viernes, 29 de mayo de 2009

Lo más fácil es ser imbécil

Es evidente: basta dejarse llevar por los instintos y ya está: uno es un completo imbécil. No digo que no haya que hacerlo de vez en cuando: al contrario: pienso que es muy saludable soltarse el pelo y dejar que el animal, el pobre, campe un poco por sus respetos, pero siempre y cuando haya una vuelta al estado de civilización, a ese estado producto de miles de años de cultura, entendiendo lo de cultura en su sentido más intelectual, profundo y pedante posible.
En cuanto más pienso, en cuantos más esfuerzos hago por entender el mundo, más me doy cuenta de lo difícil que es entenderle. Desde luego, no he descubierto nada, pues no hago más que reformular aquel viejo dicho socrático de que “solo sé que no sé nada”, el cual, enunciado por un sabio, además de ser una paradoja, es una dramática constatación de un hecho: lo más fácil es ser un imbécil.

Se puede alegar que nadie quiere ser un imbécil. Pero eso no es cierto. En realidad, la mayoría de la gente lo que quiere es, exactamente, ser imbécil. Lo que no quieren es que se les note. Por eso produce rechazo todo aquel que cuestiona la imbécil forma de ver el mundo de los demás, aunque sea porque miras con escepticismo el nuevo coche que se han comprado o se te ocurre decir que, por lo general, no lees las novelillas que muestran en grandes pilas en las librerías. Porque quieren ser imbéciles pero sin que nadie les afee la conducta, ni siquiera por omisión.

Sí, es más fácil ser imbécil que racional. Por eso es más fácil ser machista que no, y racista que no. Y creyente que escéptico, y conservador que progresista. Y esto es así porque los primeros términos de cada par nos salen de natural, espontáneamente, como manifestación de un juego de genes evolucionado chapuceramente para la competencia, la lucha y, en última instancia, la supervivencia de dichos genes.

Desgraciadamente, los segundo términos exigen esfuerzo, ciertas condiciones, educación, cultura de la buena. Porque todos nacemos cromagnones y solo ciertos procesos intelectuales nos permiten controlar a la bestia.

Esta asimetría explica, precisamente, que haya tanta bestia y que hoy me sienta tan triste.

martes, 26 de mayo de 2009

Aborto

Es curioso lo que da de sí este tema. Es, sin duda, de los más problemáticos en los debates políticos y éticos. Y, posiblemente, el que más pone en aprietos a quienes, en otros asuntos, y desde su perspectiva progresista, no suelen tener dudas en sus posiciones.

Sí, es curioso, y lo es porque, pese a lo dramático que pueda ser para quienes deben enfrentarse a la situación de abortar, solo es intelectualmente problemático en la medida que uno crea en cuentos de espíritus.

Nos encontramos ante la siguiente disyuntiva: creer que en el momento de la formación del cigoto viene una especie de fantasma y se une a él, o no creer.

Si estamos en la primera de las alternativas, es que somos del tipo de personas que aceptamos la existencia de espíritus, unicornios, genios del aire, dioses, y demás seres sobrenaturales. Si este es el caso, me abstengo de opinar.

Si nos encontramos en la segunda de las alternativas, el cigoto, y su desarrollo posterior, no es más que un conjunto de células que viven en el seno de la madre, que dependen de ella y que, por tanto, forman parte de ella.

A partir de aquí la discusión es sencilla: ¿quién tiene derecho a decidir sobre ese conjunto de células que vive en el seno de la madre? Pues la madre, quién si no.

Otra cosa es tras el nacimiento. Una vez el montón de células no depende de la madre, pasa a depender de la sociedad. Como personalmente me interesa una sociedad que se ocupe de sus individuos, en especial de los desvalidos, sean recién nacidos, enfermos, marginados o lo que sea, abogaré porque parte de mis impuestos se dediquen a la cría del montón de células.

