miércoles, 4 de marzo de 2009

Vivir el presente

Eso de vivir el presente, de preocuparse únicamente por el presente porque es lo único que existe, la cosa del carpe diem y demás, es algo que aparece con frecuencia entre las expresiones de los que, escépticos, intentamos expresar nuestra forma de ver el mundo.

Y está muy bien: refleja esa desconfianza hacia todo de quienes no hemos encontrado ninguna justificación aceptable a las posiciones optimistas respecto del futuro.

Esto no quita, sin embargo, para que afirmaciones del estilo de “yo vivo al día”, no tengan el más mínimo sentido. Si fuese verdad que solo nos preocupa el momento presente no iríamos a trabajar, ni al médico, ni nos preocuparíamos de nuestras obligaciones tributarias. Tampoco sacaríamos entradas con antelación, y es muy posible que le dijésemos a vecinos y familiares lo que realmente pensamos de ellos. Nadie que no pensase en el futuro se preocuparía en empezar una novela de Tolstoi, y mucho menos pasaría por el martirio de ensayar una y otra vez las primeras escalas de la guitarra. Y lo de aprender un idioma extranjero, ni te cuento.

Si actuamos de modo contrario a cómo acabo de describir es porque sí nos preocupa el futuro. Posiblemente no tanto como a otros, no a un plazo tan largo como quien suscribe planes de pensiones, pero nos preocupa. Quizá el plazo se más corto, de días en algunos casos, pero en cualquier caso nos preocupa.

Esto me lleva a plantear la siguiente cuestión: ¿cuál es el plazo que, de un modo razonable, debemos tener en cuenta? Hace ya mucho tiempo servidor se licenció en matemáticas. Aquello me supuso cinco años de esfuerzos. Hoy no me arrepiento, pero, ¿fue una locura? ¿Fui un irresponsable al embarcarme en un proyecto que implicaba tal exigencia temporal?

Me gustaría vivir el presente. Solo el presente. Eso implicaría que el pasado no me rondaría cual mosca cojonera por ahí por la cabeza todo el santo día con sus recuerdos de ridículos y frustraciones. También implicaría que no le prestaría atención al futuro y, por tanto, a todas las exigencia de ese que seré en el mañana: estoy harto de que me diga que me cuide, que no coma, que no beba, que haga deporte, que cuide las cosas que mañana serán sus cosas. En definitiva: estoy harto de que me obligue a pensar en el futuro, en ese tiempo que no será mío, sino suyo.

Mi pregunta es: ¿dónde está la frontera?

3 comentarios:

  1. Yo suelo decir que cada segundo que pasamos pensando en el futuro, se lo robamos al presente y lo perdemos en el pasado; pero he de reconocer que tienes razón, incluso iría más allá... el presente, en sentido extricto, no existe, todo lo que llamamos presente es en realidad pasado pues en el momento en el que lo percibimos ya pasó. En nuestra forma de mirar el tiempo es inmediato, es... presente... pero si nos aislamos de las escalas temporales por las que nos regimos, nos damos cuenta de que el tiempo que pasa desde que ocurre un acontecimiento hasta que realmente lo procesamos puede ser una autentica eternidad para la picogalaxia de los átomos de los que estamos hechos y cualquier electrón ha dado unas cuantas vueltas al nucleo al que se encuentra ligado.

    Por las mismas, esas estrellas que miramos por las noches, que las percibimos como presente, puede hacer mucho que dejaron de existir, dejaron de ser presente y si nos transportamos al universo en el que las galaxias se contemplan unas a otras en términos de millones de años luz, dos, cinco o cincuenta años pueden seguir siendo presente inmediato.

    Yo creo que vivir el presente no es simplemente ignorar el futuro inmediato, ni tan siquiera ese que no parece tan inmediato (hay gente que podría tardar muchos años en leer a Tolstoi) vivir el presente es simplemente no agobiarse por lo que viene despues, no tener necesidad de recapacitar sobre las consecuencias de algun que otro acto. Aquel que vive el presente tendrá más tendencia a decir lo que piensa y a no dejarn para mañana lo que pueda hacer hoy... porque mañana... como tal, por definición... tampoco llega nunca.

    ResponderEliminar
  2. Cuando oí hablar del karma por primera vez y del samsara me pareció una barbaridad, una crueldad, algo ajeno a mi cultura. Dejando de lado la cuestión de la acumulación de karma y la reencarnación para pagar la supuesta deuda de despropósitos cometidos, hay algo que no nos es tan ajeno y es que toda acción tiene sus consecuencias y repercusiones y eso no hay quien lo pare.
    Mi incapacidad para vivir el presente está basada en esas repercusiones que me llenan de miedo. Cada sí y cada no nunca son autónomos. No quiero quedarme sin billete para las vacaciones porque quedarse sin ellas es ¿de tontos?, ¿no se podrá descansar bien sin exotismo?, ¿me quedaré sin ver la remodelación de no se qué edificio y después haré el ridículo en una conversación? ¿estaré menos moreno que los otros y tendré una pinta enfermiza?
    Aunque, si bien se piensa, las repercusiones de este presente tan acomodaticio que tenemos muchos son casi todas intelectuales. No son del tipo: Si no curro en el andamio porque me quedo extasiado tomando el sol mi familia no come hoy.

    ResponderEliminar
  3. Estoy plenamente de acuerdo con Outsider: el gran tuco es no agobiarse por lo que viene después, y por dos razones: una es la que apunta: una preocupación excesiva por las consecuencias de nuestros actos nos atenaza, nos priva de libertad, de alegría y de posibilidades, como irónicamente explica Anónimo.

    Pero hay otra razón: el futuro es impredecible: por mucho que nos informemos, por mucho que reflexionemos, a lo más que podemos llegar a meras especulaciones, a imprecisos cálculos de probabilidad acerca de la influencia de nuestras acciones. Si perdemos los billetes para Exotistán quizá nos estemos librando de unas inundaciones o un ataque de la guerrilla local. Perder el tren puede significar tener un día por delante para hacer eso que nunca tuvimos tiempo de hacer y, quién sabe, conocer al amor de nuestra vida... o al menos al de esa tarde porque, ¿quién sabe qué pasará en el futuro?

    ResponderEliminar