lunes, 19 de febrero de 2018

¿Por qué vuelvo por aquí?


Una de las preguntas que, parece razonable, se hace todo aquel que se hace preguntas es ¿qué hacer, encerrarse en uno mismo o salir hacia fuera y actuar sobre el mundo?

A estas alturas de la historia tenemos experiencias suficientes como para saber que actuar sobre el mundo es un desastre: cada vez que a alguien se le ha ocurrido imponer su idea sobre cómo deberían ser las cosas, las consecuencias han sido impredecibles, si no desastrosas.

No voy a hablar de los que se levantaron en armas para defender proyectos personalistas, supuestos religiosos o visiones megalómanas y unificadoras: el dolor que provocaron excedió en tanto al bienestar que lograron para sus congéneres que es ridículo hacer balance.

Tampoco proyectos más altruistas tuvieron demasiado éxito: las revoluciones francesa y rusa surgieron de un verdadero deseo de felicidad para la humanidad pero se convirtieron en dos manifestaciones más del terror que los humanos somos capaces de ejercer sobre nosotros mismos.

Con lo anterior no quiero decir que no saliese nada bueno de unos u otros acontecimientos: de acciones tan enormes siempre sale algo bueno. Lo que ocurre  es que suele ser sin querer.

El mundo es un sistema de una complejidad inabarcable por la mente humana. Esto que digo es una obviedad dado que nadie ha sido capaz hasta la fecha de predecir con un mínimo de exactitud el devenir de los acontecimientos. Ningún filósofo ilustrado predijo la guillotina. Y menos aún a Napoleón.  A lo que voy es que, siendo verdad que se puede actuar sobre el mundo desarrollando, por ejemplo, un sistema de contacto entre amigos, las consecuencias son impredecibles: Facebook.

Siendo esto así, siendo que no soy capaz de predecir las consecuencias de mis actos, ¿tiene sentido que actúe?

Lo que me sale es decir que no. Lo que me sale es replegarme melancólicamente en mi agujero, dejar que la vida pase a mi alrededor interfiriendo con ella lo mínimo posible, engolfarme con mis libros y mis músicas y suspirar melancólicamente mientras rememoro las utopías soñadas.

Pero, siempre hay un pero, resulta que mi agujero no es tal. Mi agujero es un lugar privilegiado, como corresponde a un privilegiado: soy de una constitución física, sexo, clase, raza, época y hasta continente privilegiados, por lo que eso de replegarme a mi agujero resulta bastante mentiroso. Replegarme a mi paraíso sería excesivo, porque no lo es, pero replegarme a mi refugio sí que sería adecuado, en particular porque mucha gente no tiene refugio de ninguna clase. 

Lo malo es que mi refugio no me concede el olvido. Mi refugio no me aísla por completo del mundo. Sé lo que pasa fuera, y me duele. A veces afectivamente, a veces intelectualmente. Sea como fuere, el mundo me duele.

¿Entonces? La contradicción es el signo de los tiempos. La complejidad de la vida no admite posiciones simples. Solo se me ocurre abrirme y replegarme a la vez; salir en plan guerrillero y volver rápidamente a la seguridad de mi refugio; soltar incendiarias octavillas desde dirigibles y volver a mi cueva a componer poemas a la luna; gritar versos y resolver ecuaciones; agitar el caos y replegarme a mi orden melancólico.

Eso es exactamente lo que se me ocurre: agitar el caos y replegarme a mi orden melancólico.

Por eso vuelvo por aquí.

7 comentarios:

  1. Buenas, me alegro que hayas vuelto, entraba de vez en cuando para comprobarlo.

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    1. A mí me alegra encontrarte por aquí.

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    2. Por cierto, tenías una sección llamada "sector 17" que me parecía muy interesante, con un argumentario ateo que es de lo más completo que he visto sobre el tema. ¿Lo has eliminado?

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    3. Precisamente estoy revisando, corrigiendo y ampliando lo que llamé FAQs escépticas con la idea de que quede más "redondito". Con tu permiso, voy a utilizar lo de "Argumentario ateo"" como subtítulo: me ha gustado.
      Informaré de mis progresos.

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    4. Gracias, estaré atento, me interesa el tema.

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