¿Qué pasa, que los profesores nos abrigamos
menos que el resto? Pues no. Lo que pasa es que sufrimos como nadie el efecto apelotonamiento, que
es el factor más importante en la transmisión de virus como la gripe o el
resfriado o de bichos más grandes como los piojos: meta usted treinta niños en
un aula, déjeles hablar, toser, comer, cantar, abrazarse, pegarse, y habrá
usted conseguido que el virus vaya saltando alegremente de uno a otro con total
impunidad. Que también nos salte a los sufridos profesores o que se lo lleven
después a casa es inevitable.
Durante la Edad Media Europa se vio asolada
por terribles epidemias de peste. Una de las razones de su extraordinaria transmisión
es que en aquellos cristianos tiempos, las gentes, asustadas por la enfermedad
e invitadas por sus párrocos, abarrotaban las iglesias para rezar y pedirle a
su dios que les librase de ella, aunque con tal mala suerte que, en vez de
frenarla, favorecían la transmisión de la enfermedad al colocarse los rogantes tan
cerca unos de otros mientras desgranaban sus plegarias. Otra vez el efecto
apelotonamiento.
No todos los virus son trocitos de ácido
nucleico con su cubierta proteica. Algunos son inmateriales: pensamientos,
comportamientos, memes, que diría Dawkins, cosas intangibles que no transporta
el aire sino el lenguaje pero cuya transmisión también se ve favorecida por el
efecto apelotonamiento. Los humanos, cuando nos apelotonamos, tendemos a
identificarnos con el de al lado, a contaminarnos de sus costumbres, a imitar
sus actitudes. Cuando mantenemos las distancias la conciencia actúa, la razón
analiza, y decidimos qué aceptar y que no de aquello que nos llega. Pero
apelotonados no, apelotonados somos acríticos, estúpidos, carne de infección.
Solo esto explica la propagación de la corrupción, del compadreo, del
nepotismo, y que gente que se considera a sí misma honrada sea capaz de robar
con total desvergüenza.
Para combatir la gripe, más que abrigarse,
que sirve de poco o de nada, hay que mantener una higiene exquisita y, desde
luego, alejarse como de la peste de quienes ya están infectados.
Pues eso.
Lo primero que se me viene a la cabeza al leer apelotonamiento es pelotón. De pelotón solo conozco dos: de fusilamiento y de ciclismo. ¿Cuál será mejor remedio para el mal que señalas, el primero o la escapada?
ResponderEliminarchusi
Lo de la escapada siempre es tentador, aunque al final te quedas solo. Lo de fusilar no suele dar buenos resultados, porque en eso ellos son expertos. Quizá lo mejor sea hacer con todos ellos una gran pelota y mandarlos a paseo de una gran patada de honradez.
EliminarLa solución es mas sencilla de lo que parece: Justicia. ¿Por qué no se hace justicia con los corruptos?
ResponderEliminarSe me ocurren dos razones para que no se haga justicia con los corruptos: 1) la justicia es ineficaz; 2) la justicia también está corrompida.
EliminarLa primera tiene a su vez muchas razones: presupuestos ridículos; la herencia franquista; procedimientos obsoletos...
La segunda tiene una etiología más profunda: somos un país sectario: a nadie le importa cómo piensas, solo a qué grupo perteneces. Somos cainitas de nacimiento, lo cual me hace caer en otra de las causas de la corrupción de la justicia: la religión de algunos de nuestros jueces.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa conciencia moral es como una planta exótica, delicada, y que requiere atención y cuidados constantes, porque puede venirse abajo al menor descuido. Ahora bien, hay climas morales más adecuados para que esa planta prospere, y otros que le son muy, pero que muy adversos. El de la sociedad española, me temo, se cuenta entre los segundos.
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