martes, 17 de julio de 2018

El paseo de Chagall

Vi hace unos días este cuadro en la exposición Chagall. Los años decisivos, 1911-1919  en el Guggenheim de Bilbao. 


En la pintura vemos a una pareja que ha ido de paseo a las afueras del pueblo. En el suelo, la mantita con el vino. De pie, el hombre, Marc, mira feliz a cámara con el brazo izquierdo levantado y la palma de su mano hacia arriba. Ella, Bella, se apoya su palma en la de él para flotar, para bailar en el aire.

Me ha encantado el detalle de las manos, porque la imagen, conocida, siempre la interpreté con cierta tensión, porque veía que la mujer podría volar, seguir ascendiendo como un globo de hidrógeno y que era él, sujetando su mano, quien lo impedía. Veía felicidad, el cuadro en esto es obvio, pero también veía a un hombre-tierra sujetando a una mujer-aire.

Pero no: en el cuadro de Chagall no hay sujeción ni amarre: tan solo muestra a un hombre feliz y a una mujer que vuela mientras juntan las palmas de sus manos.

miércoles, 11 de julio de 2018

Por el camino de Swann


Resultado de imagen de por el camino de swann alianza editorialAcabo de terminar de leer Por el camino de Swann, primer volumen de En busca del tiempo perdido, de Proust. Hay lecturas que olvidas y otras que te acompañan toda la vida. Pero aun entre estas últimas cabe muchos distingos: están las de iniciación y las reveladoras; están las que pusieron nombre a emociones apenas intuidas; están las que aportaron frases, imágenes, argumentos fundacionales; están las que me hicieron feliz y las que me ayudaron a aguantar; están las que me motivaron a ser y las que me avisaron de los peligros de ser demasiado; están las que me hicieron soñar. Pero aun entre todas estas cabe distinguir un puñado que lograron algo más, algo increíble, extraordinario: hacerme creer que no estaba solo.

Al leer Por el camino de Swann desde el otro lado de la vida me he dado cuenta de que en aquellos tiempos me enamoré del pequeño Marcel, pero no de Swann. Hoy, sin embargo, he visto en Swann un camarada, posiblemente un amigo. Y he entendido al narrador que revisa melancólicamente su existencia, que desgrana con minuciosidad de orfebre o cirujano sus recuerdos en un intento patético de comprender y de fijar, de capturar  aquellos tiempos en palabras y frases.

Hace treinta seis años, al leer sobre ese niño bien que lo miraba todo con un detalle enfermizo y que sufría cada uno de los instantes de los días que preveía que su madre no iba a darle el beso de buenas noches, supe que no estaba solo. Hoy, al leer las penas de Swann, me asombro de lo poco que aprendí de su lectura y me lamento de los dolores que me hubiese evitado si hubiese leído su historia como si fuese un manual para la vida o si, mejor aún, le hubiese tenido como amigo.