lunes, 21 de febrero de 2022

Un hombre que duerme, de Georges Perec

Todo empieza cuando el protagonista no acude a un examen. Es un gesto que no es un gesto. Simplemente, no va. A partir de ese momento inicia un proceso de desprendimiento, de abandono, de separación de todo y de sí. Pero tampoco así logrará nada, porque ni está muerto ni es más sabio.

Utiliza con frecuencia enumeraciones caóticas con la intención, creo, de eliminar la causalidad y establecer la simple yuxtaposición de las cosas del mundo. Es la experiencia pura. 

En cierto momento, Perec escribe “¡Cuántos robinsones, roquentines, meursaults, Leverkühns!” para añadir después “no les creas, no creas a los mártires, a los héroes, a los aventureros”, está negando la falsa esperanza que nos dan esos héroes trágicos o dramáticos, pero, a la vez, está explicitando el linaje de su personaje.

Podría hacer pareja con Suicidio de Levé. Incluso está escrito en segunda persona, como aquel, aunque no es tan potente porque la construcción del personaje no lo es. Parece lógico, en cualquier caso, cuando lo que persigue es, precisamente, hacerlo desaparecer.

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