El domingo pasado la ONE interpretó, dirigida por David Afkham, el
tercer concierto para piano de Beethoven
y la séptima sinfonía de Shostakovich.  El primero, interpretado por Josep Colom, resultó prescindible.
La segunda, espectacular: la heroicidad, el orgullo, la amargura, la victoria, la derrota, la
sospecha, todo está en esta obra extraordinaria.
El primer movimiento podría ser una pieza independiente: con un crecimiento guiado por el ritmo marcado por la caja que recuerda al bolero de Ravel, Shostakovich nos va
presentando por parejas los instrumentos que van a participar en la fiesta y
que representan, así lo entiendo, a las distintas partes del pueblo que se incorporan a la defensa de Leningrado.
Luego vienen dos movimientos lentos,
ambiguos, en los que quizá el pueblo se lame las heridas y se pregunta por lo
ocurrido. Y por fin llega el cuarto movimiento, potente, pero cambiante, heroico
a veces, esperanzador a veces, pero confuso, a veces amargo, como si nos
estuviésemos dando cuenta de que después del final del cuento la realidad continúa y se impone con sus miserias.
Sí, esa es la idea: Shostakovich no se planta en el final victorioso y apoteósico del primer movimiento: continúa la exploración y nos descubre el día de después, el de la derrota.
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