A la derecha española, a casi toda, desde el
centro derecha del PSOE a la derecha y extrema derecha del PP, les gusta
decirse de centro. Esto en sí ya resulta raro, porque no hay tanto centro para
tanto intervalo.
Si representamos las políticas económicas posibles
en un eje de modo que las más liberales queden a la derecha y las más
centralizadas a la izquierda, lo cual es una tremenda simplificación, ¿dónde
ponemos el centro? El asunto es que una recta no tiene centro. O tiene infinitos,
si lo prefieres: cualquier de sus puntos la divide en dos semirrectas iguales.
Entonces ¿cómo hacemos elegir un centro? Pues señalando los extremos de un
intervalo. Dado un intervalo, tenemos un centro. Pero, es obvio, este
procedimiento hace del centro un concepto muy relativo: basta mover los
extremos para mover el centro.
Pensemos en unos tipos cuyas únicas
soluciones a una crisis económica son despedir trabajadores, reducir salarios,
desahuciar a la gente de sus casas, congelar las pensiones y recortar las
ayudas sociales. Pensemos en ellos, pensemos que se dicen a sí mismos de centro,
y pensemos en consecuencia dónde han puesto ellos los extremos. ¿Qué se imagina
por su derecha? ¿Qué puede haber más a la derecha? ¿Esclavismo?
Una consecuencia de llevar el centro tan a
la derecha es que el lado izquierdo se ve desplazado al extremo, de modo que
cualquier idea progresista se convierte, por definición, en extremista y, por
añadidura, en peligrosa. Así, de un plumazo, simplemente por repetir una y otra vez que ellos son de
centro, nos colocan a todos los demás en las fronteras del sistema, si no fuera,
donde nos pueden tildar de utópicos y revolucionarios, cuando no de terroristas.
Otro engaño relacionado con el centro es
ver la política como una recta, pensar que la política tiene una única magnitud
que pueda graduarse de izquierda a derecha, cuando no es así. La vida es
tremendamente compleja, y la política trata de todos los aspectos de la vida.
Alguien puede defender el libre mercado pero estar a favor del aborto. Se puede
ser católico y republicano. Se puede defender un modelo mixto de economía y abogar
por la enseñanza pública, o por la privada, o por las dos. Son muchas las
dimensiones de la actividad humana y en cada una de ellas podemos fijar extremos
y un centro, y cruzar todas esas líneas en un espacio multidimensional y buscar
en ese mundo de lo posible lo que queremos. Lo que no se puede es reducirlo
todo a la simpleza de izquierda o derecha.
Intentan engañarnos. Lo intentan trampeando
la regla para mandarnos a las orillas y colgarnos el cartel de extremistas peligrosos
y asustar así al personal. Lo intentan haciéndonos creer que el centro es
uno, que se es de centro en todo, que todo es un paquete, y así mezclan economía
con moral, macroeconomía con microeconomía, los beneficios de las empresas con
los sueldos de los trabajadores.
Pero las cosas no son así: el centro está
donde decidamos que esté. Querer una enseñanza y una sanidad públicas de
calidad no es de extremistas. Querer meter en la cárcel a los corruptos no es
de extremistas. Querer pensiones y sueldos dignos no es de extremistas. Querer
que la gente pueda hacer con su mente y su cuerpo lo que le venga en gana no es
de extremistas. Querer el bienestar de la inmensa mayoría de los seres humanos no
es ser extremista: es estar muy, pero que muy centrado.