
Introduciendo un único elemento fantástico,
pero ¡qué elemento!, la transformación de Gregorio Samsa en insecto, vemos cómo
la familia burguesa se comporta ante lo distinto: al principio se ocupan de él,
sí, pero le ocultan y, con el paso del tiempo, le desprecian y hasta deciden prescindir
de él. Muy interesante en este sentido es el pensamiento de la hermana acerca
de que debería salir de él mismo el desaparecer
y dejarles en paz.
También la sociedad le da la espalda: el
enviado de su jefe simplemente huye al ver su transformación; la segunda chacha
le llama bicho y le tortura; y los tres huéspedes, símbolos de la autoridad, consideran
que su mera presencia hace indigna a la toda la casa.
Hay una escena a la que nunca le di
importancia, y es la que explica que se ha aficionado a corretear por paredes y
techo. Es una consecuencia lógica de su transformación, claro, pero también es
un símbolo, como todo: él, Gregorio, hace ahora cosas increíbles, se escapa de la
vulgaridad del suelo, se eleva por las paredes. Sin embargo, lo que debería ser
motivo de admiración, solo produce un rechazo aún mayor incluso en su propia
madre.
Son dos los pecados de Gregorio Samsa:
haber cambiado, ser ahora distinto, por un lado, y por, otro, y como
consecuencia, haber dejado de ser el sostén económico de la casa.
Extravagante e improductivo. En este mundo no se puede
ser nada peor.