otro, que
la Jefatura sea vitalicia y hereditaria, es otra cosa, es la monarquía, y debe
ser incuestionable porque si no, ni vitalicia ni hereditaria.
No, nos pueden preguntar, saben que no nos
pueden preguntar, porque eso es el principio del fin, es reconocer que puede
terminar, que podemos pasar de ella.
Las razones que llevan a que presuntos
socialistas defiendan la monarquía negándose a cualquier cuestionamiento son
otra cuestión. Tienen que ver con el poder, con los intereses creados, con el
detalle, con la realidad de este país sumido en la miseria.
Para terminar, quiero dejar clara mi posición.
Me da hasta vergüenza decirlo, pero no hay que resistirse a decir la verdad cuando hace falta: la
monarquía no es democrática, sencillamente porque escapa a la decisión de aquellos
en quienes, teóricamente, reside la soberanía: la gente. No se trata, como
pretenden algunos, de comparar dos sistemas políticos, de ver ventajas y
desventajas; no se trata de que la república vaya a resolver más o menos
problemas que la monarquía. Es algo mucho más básico: en la república la gente tiene
el derecho de elegir a quienes han de ser las cabezas visibles del Estado. En la monarquía ese derecho se nos hurta.
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