domingo, 8 de junio de 2014

El centro

A la derecha española, a casi toda, desde el centro derecha del PSOE a la derecha y extrema derecha del PP, les gusta decirse de centro. Esto en sí ya resulta raro, porque no hay tanto centro para tanto intervalo.

Si representamos las políticas económicas posibles en un eje de modo que las más liberales queden a la derecha y las más centralizadas a la izquierda, lo cual es una tremenda simplificación, ¿dónde ponemos el centro? El asunto es que una recta no tiene centro. O tiene infinitos, si lo prefieres: cualquier de sus puntos la divide en dos semirrectas iguales. Entonces ¿cómo hacemos elegir un centro? Pues señalando los extremos de un intervalo. Dado un intervalo, tenemos un centro. Pero, es obvio, este procedimiento hace del centro un concepto muy relativo: basta mover los extremos para mover el centro.   

Pensemos en unos tipos cuyas únicas soluciones a una crisis económica son despedir trabajadores, reducir salarios, desahuciar a la gente de sus casas, congelar las pensiones y recortar las ayudas sociales. Pensemos en ellos, pensemos que se dicen a sí mismos de centro, y pensemos en consecuencia dónde han puesto ellos los extremos. ¿Qué se imagina por su derecha? ¿Qué puede haber más a la derecha? ¿Esclavismo?

Una consecuencia de llevar el centro tan a la derecha es que el lado izquierdo se ve desplazado al extremo, de modo que cualquier idea progresista se convierte, por definición, en extremista y, por añadidura, en peligrosa. Así, de un plumazo, simplemente por  repetir una y otra vez que ellos son de centro, nos colocan a todos los demás en las fronteras del sistema, si no fuera, donde nos pueden tildar de utópicos y revolucionarios, cuando no de terroristas.  

Otro engaño relacionado con el centro es ver la política como una recta, pensar que la política tiene una única magnitud que pueda graduarse de izquierda a derecha, cuando no es así. La vida es tremendamente compleja, y la política trata de todos los aspectos de la vida. Alguien puede defender el libre mercado pero estar a favor del aborto. Se puede ser católico y republicano. Se puede defender un modelo mixto de economía y abogar por la enseñanza pública, o por la privada, o por las dos. Son muchas las dimensiones de la actividad humana y en cada una de ellas podemos fijar extremos y un centro, y cruzar todas esas líneas en un espacio multidimensional y buscar en ese mundo de lo posible lo que queremos. Lo que no se puede es reducirlo todo a la simpleza de izquierda o derecha.

Intentan engañarnos. Lo intentan trampeando la regla para mandarnos a las orillas y colgarnos el cartel de extremistas peligrosos y asustar así al personal. Lo intentan haciéndonos creer que el centro es uno, que se es de centro en todo, que todo es un paquete, y así mezclan economía con moral, macroeconomía con microeconomía, los beneficios de las empresas con los sueldos de los trabajadores.

Pero las cosas no son así: el centro está donde decidamos que esté. Querer una enseñanza y una sanidad públicas de calidad no es de extremistas. Querer meter en la cárcel a los corruptos no es de extremistas. Querer pensiones y sueldos dignos no es de extremistas. Querer que la gente pueda hacer con su mente y su cuerpo lo que le venga en gana no es de extremistas. Querer el bienestar de la inmensa mayoría de los seres humanos no es ser extremista: es estar muy, pero que muy centrado.

jueves, 5 de junio de 2014

Textos sagrados

Hay gente que cree en textos sagrados, textos relacionados con la divinidad y fuera de los cuales nada existe. En ellos se describe la verdad y se prescribe lo que está bien y lo que está mal. Son, por definición, inmutables, como lo es la Verdad que contienen. Escritos por humanos poseídos por algún espíritu intermediario o por la propia divinidad, son reflejo, en la medida de lo posible, del pensamiento de dios, el cual, al tener que expresarse en el limitado pensamiento humano, lo hace con frecuencia mediante metáforas y parábolas que han ser de interpretadas por sabios sacerdotes especialmente adiestrados.

Pensaréis que estoy hablando de la Biblia, del Corán, de los Vedas, y libros así, ¿no? Pues podría ser, pero no; hablo de la Constitución Española. Ayer, el Fiscal General del Estado ha dicho “lo que no está en la Constitución no existe en la vida política y social de España”. Es genial. Es sublime. Es un criterio ontológico extraordinario: para saber si algo existe o no basta ver si está en la Constitución. Tantos siglos de filosofía para descubrir ahora que la cosa de la existencia se resolvía tan fácilmente.

