martes, 29 de enero de 2013

París gay


El sábado estuve en una manifestación a favor del matrimonio gay en París. No, mi vocación solidaria no llega a tanto como para desplazarme hasta orillas del Sena para apoyar una reivindicación: si estaba allí era para comer ostras y foie en La Coupole y para ver la exposición de Bilal en el Louvre (sí, Bilal, el de los tebeos; sí, el Louvre de la Gioconda y los leones alados).

Pero al pasar por el boulevard St Germain y ver la riada humana y las banderas multicolores, me apunté: siempre es agradable tomar, aunque sea por un rato, el centro de una de las calles más hermosas del mundo y disfrutar de la vieja ciudad mientras caminas rodeado de gente que pide, en el idioma que sea, que le dejen hacer lo que le dé la gana.

La polémica es siempre la misma: la iglesia católica francesa (aunque no tiene ni mucho menos el poder que la española, existe), se niega a que los gays se casen y puedan adoptar hijos. Hacen hincapié en la cosa de los hijos diciendo que, faltando la parte maternal o paternal, algo falta. Lo falaz del argumento hace hasta ridículo comentarlo, pero lo voy a hacer, por no callar.

En primer lugar, es una simplificación estúpida asignar papeles a los sexos, como si el carácter dependiese de si te cuelga algo o no. La fortaleza no es exclusiva de un sexo u otro, ni la ternura, ni la sensibilidad, ni la inteligencia. Quien piense así es que tiene pocos amigos y debería hacérselo mirar.

En segundo lugar, nunca he visto a la iglesia católica pedir que castren a los malos o que esterilicen a los canallas. No les importa que la gentuza más despreciable del mundo tenga hijos. No les importa que los niños vivan en un ambiente de pobreza extrema, ni de explotación, ignorancia, o maltratos. Nunca he visto que estén por prohibir que los padres inadecuados se reproduzcan. Tampoco recuerdo que hayan inhabilitado a los viudos/as para la crianza de sus hijos. Lo único que les preocupa es que los niños tengan un papá con pene y una mamá con vagina. La razón se me escapa, pero una obsesión así me suena sucia, muy sucia.

El derecho de los niños a criarse en un ambiente decente es un derecho extraordinariamente complejo, porque choca con el de los padres (para mí a todas luces secundario) a educarlos. Pero centrar el debate en torno a los atributos sexuales de quienes les van a criar dice muy poco de la mirada de quienes lo hacen.

Ahora bien: si pensamos que, quienes lo hacen, están aleccionados por unos tipos que visten como Nosferatu y han renunciado a su propia sexualidad, todo se explica. 

O no, porque no es fácil entender por qué alguien que ve tanta suciedad en el sexo se empeña en que los niños se desarrollen rodeados de dos, pudiendo hacerlo en compañía de solo uno...