Lo que no puedo aceptar es que las increíbles creencias de algunos intenten condicionar la vida de los demás y, en concreto, convertir en meras máquinas de reproducción a las mujeres: esto, y no otra cosa, es lo que se esconde tras el cántico a la maternidad de tantas religiones: la consideración de las mujeres como meros medios para la reproducción de la especie.

Si alguien tiene dudas acerca del aborto es porque, en algún lugar de su mente, quizá recóndito, sigue creyendo en fantasmas.

Yo, la verdad, no creo.

viernes, 15 de mayo de 2009

El himno nacional

El otro día, en un encuentro de fútbol, al sonar el himno oficial del estado español se produjo una potente pitada, cosa bastante previsible sabiendo que el partido lo disputaban el Athletic de Bilbao FC y el Barcelona CF.

El hecho, que no manifiesta nada que no se sepa, es decir, que mucha gente del País Vasco y de Cataluña le tiene manía a todo lo que suene a español, ha permitido que muchos saquen a relucir su indignación. Aunque los comentarios han sido variopintos, una frase puede valer como epítome: “no se puede consentir que se ofenda a los símbolos de todos”.

¿Todos? ¿Qué todos? ¿Son acaso los símbolos de los que pitaron? No parece lógico pensarlo. ¿Son mis símbolos? Pues no, tampoco. Cuando veo la bandera pienso en un ministerio, y cuando escucho el himno me acuerdo de cuando sonaba con la imagen de Franco de fondo al terminarse por la noche la programación televisiva (sí, sí, antes la televisión se acababa). Desde luego, lo que no experimento es ningún sentimiento patriótico. ¿Se pueden regular los símbolos por ley? Si de lo que se trata es de que ciertas combinación de colores sirva en las reuniones internacionales para que los demás sepan de dónde vienes, sí, se puede. Pero si de lo que se trata es que la gente se sienta identificada con ellos, pues no.

En estos asuntos relacionados con el nacionalismo siempre pasa lo mismo: el personal, con intención o sin ella, tiende a confundir dos planos de la realidad: el administrativo y el sentimental. Y, curiosamente, lo hacen todos los nacionalistas, sean estos españoles, vascos, catalanes o serbios.

Pero esta confusión es falaz y estúpida. La realidad administrativa es la del carné de identidad, y la de la agencia tributaria, y la de las obras públicas. Y la sentimental es la que se experimenta al identificarse con el grupo. La primera encuentra sus reglas en el derecho positivo, mientras que la segunda bebe de la tradición. Aunque a veces haya transferencias, pretender que coincidan es como pretender que el amor sea una actividad racional.

Los símbolos son de todos, sí, pero de todos los que se sienten representados por ellos. Y no hace falta ser independentista para no conmoverse con la bandera o el himno. Yo no me conmuevo ante ellos. Nada. ¿Soy por ello un traidor? En absoluto: pago todos mis impuestos. ¿Soy español? Administrativamente sí: es un hecho: lo pone en mi pasaporte. ¿Y sentimentalmente? No lo sé. Intento saber qué significa sentirse español y no acabo de tenerlo claro. Hablo castellano, pero eso también lo hacen cientos de millones de americanos. Me gusta mucho la comida de aquí, pero también la francesa, y la india, y... Si tuviese que decir un par de músicos diría Ian Anderson y Stravinsky. ¿Filósofos? Nietzsche y Russell. ¿Escritores? Borges y Dostoievsky. ¿Cineastas? Hitchcock y Kubrick. ¿Una ciudad para vivir? París.

Supongo que sentirse de una determinada nación, o pueblo, o tribu, debe implicar una identificación instintiva con cierto modelo estandarizado de individuo, un modelo que le permita a uno decir sí, así, así soy yo. A veces tengo la tentación de describirme como europeo, pero sé que tiene más de pose intelectual que de emoción.

Hoy, en la radio, mientras sonaba una canción de Police, he escuchado a un imbécil decir que Police le gusta a todo el mundo salvo a algunos "recalcitrantes". Es evidente que para este individuo la música de Police viene a ser un himno. Hasta aquí me podría parecer bien. Pero eso no le basta. No le basta con emocionarse él. Tenemos que emocionarnos todos los demás. Por cojones.

