sábado, 8 de marzo de 2014

Lo que todos queremos

Si el pronombre yo es engañoso, lo del nosotros (y su colega, el vosotros) no tiene nombre. A muchos de mis alumnos musulmanes les cuesta entender, al menos al principio, que el mundo no se divide en un nosotros islámico y un vosotros cristiano porque, entre los demás también hay, por ejemplo, gente atea.

Les cuesta, pero acaban entendiéndolo, cosa que no le ocurre a gente adulta y presuntamente formada, gente para la cual el mundo es sencillo, porque se constituye de dos categorías: nosotros y los demás, hecho que para ellos se plasma en una forma de ver la vida: estás conmigo o contra mí.

Lo terrible es que hay quienes incluso esto les parece demasiado complejo y optan por una única categoría: todos. Así, hablan alegremente de lo que “todos quieren”; de lo que “todo el mundo sabe”; de lo que “todos entienden”. En ocasiones, no por matizar sino para ser un poco más hirientes, califican y hablan de “la gente de bien”; “la gente sensata”; “la gente normal”…

Yo estoy harto, completamente harto de estos imbéciles de mente roma incapaces de entender que hay más, mucho más de lo que entra en sus mentes estrechas y mezquinas. Estoy harto de escuchar pontificar a gente como, por poner un ejemplo, el presidente del gobierno español, acerca de lo que todos pensamos o deseamos. Pero ¿cómo se atreve?; pero ¿cómo se le puede pasar por la cabeza saber lo que deseamos los demás?; pero ¿realmente se cree lo suficientemente listo como para comprendernos a todos los demás?

Me temo que sí: antes creía que los dirigentes políticos eran seres maquiavélicos que perseguían con inteligencia fines secretos. Pero en Rajoy solo veo un tipo mediocre que persigue fines miserables, un mediocre de la peor clase, aquella formada por quienes, inconscientes de su propia mediocridad, desprecian lo que no entienden. Y hay tantas cosas que no entienden…

Y no estoy hablando de sus ideas, que también me repugnan, por cierto: estoy hablando de que se atreva a erigirse en mi portavoz. No tiene derecho a eso. Tiene el poder que le dan unas leyes (por otra parte bastante cuestionables), vale, pero la realidad es la que es: una quinta parte de los habitantes del Estado Español votaron a su partido: ellos sabrán si con ese voto le concedieron el derecho de hablar por ellos, de interpretar sus deseos, sus pensamientos. Pero los otras cuatro quintas partes no lo hicieron. Yo no lo hice.


Muchas palabras llevo para decir algo en el fondo muy simple: siento mucha, mucha vergüenza cuando escucho a Rajoy hablar en mi nombre. Y luego les extraña que haya gente que se quiera independizar.

jueves, 6 de marzo de 2014

Hipótesis y creencias

Creer es un término de uso problemático. La primera acepción de la RAE dice que es ‘tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado’.  Sin embargo, la tercera define el término como ‘pensar, juzgar, sospechar algo o estar persuadido de ello’. Así las cosas, creer significa una cosa y la contraria. Por eso yo procuro no mezclar los dos sentidos y uso creer solo en su primera acepción, mientras que procuro decir pienso cuando lo que quiero decir es ‘pienso’.

Me explico: yo no “tengo por cierto” que existen otras mentes distintas de la mía porque sí, sino porque mi entendimiento me dice que es la teoría más cómoda para vivir y porque me evita tener que buscar explicaciones al hecho de mi unicidad.

Mi posición acerca de los unicornios, por ejemplo, no se expresa fielmente con la frase no creo en los unicornios, sino con un sencillo, pienso que no hay unicornios. No se trata de una apuesta, ni una convicción: solo de la consecuencia de reflexionar acerca de las evidencias que tenemos sobre su existencia: ninguna.

Yo no creo (primera acepción) en nada. Naturalmente, habría que precisar el sujeto de la frase anterior: me refiero a mi yo consciente. Otras partes de mi cerebro sí creen en cosas. Por ejemplo, en el tiempo. Mi yo consciente sabe que no existe, pero mis otros yoes se empeñan en sentir su paso. Hay otras creencias que andan por ahí disimuladas en el propio lenguaje. Por ejemplo ese yo que metemos, implícita o explícitamente en frases como la que abre este párrafo. Mi yo consciente sabe que lejos de ser una unidad soy, en realidad, una “república de mentes”, un montón de programaciones a veces armónicas a veces contradictorias que compiten por los limitados recursos de mi cuerpo. Pero el lenguaje, y no querer ponerme pesado con estas disquisiciones cada vez que entro en conversación, se empeña en sacar a pasear cada dos por tres a mi yo y, encima, hacerlo rodeado de fuertes referencias temporales.

Rectifico pues: mi yo consciente no cree en nada: lo que hace es manejarse para la cosa de la vida con una bonita colección de hipótesis de trabajo que residen en mi memoria acompañadas de las experiencias y reflexiones que presuntamente las provocaron.

Estas hipótesis de las que hablo son ontológicamente débiles, en el sentido de que no postulan la existencia de tales o cuales seres sino que, de entre las ficciones que nos hemos inventado, son las que me resultan más útiles para manejarme con el mundo. Un ejemplo: mi hipótesis acerca de las otras mentes no es exactamente que existan otras mentes, sino que la ficción otras mentes es más interesante y útil que la ficción soy la única mente del cosmos.

Llegados a este punto, seguro que habrá quien siga pensando que yo creo en algo. Si este es tu caso, estimado lector, es que no has entendido nada.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Optimistas

Optimista es el que cree en el progreso; o en la vida ultraterrena; o en pasados gloriosos. Lo es el que opina que la naturaleza es sabia; o que alguien inventará algo; o que, al final, saldremos adelante. Optimista es el que cree que sus éxitos corresponden a sus méritos: lo son quienes defienden el valor de la voluntad y el esfuerzo. Son optimistas los que creen en la verdad de la ciencia y en la ciencia de la verdad; o en el poder de la palabra. Y también lo son quienes ven en la música la encarnación de la idea y en el arte la salvación del ser humano. Son optimistas los predicadores del instinto y la espontaneidad (que no necesariamente los instintivos y los espontáneos). Es optimista la gente de izquierdas. Y los marxistas y los fascistas. Lo son quienes creen que tienen mucho que decir y los que dicen mucho. Son optimistas los que creen que alguien les está mirando y los que creen ser escuchados. También los que creen entender. Y los que creen que el hombre es bueno por naturaleza. Son optimistas quienes viven la ilusión de la libertad, presente o futura. Precisamente lo son quienes creen en el futuro. Lo es el jugador. Lo son el padre y la madre. Y el avaro y el pródigo. Y el que escribe su propio epitafio.

Optimista es, en suma, el que cree.