viernes, 16 de octubre de 2009

La culpa es del empedrao

Popper tiene una teoría, la de la conspiración, que tiene que ver mucho con lo de echarle la culpa al empedrao: dice que cuando Dios dejo de ser causa directa de cuanto ocurría, el personal se preguntó entonces por quién tenía la culpa de las cosas que pasaban, y se inventó todo tipos de sociedades secretas y conspiraciones para justificar lo que, por lo general, se debe simplemente al azar de la vida.

Hacemos mucho esto de inventarnos conspiraciones, y no solo para explicar los grandes males, sino cualquier cosa, desde pequeños contratiempos a esa simple insatisfacción de fondo que a veces se vuelve tan insoportable.

Podemos echar mano de cualquiera para convertirle en culpable: por supuesto que está el gobierno (a este, a fin de cuentas, le pagamos para que esté ahí, así que no hay problema). También despotricamos del sistema, entidad mucho más vagorosa heredada de tiempos más revolucionarios y que permite no tener que entrar en detalles. Lo malo es cuando necesitamos alguien más cercano, cuando sabemos que nuestro mal no puede provenir de tan altas instancias. Entonces culpamos a los que tenemos más cerca a los amigos, a la familia, a la propia pareja. Esto, aparte de injusto, es inútil y casi siempre perjudicial.

El origen de esta mala costumbre puede estar en la necesidad de desahogarse. No nos es suficiente analizar el problema y buscar soluciones. Necesitamos, además, quemar sustancias, y para eso buscamos un punchball que se lleve los golpes.

Por eso necesitamos culpables. Y por eso nos sentimos tan frustrados cuando no los encontramos. O cuando descubrimos que somos nosotros mismos.

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