Joder, qué asco me dan.

martes, 12 de mayo de 2009

STAR TREK XI o "El indomable Jim Kirk"

El siguiente texto no es mío, sino de mi hermano Juanmi.

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STAR TREK XI o "El indomable Jim Kirk"

Tras ver la nueva película de Star Trek estrenada recientemente en el cine, sentí una mezcla de sensaciones algo confusas. No tenía claro si el problema de que no me hubiera gustado eran la altas y esperanzadoras espectativas que albergaba con ella, o si me había decepcionado algún otro aspecto relacionado con el rigor o la falta de rigor de la historia (como haría un buen trekkie). Quiero destacar que nunca me ha gustado considerarme un trekkie al uso. Puedo aceptar tener las películas y algunas bandas sonoras, así como algún cachivache u objeto de merchandising, aunque nunca he tenido pijama trekkie o complementos de tamaño natural. A mí me gustan las películas y la música, si me gusta (por ejemplo NO tengo la banda sonora de Generaciones, Némesis, ni tampoco la de esta última). Al final, tras mucho pensar y buscando en lo más recóndito explicaciones claras e incluso alguna disculpa, al final puedo concluir algo claro y diáfano: me parece una película tremendamente aburrida. No voy a poner en entredicho las intenciones de nadie. Sé que al señor Abrahams, al que admiro por Losts, no le gustaba Star Trek y que ha pretendido darle un aire nuevo. Nada que objetar. Pero cuando desaparece la "química" entre los personajes, Kirk, Spock, MacCoy, e incluso la propia Enterprise (aquí sí soy fetichista), Star Trek desaparece. Me la pela profundamente si matan a la madre, al padre o a la tía de cualquiera de ellos. Me importa un comino si alteran la cronología o datos históricos del mundo Trek. Incluso me la pela también el propio mundo Trek. Podría añadir que los interiores de la nave no son acogedores, que el efecto del transportador es mas "kitsch" aún que el original, que las escenas del espacio tienen demasiado ajetreo y no dejan ver bien, que el papel de Kirk se limita a recibir hostias durante casi toda la película y a comportarse como un imbécil descerebrado durante la otra mitad, que ver a Spock besuqueándose con Uhura en el transportador como quien se despide de la churri antes de ir a trabajar me parece patético, que Scotty parece un niño prodigio con problemas de adaptabilidad y madurez, en lugar de un solido y alcohólizado escocés, y que no sé por qué todos tienen que ser unos jodidos superdotados en su especialidad... (¿Y la idea del equipo eficiente?) Hasta eso queda por debajo de la evidencia: es una película muy, muy aburrida. Mandan a vulcano al carajo, aburrido, sale el viejo Nimoy (menos mal que le dio al monstruo por perseguir al Kirk y éste tener la idea de entrar en la cueva), aburrido, el malo es un honrado minero romulano cabreado, (triste y aburrido). Pues eso: aburridísima. Me cago en la materia roja y en la frivolidad de los viajes temporales mal desarrollados. Me cago en la películas donde falta esa idea cojonuda acompañada de un levantamiento de ceja que salva el universo conocido... Y me cago en la mierda de efecto del salto factorial.

Por lo menos, el Kirk se trinca a la de verde, una de las constantes universales que se han podido respetar en el nuevo universo Trek.

Juanmi CG.

PD: pero soy un puto trekkie y me la compraré cuando salga en DVD.

domingo, 10 de mayo de 2009

Star Trek XI

Desde crío Star Trek me ha parecido fascinante. Pese a los años, los escepticismos y las lecturas, mi utopía sigue siendo ese futuro de gente civilizada que ha convertido el trabajo en juego y la disciplina en lealtad, y que se enfrenta a “esa cosa de ahí fuera” con el mayor arma que hay a bordo de la nave Enterprise: la mente de sus tripulantes.

