martes, 30 de junio de 2009

Cosas nuevas en Epsilones

Hoy no voy a dar la brasa ni con lo divino ni con lo humano: escribo esta entrada tan solo para comunicar que, después de seis meses, he incluido algunas cosas nuevas en Epsilones.

Para quien pueda interesar.

sábado, 27 de junio de 2009

Fotografía de la depresión

Acabo de ver en el Museo ICO una colección de fotografías de la americana Dorothea Lange. Retratan los efectos de la Gran Depresión sobre la gente más desfavorecida, y fueron tomadas en el marco de un programa del propio gobierno para mostrar a la norteamericanos lo mal que lo estaban pasando algunos de sus compatriotas.

La visión de las fotografías, increíbles si tenemos en cuenta que la pobreza extrema que muestran se produjo en el país más rico de la Tierra, me ha llevado a tres reflexiones

La primera tiene que ver con la teoría económica: ¿cómo se puede seguir defendiendo las bondades del libre mercado cuando la historia nos muestra una y otra vez cómo masas enteras pueden caer en la pobreza y el hambre cuando el sistema colapsa? Solo desde la ignorancia se puede realmente pensar que el mercado, dejado a su albur, será capaz de subvenir las necesidades de todos. Solo siendo un canalla se puede defender el libre mercado sabiendo lo que hay que saber.

La segunda es acerca del sistema como un todo. Hubo tiempos en que, cuando la gente tenía dificultades, hacías el petate y buscaba nuevas tierras, nuevas oportunidades. Pero eso hoy ya no es posible. No hay tierras fuera del sistema. No hay mundos vírgenes. Uno no puede salirse del sistema, porque, vaya donde vaya, se encontrará con que las tierras tienen amo y leyes. El sistema lo es todo, lo abarca todo. Entonces, ¿cómo podemos siquiera pensar que el sistema no se ocupe de todos? ¿Cómo podemos admitir que haya gente en sus márgenes, olvidados, apartados? Defenderlo es no entender nada. O ser un canalla. En los viejos tiempos un ermitaño podía meterse en una cueva y llamarla su hogar. Hoy no: rápidamente aparecerá un municipal y le explicará que el ayuntamiento prohíbe la acampada libre.

La tercera y última tiene que ver con el papel de los hijos en el destino de los pobres. Viendo las fotos uno no puede dejar de preguntarse cómo es que toda esa gente no se levantó, cómo es que no hizo uso de la violencia y arrasó el país. La respuesta está en las propias fotografías: en ellas se ven hombres y mujeres asqueados, hambrientos, cubiertos de polvo, con la mirada tan curtida como la piel, desesperados. Pero alrededor, siempre, se ven a sus hijos: siete, ocho, diez. Esas siete, ocho, diez bocas son las razones que les impidieron levantarse y luchar. Ellos, los hijos, son el gran estabilizador social. Una mujer sola, un hombre solo, serán capaces de cualquier cosa, de cualquier revolución. Unos padres, sin embargo, lo soportarán todo por un puñado de avena.


Dorothea Lange
Madre emigrante
1936

jueves, 25 de junio de 2009

Genotipos, fenotipos, biotipos

El genotipo es el conjunto de los genes de un individuo, es decir, la receta bioquímica que le da lugar. Pero la receta no lo es todo: los ingredientes tienen una gran influencia sobre el resultado final: la paella no sale igual con un agua que con otra, dicen los expertos. Por eso, según sean las condiciones ambientales, el genotipo se manifestará de una manera o de otra: los mismos genes darán tipos distintos a nivel del mar en la playa de la Malva Rosa, en el altiplano peruano o en la superficie de Júpiter. A cada una de estas manifestaciones del genotipo se les llama fenotipo.

La variabilidad genética es enorme: es tan grande el número de combinaciones posibles que la probabilidad de que dos individuos tengan el mismo bagaje genético es, salvo en al caso de gemelos univitelinos, cero. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de gente que se parece. De hecho, todos tenemos en la cabeza una serie de tipos, personajes podríamos decir, en los que acabamos encuadrando, al menos en una primera instancia, a nuestros conocidos. A esas formas típicas, a esos modelos, les llamamos biotipos. La justificación de la existencia de estos biotipos tiene que ver con las cuencas de atracción de los sistemas dinámicos caóticos, pero esto es otra historia.

