jueves, 31 de mayo de 2012

Krahe


A Krahe le quieren empurar por un vídeo que hizo hace más de tres décadas en el que se reía de la resurrección de Cristo metiendo un crucifijo, previamente untado de mantequilla, en un horno de cocina del que salía, por sí mismo, tres días después, como dios manda.

Yo entiendo que haya gente que se sienta ofendida por esto. Para ellos Cristo es el atleta máximo, el jefe, el gurú, el líder. Vale. En mi modesta opinión, y aceptando el personaje que describe el evangelio, lo que sabemos de sus opiniones no da ni para aprendiz de filósofo, pero esto es una opinión personal. Como todas.

Y aquí está el asunto: en mi opinión, la religión cristiana es, en general, una simpleza, y el dogma católico, en particular, un completo absurdo. Yo, por lo general, de las simplezas y de los absurdos, me río. Pero parece que la ley prohíbe reírse de ciertos absurdos y de ciertas simplezas.

Esto es la ostia, con perdón: por lo que parece, ellos pueden condenarme al infierno eterno, pueden decir públicamente que soy un degenerado, un vicioso, un amoral, una aberración de la naturaleza, alguien que merece la mayor de las penas y yo, sin embargo, debo tomármelo deportivamente por aquello de la libertad de expresión. Pero si yo me río de lo que a mí, personal e intransferiblemente, me parecen absurdeces y ridiculeces, resulta que puedo acabar procesado, multado y quién sabe qué más.

No estamos hablando de Krahe, estamos hablando de la libertad de reírnos del mundo. Ahora mismo, y lo digo en serio, siento que la libertad más importante, es la de poder reírnos de quien nos de la gana. Por eso, por mor de dicha libertad, y aunque suponga incurrir en delito, tengo que decir en este momento que nada me parece más risible, absurdo, contradictorio, ajeno y tonto del haba que la religión católica.

Ya está dicho. Quizá quede decir qué quiero: quiero que exculpen a Krahe, quiero que le dejen tranquilo, y por varias razones: por amor a la justicia (si existe), por la libertad (si queda), y porque me cae bien (jooooder). Y que la libertad de decir lo que uno quiera no sea solo de quienes tienen los recursos para pagar televisiones y partidos políticos.

Que Krahe esté procesado por lo que está procesado es una vergüenza que me hace sentir vergüenza de ser español, lo cual añado ahora que algunos/as están haciendo campaña por el trapo rojigualdo como si nos fuese la vida en ello.

Como decía el poeta, país de paletos…




sábado, 26 de mayo de 2012

No soy yo quien les importa


¿Qué es lo contrario de prohibir? Para los católicos, para la derecha recalcitrante, para los reaccionarios, para los miedosos en general, lo contrario de prohibir es imponer, porque están tan acostumbrados a la obligación, a recibir las instrucciones de fuera, de sus textos, de sus sacerdotes y jefes, que no conciben que el otro, el que no comparte sus creencias, quizá no quiera negarle nada ni imponerle nada sino, simplemente, vivir a su aire y que los demás hagan lo mismo.

No, lo contrario de prohibir no es imponer. En realidad, ambas cosas son la misma cosa. Lo contrario de prohibir es permitir, y esto es lo que no entienden quienes piensan que estás con ellos o contra ellos, cuando lo más normal es que los demás no estemos ni con ellos ni contra ellos sino que, sencillamente, nos resulten indiferentes.

Hay muchos ejemplos, pero el de la familia cristiana es particularmente extraño. Se empeñan en defender la familia porque dicen que está siendo atacada, que está en peligro. No lo entiendo. ¿No montar una familia cristiana es atacar a la familia cristiana? ¿Alguien les prohíbe que se casen, tengan hijos, se pongan guapos y vayan juntos a misa los domingos? No, claro que no. Pero el hecho de que haya leyes que permiten que otros se organicen la vida de otra amanera para ellos es un ataque. ¿Y por qué?

