La central es que, al fijarnos
demasiado en la violencia subjetiva, aquella que practica gente identificable,
no somos conscientes de la violencia simbólica, encarnada por el lenguaje ni de
la violencia sistémica, producto del sistema económico-político.
También es interesante el concepto de una ilusión
ética, por el que nos afecta más una muerte vista en directo que la muerte de
montones de personas que no vemos. Y es que, en el fondo, “La historia que nos
contamos acerca de nosotros mismos es una mentira. La verdad está en lo que
hacemos”.
Sobre el origen de la violencia se apuntan
dos ideas perturbadoras: ¿y si fuera el lenguaje? ¿Y si fuera la propia
cultura? La primera discretiza el mundo, le confiere perfiles, le violenta. Por
su parte, la cultura nos hace intolerantes respecto a otras culturas.
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