Veo en el Matadero una
exposición sobre la obra de las Guerrilla
Girls. Es gracioso, interesante, es posmoderno eso de la guerrilla urbana,
y cachondo pensar lo que les joderá a los pijos de los neoyorkinos que los
tachen de machistas, racistas y conservadores en general.
Pero son muy superficiales,
porque todo su diagnóstico acerca de la diferencia enorme que hay entre la
presencia del hombre blanco en el arte y la de mujeres y gente no blanca es que
se debe únicamente a una especie de confabulación, de complot de los galeristas.
Hay discriminación, claro que
sí, y prejuicios, pero ¿confabulación? No, no lo creo. Pienso que es aún peor:
no hay un acuerdo entre los galeristas o los directores de los museos para
excluir a unos u otros. Simplemente, se dejan llevar de sus prejuicios, de las
costumbres, de los circuitos establecidos, de las reglas no escritas, de las
relaciones de amistad, de los intereses económicos, y los excluyen.
Las teorías de la
confabulación son contraproducentes porque simplifican el problema y hacen
creer que es fácil de resolver, cuando no lo es. La culpa no es de unos cuantos hombres poderosos. Ni siquiera de los
hombres como sexo. Es del sistema, de la especie, de la evolución, de la pendiente
historia. Si queremos acabar con la discriminación no basta con señalar a un
grupo de conspiradores: hay que entender
cuánto hay de genético y cuánto de histórico en los prejuicios y realizar un
enorme esfuerzo de civilización para neutralizarlos, y esto tanto en los que
excluyen como en aquellos que se autoexcluyen por no sentir la motivación suficiente
para entrar en el juego.
En cualquier caso, insisto, siempre es bueno que haya gente que toque las narices.
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