Cuando ayer le comentaba a una amiga mis reflexiones sobre la cosa esta de ser un pobre plagiario de Borges, me intentó consolar diciendo que lo que ocurría es que somos del mismo biotipo: Borges y yo.

Cuando uno lleva un par de copas de Albariño en el cuerpo y le dicen semejante cosa, el ego experimenta un súbito ataque de autosatisfacción siempre injustificado, pero placentero. Luego llega la lucidez, la puñetera lucidez, y te dice que no, que para nada, y que pese a lo sospechoso de la existencia del tiempo, tiene su importancia, y que Borges fue antes, y uno después, y que eso lo cambia todo.

La primera vez que escuché la palabra biotipo tendría yo quince años y la utilizó un tipo mucho mayor que yo para decir que yo era del biotipo descerebrado, proclive a las adicciones, y no sé cuantas cosas más. Posiblemente tuviese razón. De hecho, tengo muchísimas adicciones: Brahms es una. Odilon Redon es otra. Y Nietzsche, al que siempre regreso. Y Jethtro Tull, mi banda sonora. Y Bilal, siempre increíble (alucinante su última obra, Animal’z). Y Thomas Bernhard, a quien plagio cada vez que hablo. Y...

No, no me voy a poner enumerativo, porque no se trata de eso. Se trata de explicar que mi amiga tenía razón cuando me decía que uno arranca de un punto de partida, que pertenece a un biotipo, y que ese biotipo te hace proclive a determinadas influencias. Y que también tenía yo algo de razón al afirmarme plagiario, porque si bien es achacable a ese biotipo al que pertenezco mi tendencia a ver el mundo al estilo de Borges, el que adopte sus formas, sus temas, hasta su forma de sospechar, son un mero y simple acto de copia.

La conclusión es que nuestra individualidad es tan real como el punto de vista que apliquemos, y que de este depende el que seamos capaces de incluirnos en tipos mayores. Tal como experimento el mundo, lo único que tiene sentido es aceptarse miembro de distintas estructuras, y ser capaz de vivir entendiendo que ser individuo no está reñido con ser genotipo, fenotipo ni biotipo.

Del fenotipo extendido, que era el tema que inicialmente tenía en la cabeza, hablaré otro día.

miércoles, 24 de junio de 2009

Plagiario

Leyendo la poesía de Borges me digo que, como escritor de versos, tan solo soy un plagiario, un mal plagiario. Entonces, de pronto, me asalta la duda: ¿y como persona?

La respuesta me viene cuando me doy cuenta de que, la pregunta en sí, es borgiana.

Naturalmente no soy Borges, ni otro Borges, ni el otro Borges: soy, todos los somos, resultado de una cantidad enorme de influencias. Somos plagiarios de muchos, y a las particulares combinaciones de influencias, o de plagios, le llamamos personalidad.

El orgullo y la ingratitud nos hacen olvidar nuestras deudas. Pero cuando, de pronto, ves tanto de ti en un lugar concreto bajo un nombre concreto el recuerdo vuelve y el yo se diluye, el manos durante un rato.

domingo, 21 de junio de 2009

La primera de Brahms

Brahms sufrió la herencia insoportable de su admirado Beethoven. Siendo considerado por todos su sucesor, tardo décadas en atreverse a componer una sinfonía, el formato que Beethoven había llevado a lo más alto con sus nueve composiciones.

Cuando por fin Brahms osó componer su primera sinfonía, la crítica, por aquellos tiempos siempre lista para hacer daño, la apodó “la décima de Beethoven”.

De la anécdota se pueden extraer dos enseñanzas: 1) la mala baba de los humanos es ilimitada, sobre todo si tenemos en cuenta que a la segunda sinfonía de Brahms la apodaron “pastoral”; y 2) la genialidad no está necesariamente reñida con la honestidad, como prueba que Brahms no se atreviese a ofrecer una alternativa sinfónica hasta que se sintió verdaderamente preparado.