Tras pensar en el asunto, creo que he dado con el quid de la cuestión, y es que siempre me planteo estas cuestiones desde un punto de vista equivocado, posiblemente por mi acusado egocentrismo. Tiendo a pensar que ellos intentan imponerme a mí su modelo, que intentan prohibirme a mí que viva según me plazca y, claro, nunca he entendido por qué les importaba yo tanto. Pero al pensar en el asunto este de la familia, de pronto lo he visto claro: no es a mí a quien quieren prohibirme cosas, sino a sus parejas, a sus hijos, a sus amigos. Lo que les da un miedo terrible es que la ley permita a su mujer coger la maleta y largarse. Lo que no pueden soportar es que la ley permita que su hijo coja y se haga pareja de hecho de su amigo. Lo que no quieren es que su hija del alma aprenda a comprar condones y a hacer con su sexo lo que la venga en gana, incluido abortar si la gomita se rompe. Lo que no quieren es que sus amigos puedan divorciarse, salir del armario o declararse ateos. Lo que no quieren, en suma, es que ese mundo tan maravilloso del que, sorprendentemente, tanta gente se sale, se desmorone por culpa de unas leyes que, en vez de prohibir, que es lo que tienen que hacer las leyes, permiten hacer todas esas cosas nefandas.

La verdad es que ahora que me he dado cuenta de que yo no soy más que un daño colateral de la cruzada de todos estos cobardes contra la libertad de su propia gente me siento mucho más tranquilo.  

miércoles, 23 de mayo de 2012

Absurdo


La verdadera sabiduría no es más que una: todo es absurdo. Cuando llegas a esa verdad parece imposible no haber llegado antes, y que no hayan hecho lo propio los demás y todos aquellos que nos precedieron. Pero tiene sentido, porque, aunque creamos en el sinsentido, secretamente creemos en otros sentidos, no metafísicos pero igualmente falsos, como el que proporciona el arte, el conocimiento o la lucha solidaria.

Pero todas esas alternativas en realidad no lo son. Nos ofrecen formas de vivir, de olvidar el sinsentido, es verdad, pero nada más. Son técnicas de enajenación. Valoradas socialmente, es verdad, pero en nada esencialmente distintas al opio.

Los románticos hicieron del arte su religión. Ahí tenemos el gran ejemplo. Incapaces de renunciar a lo que habían descubierto falso, se inventaron un sustituto. Es la nostalgia del absoluto, que cada uno llena con lo que tiene más a mano. Dios, el yo, el arte, la historia, la clase obrera, todas son formas de lo mismo: entidades superiores, ajenas a la corrupción, inmortales.

Pero nada es inmortal. Todo es, incluidas las consciencias, mortal. En realidad, el propio concepto de vida y, por tanto, el de muerte, se diluyen cuando pensamos en moléculas y procesos metabólicos, pues no son, a fin de cuentas, más que átomos cayendo por la pendiente de las fuerzas físicas.   

La ciencia…, sí, para muchos la ciencia es la nueva y definitiva religión. No lo es, por supuesto, no es una religión, no es tan absurda, pero también es verdad que muchos la viven como si lo fuese, porque creen en ella, cuando la ciencia no establece dogmas en los que haya que creer, sino hipótesis de búsqueda que, una y otra vez, nos alejan de cualquier sentido. Por lo que sabemos, el universo no es moral, ni finalista, ni progresivo, ni siquiera lógico, al menos humanamente lógico.

La única cuestión relevante que nos podemos plantear, ya lo dijo Camus, es si seguir viviendo o no. La respuesta depende tan solo del grado de sufrimiento: si este es soportable, puede merecer la pena aguantar para después, quizá, disfrutar de algunos placeres. Si el sufrimiento es insoportable, para qué seguir, lo cual es una perogrullada porque, si es insoportable…

Hoy he oído en la televisión un diálogo magistral. Yo lo transcribo, pero hay que oírlo  para entenderlo:

-         ¿Qué soy?
-         Lunes.