Otro punto de vista, el más extendido, es
que el sentido común es esa forma de entender el mundo que comparte el común de
los mortales. La definición del DRAE no deja lugar a dudas: “Modo de pensar
y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas”, aunque algunos, a
los que podríamos calificar como optimistas, relacionan el sentido común con lo
racional o lo razonable.
Pero
ahora, gracias a los mandatarios españoles, tenemos una nueva acepción: sentido común es lo que piensan ellos.
Cuando defienden una ley o una actuación lo hacen diciendo que es de sentido
común. Cuando se oponen a la actuación de otros, lo hacen diciendo que es contraria
al sentido común. Acompañan estas manifestaciones con otras opiniones
igualmente tajantes: lo que ellos proponen no solo es “lo que dicta el sentido común”,
sino también “lo que hay que hacer”, “lo único que se puede hacer” y, por su
fuera poco, “lo que quiere todo el mundo”.
Frases
de este estilo las ha dicho un tipo con motivo de las manifestaciones y huelgas
que van a coincidir estos días con la visita de los inspectores del Comité Olímpico
Internacional, aunque son habituales entre sus correligionarios. Ha aludido a
la responsabilidad de todos para que todos se la envainen y se hagan los buenecitos
mientras que nos inspeccionan, no vaya a ser que se vaya el negocio al garete.
Lo
que me importa ahora no es que el negocio sea de los de siempre y no de la mayoría.
Lo que me importa ahora no es que al COI le importe tres narices que hacer deporte
en Madrid sea una heroicidad. Lo que me importa señalar ahora es que estoy
harto, estoy hasta los cojones de que hablen en mi nombre, estoy harto de que
tergiversen el sentido de la cosas, de que se erijan en heraldos de todos sin
excepción, que se arroguen, cual oráculos, el poder de conocer la verdad, los
pensamientos y los deseos de cada uno de nosotros.
No
sé si es de sentido común organizar ahora unos juegos olímpicos. No sé si la mayoría
está a favor o en contra. Lo único que sé es que conozco a algunos madrileños que
no lo quieren, y que me incluyo entre ellos, y que, por tanto, es falso que lo queramos
todos los madrileños, y que, por tanto, ofenden a la verdad cuando dicen que todos
lo queremos porque, sencillamente, y perdonadme la retórica, no es verdad.
Pero
esto de los juegos olímpicos, insisto, es un ejemplo, una anécdota. Lo
preocupante es que llevamos años sufriendo este discurso: las actuaciones no se
argumentan: simplemente se nos dice que son de sentido común, con lo cual no
solo nos la imponen sino que, de paso, nos llaman subnormales si no estamos de
acuerdo. Estoy hasta los cojones de que me falten al respeto una y otra vez. Si
no fuera una obviedad explicaría que todos estos tipos que hablan así no han
entendido jamás lo que significa la democracia. Para ellos no es la forma de
que el poder sea controlado y, de alguna manera, ejercido por la gente, sino el
juego que hay que jugar para detentar el poder.
Lo
malo es que las ideas calan. Entre mis alumnos, si la mayoría prefiere el
examen el martes hay que hacerlo en martes, aunque un compañero tenga ese día
que ir al hospital. La democracia es para ellos el poder de la mayoría. Por eso
se quedan a cuadros y confirman que soy un frikie cuando les digo que la
verdadera democracia se da cuando la mayoría respeta y defiende a las minorías.
Estoy
mezclando las cosas, lo sé, pero es que estoy preocupado. Durante un tiempo el
pensamiento único se
defendió con sesudos argumentos como el del fin de la historia
y esas cosas. Pero ahora hemos pasado a una segunda fase en la que, una vez
asumida su unicidad, nadie parece sentirse obligado a justificar nada: es que
las cosas son así, pensar lo contrario es de locos o de terroristas y punto
huevo.
Sé
que lo hacen a posta. Sé que les dictan las frases desde sus think tanks, desde esos antros en los que
un puñado de canallas desarrolla sus estrategias de comunicación. Sé que si
dicen esas cosas es porque saben que a muchos les lleva al huerto y a otros nos
jode. Sé que la estrategia del estás
conmigo o contra mí es más vieja que la civilización, pero como yo no tengo
estrategas cubriéndome apoyándome, ni me arropa ningún grupo, ni cuento con
espectaculares escenarios, no me queda más remedio que cabrearme y gritar a los
cuatro vientos lo que debería de ser una obviedad: nadie, absolutamente nadie, ni
la gentuza que manda ahora ni la que ha mandado en otras ocasiones, habla en mi
nombre.
Porque,
y termino, esta es la mayor de las humillaciones: nos roban la libertad del día
a día; nos roban el dinero; nos roban el país; nos roban hasta la historia; pero
pretender robarnos los pensamientos es el colmo, es el puto colmo.
no se si me jode mas que me digan que es de sentido común o que me digan que se hacen las cosas "como dios manda".
ResponderEliminarA la manipulación del lenguaje basada en hacer pasar por indiscutible lo que no es sino opción ideológica, añadamos la de arrogarse el derecho de hablar por absolutamente toda la población, incluso la que está en total y absoluto desacuerdo con el gobernante. De esta última perversión tenemos una larga experiencia en el País Valenciano.
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