Sin embargo... algo no cuadra en esa espera de años. Brahms sabía componer sinfonías. El problema no podía ser técnico. De hecho, cuando uno escucha su primera sinfonía no descubre nada nuevo, nada sorprendente, salvo una cosa: la melodía del cuarto movimiento. Pienso que ahí está la clave del enigma: el problema de Brahms era la herencia del maestro, sí, pero especialmente esa maldita melodía que singulariza a la novena. Brahms necesitaba un puñado de notas para colocar en su cuarto movimiento, algo que se acercase a la categoría del himno a la alegría. Y no paró hasta estar seguro de disponer de su pequeña joya.

Lo anterior no es más que una especulación. Pero invito al personal a escuchar la primera sinfonía de Brahms con la idea en mente de que se trata de una obra cuyo autor pensó que merecía ser publicada después de la novena de Beethoven. Con este presupuesto, me atrevo a decir que la escucha nos llevará por una obra magnífica que, sin embargo, no justifica la osadía... hasta que, de pronto, empiezan ese puñado de notas y todo parece cobrar sentido: qué belleza...

Si no las conocías, apréndelas. Si las conocías, recuérdalas. En cualquier caso, tararéalas una, dos, tres veces. Al final acabarás sintiendo la medida grandeza de una melodía arrebatadora.

Lo curioso del asunto es que Brahms, pese a todos sus esfuerzos, o quizá gracias a ellos, elaboró una melodía que jamás hubiese firmado el ególatra de Beethoven. Y es que Brahms no pudo evitar que en ella se deslizase un rasgo esencial de su carácter: su humildad.


viernes, 19 de junio de 2009

Etimologías

Islandia puede sonar a ‘tierra isleña’, pero no: es iceland, la tierra del hielo. Guzmán suena sospechosamente a goodman, y hubo un Guzmán el Bueno. El übermensh nietzscheano es un hombre que trasciende, y no un superhombre. Heliotropo está compuesto de helios, sol, y tropo, movimiento, lo que nos hace pensar en los girasoles, aunque no sean. Las humanidades no eran lo opuesto a las ciencias, sino a lo estudios teológicos. En latín persona significa ‘máscara de actor’. Trivial es aquello que discuten quienes se encuentran donde confluyen tres vías: trivium. La regla de L’Hôspital es de uno de los Bernouilli. Los numerales arábigos son creación india. El abrojo nos dice con su nombre que abramos los ojos para no pincharnos con él. Lo horripilante nos pone los pelos de punta. Hablando de María, tradujeron el término hebreo almah como ‘virgen’, en vez de cómo ‘mujer joven’. Responsable es quien tiene obligación de responder.

Escribió Borges: “He ejecutado un acto irreparable, he establecido un vínculo”.

sábado, 13 de junio de 2009

El mejor de los mundos posibles

“Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo”. Con este poderoso comienzo, todo un tratado literario y filosófico condensado en un par de frases, empieza Tolstoi su novelón Ana Karenina. Naturalmente, los cientos de páginas que siguen hablan de una familia infeliz.

Leibniz dijo que este era el mejor de los mundos posibles. No se le ha entendido demasiado bien. Hasta el fino Voltaire se rió de él parodiándolo en el Candido. La verdad es que nunca quiso decir Leibniz que este mundo fuese genial. Solo que, en coherencia con su sistema de creencias y como consecuencia lógica, este mundo nuestro tenía que ser el mejor de los posibles, lo cual, si se piensa un poco, lejos de ser una afirmación de cándido optimismo es la más terrible expresión de pesimismo que pueda imaginarse, porque descarta definitivamente toda atisbo de esperanza.

Para Stendhal, “si alguien mantiene que es feliz, seguro que está de broma”. Según Flaubert, para ser feliz hay que ser estúpido, ser egoísta y gozar de buena salud. En el colmo del patetismo decadente D’Annunzio escribió: “Otros son más desgraciados; pero yo no sé si ha habido en el mundo un hombre menos feliz que yo”. Einstein, más práctico, cuando le preguntaron si era feliz, contestó: “No. Ni falta que me hace”.

No es que la felicidad tenga muy buena prensa, la verdad. Desde luego, parece que una felicidad continuada en el tiempo es, o bien imposible, o bien el estado de un simple. Episodios aislados de felicidad parecen más al alcance mortal, aunque siempre vengan acompañados por la sospecha de que, antes o después, habrá que pagar algún precio por ellos.

