Creer
es un término de uso problemático. La primera acepción de la RAE dice que
es ‘tener
por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o
demostrado’. Sin embargo, la tercera
define el término como ‘pensar, juzgar, sospechar algo o estar persuadido de
ello’. Así las cosas, creer significa
una cosa y la contraria. Por eso yo procuro no mezclar los dos sentidos y uso creer solo en su primera acepción,
mientras que procuro decir pienso
cuando lo que quiero decir es ‘pienso’.
Me
explico: yo no “tengo por cierto” que existen otras mentes distintas de la mía
porque sí, sino porque mi entendimiento me dice que es la teoría más cómoda
para vivir y porque me evita tener que buscar explicaciones al hecho de mi
unicidad.
Mi posición acerca de los unicornios, por
ejemplo, no se expresa fielmente con la frase no creo en los unicornios, sino con un sencillo, pienso que no hay unicornios. No se
trata de una apuesta, ni una convicción: solo de la consecuencia de reflexionar
acerca de las evidencias que tenemos sobre su existencia: ninguna.
Yo no creo (primera acepción) en nada.
Naturalmente, habría que precisar el sujeto de la frase anterior: me refiero a
mi yo consciente. Otras partes de mi cerebro sí creen en cosas. Por ejemplo, en
el tiempo. Mi yo consciente sabe que no existe, pero mis otros yoes se empeñan
en sentir su paso. Hay otras creencias que andan por ahí disimuladas en el
propio lenguaje. Por ejemplo ese yo
que metemos, implícita o explícitamente en frases como la que abre este
párrafo. Mi yo consciente sabe que lejos de ser una unidad soy, en realidad,
una “república de mentes”, un montón de programaciones a veces armónicas a
veces contradictorias que compiten por los limitados recursos de mi cuerpo.
Pero el lenguaje, y no querer ponerme pesado con estas disquisiciones cada vez
que entro en conversación, se empeña en sacar a pasear cada dos por tres a mi yo y, encima, hacerlo rodeado de fuertes
referencias temporales.
Rectifico pues: mi yo consciente no cree en
nada: lo que hace es manejarse para la cosa de la vida con una bonita colección
de hipótesis de trabajo que residen en mi memoria acompañadas de las experiencias
y reflexiones que presuntamente las provocaron.
Estas hipótesis de las que hablo son
ontológicamente débiles, en el sentido de que no postulan la existencia de
tales o cuales seres sino que, de entre las ficciones que nos hemos inventado,
son las que me resultan más útiles para manejarme con el mundo. Un ejemplo: mi
hipótesis acerca de las otras mentes no es exactamente que existan otras mentes, sino que la ficción otras mentes es más interesante y útil que la ficción soy la única mente del cosmos.
Llegados a este punto, seguro que habrá quien
siga pensando que yo creo en algo. Si este es tu caso, estimado lector, es que no has entendido
nada.
Interesante, igual mi mente funciona de un modo más simple y ello me hace más ignorante de mi desconocimiento.
ResponderEliminarDices que no crees, y para evitar la otra definición de creer hablas de pensar. Al final, ni creemos, ni pensamos, ni somos o en cualquier caso no sabemos que es lo que somos.
Y aunque ya no piense que creas en nada, tampoco entiendo nada.
No creo que no entiendas nada...
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