En su libro Vida líquida, Zygmunt Bauman habla de la sociedad
moderna líquida, que es aquella, en oposición a la sólida sociedad del pasado, en
la que todo cambia antes de que dé tiempo a que nada se consolide.
El
libro contiene, entre otras muchas, tres
ideas inquietantes.
Una es casi trivial en su verdad: no es posible igualar por arriba
las oportunidades de los habitantes del planeta. Si queremos luchar contras las
desigualdades, si queremos equilibrar el acceso a la riqueza de los humanos en
su conjunto, muchos tendremos que renunciar a nuestro bienestar, y eso incluye
a la mayoría de los habitantes del primer mundo, por más que muchos de ellos se
crean discriminados. Y lo cierto es que lo están, sin duda, pero respecto de
sus compatriotas ricos, no respecto de la mayoría de los habitantes del globo.
No veo a los europeos o estadounidenses renunciando, por poner dos ejemplos, a
sus coches, sus cosméticos o sus móviles inteligentes.
Pero sin esas renuncias, una igualdad sostenible es inalcanzable.
Otra idea inquietante y algo más sutil es
que la cultura quizá no sobreviva al ocaso de la durabilidad. Bauman, al
describir la sociedad moderna líquida, explica que en ella se prefiere guardar a
tirar y la fugacidad a la durabilidad. Se trata de modernizarse o morir, de
recomponer constantemente la propia identidad. No da miedo el cambio, sino el
estancamiento. Todo esto implica, claro está, precariedad, inestabilidad e
incertidumbre. Lógicamente, las implicaciones de esta liquidez social abarcan todos los aspectos de la vida, pero quizá
en especial a la cultura, porque esta necesita, sea cual sea la manifestación
de la que hablemos, de reflexión, de tiempo, de maduración. La historia de la
cultura es una historia de aproximaciones y rupturas, de construcción y
destrucción, pero siempre a lo largo de periodos lo suficientemente largos como
para que los esfuerzos colectivos hayan dejado un poso, un sedimento que ha
venido a engrandecer un poco más nuestro bagaje cultural, es decir, nuestras
miradas del mundo y por tanto nuestras posibilidades. Pero en un mundo
cambiante de corrientes efímeras, ¿podrá la cultura hacer su trabajo?
Quizá
la idea más perturbadora sea la afirmación de que los
problemas, al hacerse globales, exigen soluciones globales. Pone como ejemplo la
economía de fines del siglo XVIII. Hasta entonces organizaciones gremiales,
municipios y parroquias habían ejercido cierto control sobre la economía y
evitado desequilibrios excesivos. Pero los avances tecnológicos favorecieron la
aparición de grandes industrias que trascendieron los límites geográficos del
momento y explotaron sin control a los desprotegidos trabajadores. El nacimiento
de los Estados-nación vino a resolver el problema: la política recuperó las
riendas y pudo poner algo de freno a la voracidad económica. Hoy estamos en una
situación similar: las multinacionales se saltan fronteras, legislaciones y
controles como amas del mundo que son. Eluden pagar impuestos y someterse a
legislaciones de protección de los trabajadores llevándose sus industrias a
lugares donde no existen esas leyes o, mejor aún, encargando sus productos a
otras empresas de las que no se sienten responsables. Su poder y su
implantación mundial las convierte en problemas globales que no puede resolver
un único estado: ni siquiera una reunión de ellos. También son problemas
globales el cambio climático, la contaminación de las aguas, la energía
nuclear, el crecimiento demográfico, las guerras y tantos otros que solo podrán resolverse con
soluciones globales.
Resumiendo:
resulta que un planeta justo y habitable desde el punto de vista humano
necesita que cientos de millones de personas, los habitantes del mundo rico,
renuncien a buena parte de su bienestar; resulta que la cultura, en tanto que
reflexión sobre nosotros mismos, necesitaría que el mundo frenase, que se
tomase su tiempo para que las ideas pudieran cristalizar; y resulta que los
múltiples problemas globales que amenazan a la humanidad exigen soluciones
globales, es decir, una unión de los poderes del mundo para combatirlos.
Total nada.
"No veo a los europeos o estadounidenses renunciando, por poner dos ejemplos, a sus coches, sus cosméticos o sus móviles inteligentes. Pero sin esas renuncias, una igualdad sostenible es inalcanzable."... Bueno,yo creo que lo que se nos está tratando de decir es que este estado de bienestar del que hemos gozado, sobre todo en Europa, ha sido un paréntesis en la historia, en el siglo XIX o hasta mediados del siglo XX un obrero no podía permitirse el lujo de tener vacaciones o irse a un balneario (o spa, como le dicen ahora) esos eran privilegios de la burguesía, y ahora se trataría de volver a eso, una pequeña minoría privilegiada y el resto de la humanidad repartiéndonos las migajas, no me convence la verdad, es cierto que no toda la humanidad puede vivir como burgueses, entonces que nadie viva como burgués, busquemos un sistema que permita que todos tengamos el mejor nivel de vida posible, sin grandes lujos ni grandes desigualdades.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. Precisamente por eso, por lo que ha costado que los obreros puedan ir a un spa, es por lo que veo difícil solución a la situación global. Cuando no tienes nada es fácil conformarte con unos mínimos. Cuando la gente probamos el lujo, aunque sea de mentirijillas, es difícil renunciar a él.
EliminarSería un ejercicio interesante para economistas calcular y describir cómo podría ser el nivel de vida de un humano medio en un mundo igualitario.
Yo nunca he ido a un spa, aunque reconozco que soy un bicho raro, por lo que no me costaría mucho renunciar a él, si tengo coche, por ejemplo, y me costaría renunciar a él, pero lo haría gustoso si es por conseguir un mundo mejor, pero que renuncien antes los que tienen Audis y Mercedes y yates y aviones privados.
EliminarPor supuesto, primero los de los audis, pero... ¿es bastante? Mi pesimismo viene precisamente porque me temo que las sacrificios necesarios para conseguir "un mundo mejor" alcancen a la mayoría de los habitantes del mundo occidental. No olvidemos que nuestros coches, aunque sean tartanas, son audis comparados con los medios de transporte de buena parte del mundo.
EliminarMe interesa mucho lo de un "mundo mejor". ¿Sabrías definirlo?
Pues podríamos empezar por lo más básico,sería mucho mejor solo con conseguir que la gente no se muriera de hambre o de enfermedades fácilmente evitables solo con hacer que tuvieran acceso a agua potable o a preservativos.
EliminarNo es tan fácil. En África, en 1960 había 450 millones de personas. En 2010, pese a todas las penalidades, 1000 millones.
EliminarNo digo que esté bien que mueran de hambre o malaria, claro, pero las soluciones deben estar coordinadas y enfocadas a los sistemas. En caso contrario, podemos agravar el problema en vez de resolverlo. Por eso además de alimentos hay que promover medios de producción, formación intelectual y profesional, planificación familiar…
En este sentido, lo de los preservativos es muy buena idea, pero no basta con lanzarlos desde aviones: hay que convencerles de que es bueno usarlos. Para ello hay que vencer reticencias culturales y religiosas, incluyendo aquí algunas religiones que hemos exportado desde Europa.
A lo que voy, y es mi tesis y la causa de mi pesimismo, es que los problemas a los que nos enfrentamos no son fáciles de resolver ni siquiera con buena voluntad.