Ayer vi la undécima entrega cinematográfica de la saga. Con el despliegue publicitario de las grandes producciones, los de la Paramount, deseosos de revitalizar la franquicia, han retomado los personajes de la serie original para contar cómo empezó todo.

Pero no solo han hecho eso. J. J. Abrahams, el director, ha filmado una de acción. Con espectaculares efectos especiales, tan perfectos que ya no lo parecen, y mucho dinamismo, y sus gotitas de sexo, y sus toques de humor, y los imprescindibles guiños al lector avezado, la película es de esas perfectas para alienarse un par de horas retrepado en la butaca.

Pero no es Star Trek. No hay una cosa ahí fuera que quiere cargarse el mundo quizá porque es un bebé cósmico que no sabe lo que hace. No es por esa mezcla de arrojo e inteligencia del tándem Kirk-Spock por lo que vencen. No hay conflicto filosófico, ni psicológico, ni ético. No hay perplejidad.

No soy un ingenio, al menos no demasiado: para los de la Paramount, Star Trek es, y siempre será, un negocio. Si hablo del asunto no es porque me sorprenda que hayan sacrificado el espíritu de la saga al negocio, sino porque me parece una buena muestra de un problema mucho más general: ¿hasta dónde vale la pena diluir un producto con tal de hacerlo vendible?

La cuestión se plantea del siguiente modo: para que pueda haber más películas de Star Trek, para que podamos volver a ver a Spock y a Kirk cabalgando por la galaxia, es necesario hacer que el producto sea más comercial, apto para un público más amplio, acostumbrado por lo general a mucha acción y poca reflexión.

Vale, entendido. Sea. Pero, ¿cuál es el resultado de la operación? Una falsificación mediocre, algo que apenas si tiene que ver con lo que un podía esperar. No se trata de un mal episodio, que los ha habido. No se trata de mal café, se trata de descafeinado.

Lo terrible, y ahora viene la generalización, es que este descafeinarlo todo es uno de los signos de los tiempos que corren. Con tal de “llegar a la gente”, creadores y políticos nos brindan versiones simplificadas de los originales del pasado que luego hacen brillar mediante fuegos de artificio. Con tal de llegar a la gente hoy dejan para mañana el rigor, la profundidad, la creatividad y todo aquello que suponga riesgo. Seamos hoy mediocres que mañana tendremos tiempo de ser algo más, parecen decirse nuestros proveedores de imágenes e ideas.

Pero resulta que hoy siempre es hoy y mañana siempre es mañana.

sábado, 2 de mayo de 2009

¿Emociones o ideas?

Que solo las emociones nos mueven a la acción es un hecho: ya podemos disponer de toda la información acerca del problema que sea que si no nos toca alguna fibra sensible nada haremos al respecto. Solo cuando com-padecemos el destino de los demás somos capaces de con-movernos.

Sí, las emociones son necesarias para la acción, pero no suficientes para una acción eficaz. Muchas veces experimentamos oleadas de justa indignación ante un fragmento de realidad presentado convenientemente por los medios de comunicación o por el arte y, sin embargo, no hacemos nada. Naturalmente que la pereza, el egoísmo y la comodidad tienen mucho que ver, pero también ocurre que, por lo general, esa indignación está vacía de contenido: le faltan ideas.

Para resolver un problema hacen falta ganas de resolverlo, pero también un diagnóstico preciso de cuáles son las causas reales del problema. Las emociones nos proporcionan la energía necesaria, pero solo las ideas nos proporcionan objetivos.

Como dijo aquel, siempre que se piensa se piensa contra algo. Esta reflexión viene a cuento de todo un género cinematográfico y literario muy de moda consistente en mover las emociones del espectador respecto de temas muy éticos y profundos pero poco su cabeza. Está muy bien, tiene éxito, la gente sale encantada de sí misma con la sensación de haber tenido experiencias intensas y de ser de los buenos, pero sin que en sus cerebros se haya producido el más mínimo cambio.

A veces tengo la sensación de que muchos de estos productos culturales están hechos para que cierto sector de la población esté contento consigo mismo o, al menos, se sienta justificado.