Pero lo realmente difícil es escribir sobre la felicidad, sobre el estado de felicidad, sobre la vivencia de la felicidad. Los católicos han sido capaces de describir con toda precisión terribles infiernos, pero nunca un paraíso convincente. El de los musulmanes, que sí han sido capaces de imaginarlo, se parece demasiado a un burdel.

El estado de bienestar propio casi no le dice nada a los demás, a no ser que los demás vean en el bien de uno el reflejo del suyo propio. Los poemas que enardecieron nuestro ánimo cuando el ánimo estaba enardecido nos parecen ripios de poetastro con el ánimo templado. El final feliz raramente aguanta en nuestra boca el tiempo que tardamos en darnos cuenta del rictus bobalicón, de la sonrisa tontorrona que nos han dejado en la cara.

¿Que a qué viene esto? Pues a que hoy me he levantado de buen rollo, de muy buen rollo, y por una vez me apetecía decirlo.

jueves, 11 de junio de 2009

Bifurcaciones

Suele pensarse que la libertad consiste en poder elegir qué alternativa tomar ante cada bifurcación del camino. Pero no es así: tener que elegir es la mayor de las esclavitudes, pues obliga a renunciar a todas las alternativas menos una, es decir, a casi todo.

Una vez le dijo Miguelito a Mafalda que no quería ver la televisión porque no quería ser del montón que la veía. Mafalda, con su habitual mala leche, le contestó que así sería del montón que no quería ser del montón, lo cual llevó al pobre y contrito Miguelito frente al aparato.

Toda afirmación es una decisión. Pero también las huidas, las renuncias, las ausencias: toda negación es una opción, algo que tiene valor por ser lo contrario de lo otro. Como los signos, que extraen su fuerza de la oposición de contrarios, cada vez que decidimos saltar del tren en marcha, apearnos del mundo y reivindicar nuestra libertad estamos en realidad reduciendo nuestras posibilidades y concediendo nuestro fracaso a los que, más avispados o más afortunadamente indecisos, siguen sin decantarse por uno u otro de los senderos de la bifurcación.

En mecánica cuántica los objetos se encuentran en un estado que es en realidad una superposición de estados: un electrón no está aquí o allí, sino que está, a su modo particular, en todos los lugares a la vez. Solo cuando algo ocurre a su alrededor que puede entenderse como un a observación de su estado, es decir, solo cuando el universo entra en ciertas interacciones con él, va la onda del electrón y colapsa, que es la forma mecánico-cuántica de decir que el electrón opta por una de sus posibilidades y se hace explícitamente presente al resto del cosmos. A partir de ese momento, el electrón está en un lugar, no en todos. Ha elegido. Y ha perdido su potencial, su libertad.

Sí, utilizando la terminología aristotélica, la libertad podría entenderse así, como un crédito, como una potencialidad, que al hacerse actual pierde su valor. Da igual que la posibilidad se perfeccione en sentido afirmativo o negativo, como una apuesta o como una renuncia: siempre es una elección y, por tanto, una pérdida.

Envejecer tiene mucho que ver con este tomar decisiones, con este quedarse sin crédito.

miércoles, 10 de junio de 2009

Europa

Hace un par de domingos asistí a mi cuarta novena. La primera, hace catorce temporadas, me asombró: solo al oír y ver en directo la entrada del bajo al comienzo del quinto movimiento, comprendí que se trata del canto de un individuo solo frente al mundo. Sin embargo, pese a su soledad, no es un individuo acobardado o mendicante el que toma la palabra, sino un tipo orgulloso de lo que es y de lo que sabe. Y con ese orgullo anima a sus congéneres, a sus pares, a abandonar los cánticos de tristeza y entonar la canción de la alegría.

La segunda fue de trámite, sin brío, apenas un sucedáneo: estas cosas pasan.

Mi tercera novena tuvo el aliciente de ocurrir en el Philharmoniker de Berlín: allí, desde lo alto de una de sus terrazas, en el antro del mismísimo Karajan, aprendí como mueve Beethoven las masas instrumentales: como si olas sonoras fuesen dando vida a violines, violas, violonchelos y contrabajos, los distintas cuerdas van recogiendo y entonando la perturbación que viaja a través de ellas animada por los gestos del director: la sensación de que un soplo vital y regenerador está recorriendo el escenario es espectacular.

