Impresionante, realmente impresionante. Si
no tienes cuidado, este libro te convence de que te hagas benedictino.
Historicista y contrario al individualismo,
al relativismo, al emotivismo y a cualquier cosa que ponga en entredicho a
Aristóteles, MacIntyre explica “lo natural que es pensar el yo de modo
narrativo”, que ese relato se construye a partir de las tradiciones y las
relaciones con los demás y que cobra unidad gracias al telos, a la finalidad de la vida. Este final, este objetivo no es
otro que… el bien.
Con extraordinaria habilidad, MacIntyre
pasa casi sin que nos demos cuenta de la descripción del ser humano como un
animal que cuenta historias a la prescripción, al decirnos que el que abandona
sus tradiciones “deforma sus relaciones presentes” o que la sociedad actual no
tiene “ningún principio moral primero y compartido”, por lo cual es rechazable
a todos los niveles.
Lo que no hace en ningún momento es dudar
de la bondad de su sistema tradicionalista, lo que podría hacer preguntándose,
por ejemplo, si la tradición puede ayudarnos a enfrentarnos a un mundo cambiante,
proteico, en el que el ritmo de la histórica ha entrado en un proceso de aceleración
inédito y con problemas tan novedosos como la globalización o el cambio
climático.
Iba a hacer un chiste sobre la circularidad de su discurso (inevitable cuando intentas no apoyarte en dogmas), pero no hace falta. Basta con citar al propio MacIntyre: “La vida buena para el hombre es la vida dedicada a buscar la vida buena para el hombre”.
Genial para afilar los propios conceptos.
Iba a hacer un chiste sobre la circularidad de su discurso (inevitable cuando intentas no apoyarte en dogmas), pero no hace falta. Basta con citar al propio MacIntyre: “La vida buena para el hombre es la vida dedicada a buscar la vida buena para el hombre”.
Genial para afilar los propios conceptos.
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