Sería para reírse si no fuese tan penoso, porque con frases así el Fiscal nos desprecia a todos, nos convierte en comparsas de un texto legal, en vez de defender lo que debería ser obvio, y es que los textos legales están para servirnos, y no para mitificarlos y adorarlos.

¿Hay que cumplir la Constitución? Sí, pienso que es las leyes hay que cumplirlas. Las sociedades que lo hacen son buenas sociedades. Pero las leyes se pueden cambiar. La propia Constitución Española incluye el mecanismo para hacerlo. De hecho, cuando el FMI, Merkel, Obama o quien fuera nos lo mandó, la cambiamos en una noche para calmar a nuestros acreedores. Entonces, ¿de qué estamos hablando?

Si os fijáis, los poderosos raramente dan argumentos: lo que hacen es descalificar al contrario moral, ética y hasta estéticamente. Cuando alguien hace eso, no argumentar, es porque no tiene argumentos. Por eso se meten con el estilo del contrario, o llaman al miedo, o invocan la tradición, o la unidad de todos, o esgrimen rancios valores morales y otros expedientes que nada dicen de los problemas reales de los que se trata pero que sirven para desprestigiar la imagen del contrario y así, de paso, su posición.

El debate sobre la monarquía es un claro ejemplo: como no tienen argumentos (desde luego, ninguno democrático) tienen que decir que la república en el pasado no funcionó bien (¿y la monarquía sí?); que hay que mantener el consenso (¿el de hace treinta y tantos años?); que no nos podemos salir de la constitución (¿ah, no?); o que los defensores de la república son perro-flautas, viejos que quieren rejuvenece, o seguidores del chavismo. Alta política, ¿verdad?

Todo esto recuerda muchísimo a la estrategia secular de la Iglesia Católica: ellos ya se dieron cuenta hace mucho tiempo de que lo mejor no es considerar que el otro es distinto, sino pecador. Pues eso somos los que queremos vivir en una república: somos malos. Y sin estilo, que no sé qué es peor.


Pues sea.

miércoles, 4 de junio de 2014

¿Monarquía?

Ante la abdicación del rey cabe una pregunta: ¿por qué no aprovechan para preguntarnos a los ciudadanos si queremos seguir con la monarquía o si, por el contrario, queremos pasar a la república?

Más allá de las muchas razones concretas y políticas que se esgrimen por ahí, hay una razón fundamental: la monarquía es esencialmente incompatible con cualquier tipo de pregunta porque, desde el mismo momento en que se acepta que es cuestionable, la monarquía deja de tener sentido. Me decía el otro día una amiga que si se hiciese un referéndum saldría a favor de la monarquía. Y es posible: seguimos siendo un país muy conservador, por no decir cobarde. Pero ese resultado lo único que haría sería retrasar lo inevitable dado que, si hoy nos planteamos la monarquía, también nos la podemos plantear mañana, pasado o dentro de cuatro años.

Claro, un sistema en el que la Jefatura del Estado se pone periódicamente en cuestión ya tiene nombre: república. Lo otro, que la Jefatura sea vitalicia y hereditaria, es otra cosa, es la monarquía, y debe ser incuestionable porque si no, ni vitalicia ni hereditaria.
No, nos pueden preguntar, saben que no nos pueden preguntar, porque eso es el principio del fin, es reconocer que puede terminar, que podemos pasar de ella.

Las razones que llevan a que presuntos socialistas defiendan la monarquía negándose a cualquier cuestionamiento son otra cuestión. Tienen que ver con el poder, con los intereses creados, con el detalle, con la realidad de este país sumido en la miseria.

Para terminar, quiero dejar clara mi posición. Me da hasta vergüenza decirlo, pero no hay que resistirse a decir la verdad cuando hace falta: la monarquía no es democrática, sencillamente porque escapa a la decisión de aquellos en quienes, teóricamente, reside la soberanía: la gente. No se trata, como pretenden algunos, de comparar dos sistemas políticos, de ver ventajas y desventajas; no se trata de que la república vaya a resolver más o menos problemas que la monarquía. Es algo mucho más básico: en la república la gente tiene el derecho de elegir a quienes han de ser las cabezas visibles del Estado. En la monarquía ese derecho se nos hurta.