¿No es sospechoso que Bruselas, el FMI,
Alemania y demás actores económicos se pongan de los nervios cuando un gobierno
decide preguntarle a su gente qué quiere hacer? ¿No es raro que se llame
responsables a los gobiernos que hacen lo que les dicen aunque sea lo contrario
de lo que ellos le vendieron a sus votantes y que sean los otros, los que se
niegan a romper su palabra, los irresponsables? ¿No es una estafa que sean los
acreedores los que le digan a los estados lo que tiene que hacer? ¿No es
extraño que la derecha, cristiana ella, ponga delante los derechos de los
bancos acreedores y detrás todo lo demás: la salud, la educación, el futuro de
la gente? ¿No es digna de admiración la tozudez con la que los gobiernos
democráticos europeos ignoran a los grandes economistas que repiten una y otra
vez que la deuda griega no se puede pagar? ¿No es insultante que buena parte de
esa maldita deuda sea por las inversiones que los estados han tenido que hacer
en el armamento que construyen, precisamente, los ahora acreedores? ¿No es
sorprendente que el ideal europeísta se aplique con tanta saña a asfixiar a
buena parte de los europeos? ¿De verdad que no ven que es antieuropeo,
absolutamente antieuropeo, pensar que solo hay un modo de hacer las cosas? ¿Es
que esta gente no ha leído nada? ¿O es que no han entendido nada?
No, que va: lo han leído todo y lo saben
todo. Pero, sencillamente, no les interesa darse por enterados. Estamos en una
guerra de clases, la misma puñetera guerra de clases de siempre. Y ellos nos
quieren convencer de que su solución,
es la única solución. Pero ni es
única ni es solución.
También es curioso que tantos digan que
ellos solos no pueden cambiar las cosas porque, posiblemente tengan razón, pero
no en la conclusión, que no es que deban rendirse a las exigencias de los
acreedores, sino liderar un cambio necesario en una Europa derechizada y
dominada por los bancos y la fe neoliberal.
Sería hermosamente simbólico que el cambio
en Europa viniese de Grecia.