Mi cuarta novena, como ya ha dicho, ocurrió hace unos días. Esta vez fue el coro el que llamó mi atención. En muchas obras podemos disfrutar de intenso momentos de apoteosis. Pero solo el quinto movimiento de la novena de Beethoven se atreve a hacernos subir y bajar una vez, y otra, y otra, y a utilizar la orquesta para coger carrerilla, para situar nuestro ánimo en una calma tensa antes de acelerarnos y arrojarnos sin piedad a ese orgasmo coral y reiterativo que habla de vino, de amor, de amistad y de armonía universal...

En los casi doscientas años que han pasado desde su estreno han ocurrido muchas cosas en Europa. Una de ellas, que podría resultar esperanzadora, es que los dirigentes europeos, unidos después de siglos de guerras, dos mundiales incluidas, eligieron precisamente esta música como himno.

Pero la esperanza es vana. Si eligieron esta obra seguramente fue porque, tras muchos cálculos y componendas, encontraron que coincidía con los diversos equilibrios que eran necesario satisfacer: siendo alemán, Beethoven fue de los más afrancesados. Siendo el texto panteísta, menciona explícitamente a un dios creador. Siendo compleja, es una obra asequible. Siendo musical, es literaria.

Esta es la Europa de hoy. No un lugar de acuerdos, sino de equilibrios. Un lugar donde los poderes negocian, lo cual no es malo, si se logran acuerdos. Pero no es lo mismo acordar que pactar. Y en Europa se pacta. Por eso entendemos tan poco de lo que ocurre en ella. Porque nadie nos dice: los jefes han acordado que a partir de hoy vamos a ser más libres, o más cultos, o más fuertes. No. Cada vez que cierran una negociación el resultado se plasma en un grueso volumen repleto de cláusulas, considerandos y excepciones.

A los ciudadanos nos gustan las constituciones. Esa sencillez suya tan básica que expone los derechos de todos excita al más escéptico. Esos encabezados maximalistas de sus artículos por los que “todos” disfrutan de no sé qué derecho, o deberes, que también hay, son uno de los hallazgos retóricos de la humanidad. Todos sabemos que son meras declaraciones de intenciones, hermosas desideratas. Pero ver escrita la utopía en papel oficial siempre levanta el ánimo.

Sabiendo esto, ¿han escrito nuestros líderes una constitución de la que podamos sentirnos orgullosos? Pues no: a lo más que han llegado es a escribir un grueso contrato lleno de cláusulas, considerandos y excepciones.

La gente no se siente europea. Ni siquiera mueve el culo para votar a sus dirigentes. Pero es normal. Yo me puedo sentir europeo porque soy un pedante que se emociona con Veermer y Hume y Beethoven y Sciascia, pero la gente lo único que sabe es que todos esos otros hablan una lengua que no es la suya. Y que no tiene ni idea de qué se vota en las elecciones europeas.

Y es así: importa la cosa de la tribu, y la cosa del jefe. Europa ni es una tribu ni tiene jefe. Eso sí: tiene un himno espectacular.

Lástima que no me gusten los himnos.

lunes, 1 de junio de 2009

Estudiar... ¿para qué?

Esta misma mañana, por vez número 2000000, un alumno me ha preguntado que para qué tiene él que estudiar historia si no se va a dedicar a eso (con frecuencia preguntan por una asignatura distinta a la impartida por el profesor preguntado, en un depurado ejercicio de diplomacia).

A estas alturas uno ya tiene una contestación estándar preparada: “para no ser un paleto”. Cuando el alumno rebate el exabrupto diciendo que sus padres no han estudiado y que él no los considera unos paletos, es cuando la contestación estándar número dos, más refinada, entra en acción:

“Verás: estudiar, cualquier cosa, lo que sea, tiene cinco finalidades básicas:

1. Entender cómo es el mundo.
2. Aprender a disfrutar de la belleza.
3. Ejercitar la mente.
4. Obtener un título académico.
5. Adquirir conocimientos útiles para la cosa laboral.

¿Sabes, querido alumno? Tampoco mis padres pudieron estudiar: por eso es genial que yo pudiese hacerlo entonces y que vosotros lo podáis hacer ahora.”

Si cuento esto es porque hoy he detectado en la mirada de uno de ellos un brillo de comprensión y asentimiento. A lo mejor estaba pensando en su novia, pero a mí me llegado, sí.