lunes, 12 de mayo de 2014

Por qué voy a votar

Hace unos días el presidente de la patronal CEOE, Juan Rosell, dijo que no estaban las cosas para que los parados se pusiesen exquisitos. Y tiene razón, siempre y cuando no nos salgamos de su despiadada lógica liberal. Lo que parece no saber Rosell es que hay muchas lógicas, y que aguantarse con lo que te den no es la única respuesta a la dificultad de encontrar un trabajo decente. También puedes optar por mandar el sistema a la mierda.

Esta gente habla como si realmente la historia hubiese terminado, como si el neoliberalismo salvaje y ramplón que propugnan hubiese llegado para quedarse. Tan convencidos están de haber neutralizado la amenaza comunista que no entienden que el aguante de la gente, por muy grande que sea, es limitado, y que puede llegar un momento en que el contrato social deje de merecer la pena.

Y no estoy hablando de ideologías o de derechos: estoy preguntándome por qué le debería a alguien merecer la pena trabajar duramente todo el día por un sueldo que no le permite vivir; o por qué debería comprometerse alguien con una empresa que puede ponerle de patitas en la calle porque sí; o por qué debería alguien fundar una familia, base de la sociedad según ellos mismos, sin tener ninguna garantía de futuro. ¿No sería de idiotas en estas condiciones trabajar y comprometerse con la empresa y con la sociedad?

Esta gente, no sé si llamarlos empresarios (sería injusto para alguno) o mejor esclavistas (el que no lo sea ya se excluirá él solo), quiere el chocolate y las tajadas. Quieren gente educada; respetuosa con las leyes; cumplidora de sus deberes sociales; proletaria (es decir, que contribuya con su prole a la sociedad) y consumidora de los bienes y servicios que producen las empresas, pero que todo eso lo hagan ganando sueldos de miseria y con una educación y una sanidad de mínimos.

Una de las cosas más difíciles de la vida es desear bien. Desear a secas es una chorrada. Es como esos que les gustaría ser caballeros andantes o princesas medievales. Eso no es desear, es soñar, por no decir que es una gilipollez, que es muy distinto. La patronal española no sabe desear, porque no es solo de gentuza, sino de idiotas, desear lo imposible, en su caso pagar sueldos de miseria pero que la gente siga consumiendo, como si los consumidores y los asalariados fuesen especies distintas. De empresarios inteligentes sería desear un país rico en el que una clase media casi universal consumiese compulsivamente sus productos. Pero desear la pobreza para casi todos y la riqueza para uno mismo y sus amigos no solo es de canallas, sino de imbéciles.

Últimamente, cada vez que me pongo a pensar en estas cosas acabo igual, decidiendo que no solo son gentuza, sino que, además, son tontos del culo, lo cual es malo, muy malo, porque de los codiciosos ni siquiera podemos esperar que generen riqueza. De hecho, no hay más que ver las crisis que montan. Las únicas décadas de paz y prosperidad que ha vivido Europa son las que median entre la Segunda Guerra Mundial y la crisis actual. Es algo sabido que el que parte de esa prosperidad llegase a todas las clases sociales, lo que se llamó estado del bienestar, se debió al miedo al comunismo soviético. Porque así es la cosa: solo con miedo son capaces los ricos de controlar su codicia. Con la caída de la unión soviética se han quedado sin miedo. Por eso necesitamos que vuelvan a sentirse amenazados, y la mejor forma de conseguirlo es hacer que su poder omnímodo se vea en entredicho.

No soy comunista: el comunismo se basa en presupuestos psicológicos e históricos que pienso que son incorrectos. Comparto con el anarquismo su rechazo al poder, pero no sus alternativas, que me parecen inviables. Desde luego, no creo en esta falsa democracia que vivimos. Pero, mientras esperamos a que alguien se le ocurra la solución a este desaguisado, las cosas están como están y no podemos permitirnos que la infinitesimal cuota de poder de la que disponemos, el voto, se vaya al enemigo. Por todo esto pienso que tenemos que votar. Pero de ninguna manera a los partidos que se reparten habitualmente el poder. Hay que votar a partidos que les provoquen miedo a los que mandan, que les haga pensar que, quizá, negociar y hacer concesiones no sea pecado. Hay que romper el bipartidismo.

Es posible que la socialdemocracia sea el único estilo de gobierno capaz de hacer posible la convivencia entre las distintas pulsiones humanas. Estamos tan locos... El problema es que la social democracia sin miedo tiende a escorar más y más a la derecha. Soy persona radical por carácter, pero entiendo que difícilmente la mayoría va a abrazar ideas radicales, al menos por un periodo largo de tiempo. Pero es que lo que la masa parece preferir, el centro, no existe sin tensiones. Y esas tensiones con el bipartidismo se diluyen en una farsa, en una falsa competición entre productos iguales. El centro- derecha es en realidad de derechas. Pero es que el centro-izquierda también.

Por eso pienso que los ciudadanos europeos, seamos indignados, cabreados, anarquistas, izquierdistas de los de antes, ecologistas, escépticos, soñadores, intelectuales, utopistas, o simplemente hartos de tanta mierda tenemos que votar. Pero no a los que mandan. Y doy una razón más: ellos han sido los que han provocado, o permitido, la crisis que se está llevando a países enteros y a millones de personas por delante. No es por ofender, pero es absurdo volver a confiar en quienes nos han traicionado una y otra vez. Y no votar es firmarles un cheque en blanco, por mucho que uno lo haga pensando en el maravilloso amanecer que vendrá algún día.  

Otra opción, naturalmente, es hacer la revolución. Por mí perfecto: me parecería bien, muy bien, darle la vuelta a todo esto. Mi problema es que no sabría decir qué o a quién quiero encontrarme a la vuelta.