Hace unos días el presidente de la patronal
CEOE, Juan Rosell, dijo que no estaban las cosas para que los parados se
pusiesen exquisitos. Y tiene razón, siempre y cuando no nos salgamos de su
despiadada lógica liberal. Lo que parece no saber Rosell es que hay muchas
lógicas, y que aguantarse con lo que te den no es la única respuesta a la
dificultad de encontrar un trabajo decente. También puedes optar por mandar el
sistema a la mierda.
Esta gente habla como si realmente la
historia hubiese terminado, como si el neoliberalismo salvaje y ramplón que
propugnan hubiese llegado para quedarse. Tan convencidos están de haber
neutralizado la amenaza comunista que no entienden que el aguante de la gente,
por muy grande que sea, es limitado, y que puede llegar un momento en que el
contrato social deje de merecer la pena.
Y no estoy hablando de ideologías o de
derechos: estoy preguntándome por qué le debería a alguien merecer la pena
trabajar duramente todo el día por un sueldo que no le permite vivir; o por qué
debería comprometerse alguien con una empresa que puede ponerle de patitas en
la calle porque sí; o por qué debería alguien fundar una familia, base de la
sociedad según ellos mismos, sin tener ninguna garantía de futuro. ¿No sería de
idiotas en estas condiciones trabajar y comprometerse con la empresa y con la
sociedad?
Esta gente, no sé si llamarlos empresarios
(sería injusto para alguno) o mejor esclavistas (el que no lo sea ya se
excluirá él solo), quiere el chocolate y las tajadas. Quieren gente educada;
respetuosa con las leyes; cumplidora de sus deberes sociales; proletaria (es
decir, que contribuya con su prole a
la sociedad) y consumidora de los bienes y servicios que producen las empresas,
pero que todo eso lo hagan ganando sueldos de miseria y con una educación y una
sanidad de mínimos.
Una de las cosas más difíciles de la vida
es desear bien. Desear a secas es una chorrada. Es como esos que les gustaría ser
caballeros andantes o princesas medievales. Eso no es desear, es soñar, por no
decir que es una gilipollez, que es muy distinto. La patronal española no sabe
desear, porque no es solo de gentuza, sino de idiotas, desear lo imposible, en
su caso pagar sueldos de miseria pero que la gente siga consumiendo, como si
los consumidores y los asalariados fuesen especies distintas. De empresarios
inteligentes sería desear un país rico en el que una clase media casi universal
consumiese compulsivamente sus productos. Pero desear la pobreza para casi
todos y la riqueza para uno mismo y sus amigos no solo es de canallas, sino de
imbéciles.
Últimamente, cada vez que me pongo a pensar
en estas cosas acabo igual, decidiendo que no solo son gentuza, sino que,
además, son tontos del culo, lo cual es malo, muy malo, porque de los codiciosos
ni siquiera podemos esperar que generen riqueza. De hecho, no hay más que ver
las crisis que montan. Las únicas décadas de paz y prosperidad que
ha vivido Europa son las que median entre la Segunda Guerra Mundial y la crisis
actual. Es algo sabido que el que parte de esa prosperidad llegase a todas las
clases sociales, lo que se llamó estado
del bienestar, se debió al miedo al comunismo soviético. Porque así es la
cosa: solo con miedo son capaces los ricos de controlar su codicia. Con la
caída de la unión soviética se han quedado sin miedo. Por eso necesitamos que
vuelvan a sentirse amenazados, y la mejor forma de conseguirlo es hacer que su
poder omnímodo se vea en entredicho.
No soy comunista: el comunismo se basa en
presupuestos psicológicos e históricos que pienso que son incorrectos. Comparto
con el anarquismo su rechazo al poder, pero no sus alternativas, que me parecen
inviables. Desde luego, no creo en esta falsa democracia que vivimos. Pero,
mientras esperamos a que alguien se le ocurra la solución a este desaguisado,
las cosas están como están y no podemos permitirnos que la infinitesimal cuota
de poder de la que disponemos, el voto, se vaya al enemigo. Por todo esto
pienso que tenemos que votar. Pero de ninguna manera a los partidos que se
reparten habitualmente el poder. Hay que votar a partidos que les provoquen miedo
a los que mandan, que les haga pensar que, quizá, negociar y hacer concesiones
no sea pecado. Hay que romper el bipartidismo.
Es posible que la socialdemocracia sea el
único estilo de gobierno capaz de hacer posible la convivencia entre las
distintas pulsiones humanas. Estamos tan locos... El problema es que la social
democracia sin miedo tiende a escorar más y más a la derecha. Soy persona
radical por carácter, pero entiendo que difícilmente la mayoría va a abrazar
ideas radicales, al menos por un periodo largo de tiempo. Pero es que lo que la
masa parece preferir, el centro, no existe sin tensiones. Y esas tensiones con
el bipartidismo se diluyen en una farsa, en una falsa competición entre
productos iguales. El centro- derecha es en realidad de derechas. Pero es que
el centro-izquierda también.
Por eso pienso que los ciudadanos europeos,
seamos indignados, cabreados, anarquistas, izquierdistas de los de antes,
ecologistas, escépticos, soñadores, intelectuales, utopistas, o simplemente
hartos de tanta mierda tenemos que votar. Pero no a los que mandan. Y doy una
razón más: ellos han sido los que han provocado, o permitido, la crisis que se
está llevando a países enteros y a millones de personas por delante. No es por
ofender, pero es absurdo volver a confiar en quienes nos han traicionado una y
otra vez. Y no votar es firmarles un cheque en blanco, por mucho que uno lo
haga pensando en el maravilloso amanecer que vendrá algún día.
Otra opción, naturalmente, es hacer la
revolución. Por mí perfecto: me parecería bien, muy bien, darle la vuelta a
todo esto. Mi problema es que no sabría decir qué o a quién quiero encontrarme a
la vuelta.
Ójala algún día más de la mitad del censo electoral piense así... O, mejor dicho, ójala que solo piensen.
ResponderEliminarHoy en día, es muy común encontrarse con votantes que siempre hacen lo mismo, siempre votan a SU partido: es común escuchar yo soy del partido tal o del cual, como si nunca pudiera cambiar su parecer o las circunstancias que un día propiciaron esa preferencia política.
Pienso que el fútbol ha contribuido bastante a esto, pues estos votantes incondicionales actuan como si tuvieran un vínculo emocional con el partido como si se tratase de un amor incondicional a un equipo.
Ambas cosas son discutibles e irracionales, pero mucho más grave me parece lo primero, puesto que la suma de muchas gotitas forma un gran pantano que luego el poder afirma que refleja el sentir de la mayoría, cuando la verdadera mayoría realmente no ha ido a dejar su gotita. Ójala no sea así más...
Interesante reflexión, como siempre, y oportuna.
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