domingo, 16 de agosto de 2015

Español

El toreo me parece un residuo de tiempos más bárbaros; soy ateo y estoy muy, muy alejado del catolicismo; el flamenco, en general, no me gusta. ¿Esto me hace ser un mal español? ¿O no serlo en absoluto?

La verdad es que no tengo unos sentimientos patrióticos muy intensos. Estar particularmente orgulloso de tu lugar de nacimiento y de su cultura me parece señal de que ignoras tanto lo tuyo como lo de fuera. De una forma algo vagarosa me puedo ver más cerca del modo de vivir mediterráneo que del germánico, pero eso no quiere decir que no aprecie los valores germánicos en otros muchos aspectos de la existencia.

De hecho, si somos rigurosos, cuando hablamos de lo español o de lo germánico estamos incurriendo en generalizaciones difícilmente sostenibles. Costumbres, medias estadísticas y mitos urbanos dan lugar a estereotipos nacionales muy útiles para hacer chistes pero, sobre todo, para ver en cuánto se desvía de él la gente que conocemos.

¿Soy español? Bueno, lo que no soy es alemán. Tampoco soy coreano, ni neozelandés, ni kuwaití, de modo que, por eliminación, debo ser español. Venga, seamos serios: para poder responder con rigor a semejante pregunta hay que especificar en qué sentido hablamos de ser español. Uno sería el jurídico. Desde ese punto de vista es un hecho que lo soy: tengo un pasaporte que, en el apartado nacionalidad, dice que lo soy, así que punto pelota. Otro sería el genealógico: mis ancestros, hasta donde sé, que no es mucho, se consideraban a sí mismos españoles. Otro es el sentimental: como he dicho, no siento amor por España, aunque, si hago un poco de introspección, no puedo negar que me veo como español. Otro más sería el de proximidad al tipo nacional: en este sentido la cosa no cuadra: a lo ya indicado acerca de los toros, el catolicismo y el flamenco, añadiría que me gusta madrugar, que me aburre profundamente el fútbol y que odio los sitios ruidosos, así que… El punto de vista más importante pienso que es el lingüístico: mi lengua materna es el español, en concreto el español que se habla en Castilla, y a través de esa lengua me han llegado tradiciones, pensamientos, formas de vivir y de entender el mundo, carga de la que, en buena parte, he conseguido desembarazarme intelectualmente, pero que no deja de constituirme, aunque sea negativamente (tan importante es lo que eres como lo que has dejado de ser). 

Hay más, claro que sí, mucho más: el lugar de nacimiento (Madrid, así que sí); la historia que se siente como propia (no me veo en absoluto hijo del catolicismo, la monarquía y del “que inventen ellos”); el sentimiento de pertenencia al grupo (pues no); la cultura que se vive como propia (en esto soy sin duda extranjero), etc., etc. En cualquier caso, lo que parece obvio es que la respuesta a ¿soy español? no siempre tiene la misma contestación. Quizá los muy nacionalistas lo sean precisamente porque en ellos todas las contestaciones son coincidentes. En casos así entiendo que sea muy difícil discernir unos planos de otros, pero eso no quiere decir que no existan y, lo más importante, que no existamos los que no vivimos esa unanimidad.

Otro asunto es el semántico. Estoy hablando de ser español, pero no tengo nada claro que todos entendamos lo mismo por ser español. Pensemos en un andaluz que se sienta muy español. ¿Qué entiende él por ser español? Quizá si intentase definir el concepto viese que su imagen de lo que es ser español tiene más que ver con ser andaluz, o sevillano o, incluso, con ser del barrio de Triana, que con ser de Soria. A lo que voy es que muchas veces nos creemos las palabras y creemos que existe eso de “ser español” más allá de lo jurídico, cuando la verdad es que reconciliar las formas de ser (y sigo usando generalizaciones) de andaluces, castellanos o gallegos es bastante difícil.
También pasa en el otro sentido. Cuando un catalán que no se siente español habla de lo español, ¿a qué se refiere? ¿A eso que tenemos en común castellanos, andaluces, gallegos, cántabros, extremeños, murcianos, aragoneses, valencianos, etc., etc.? ¿Y eso qué es?

Otro asunto es el de la política. Aquí hay que concretar. Me irrita profundamente el uso que del nacionalismo hace, por ejemplo, el PP, para exacerbar los sentimientos anticatalanes de la gente. Me irrita profundamente el uso que del nacionalismo hace Esquerra Republicana para exacerbar los sentimientos anticastellanos de la gente. Me irrita, en general, que se usen los sentimientos para hacer política. La gente tiene derecho a sentirse como le dé la gana, española, catalana o marciana. Tiene derecho a sentir dos cosas, las tres o ninguna. Tiene derecho a hablar en la lengua que le venga en gana. Tiene derecho a pensar que un estado grande tiene más ventajas que dos más pequeños, lo mismo que tiene derecho a pensar que un estado-nación tiene más ventajas que uno plurinacional. La gente tiene derecho a creer en el principio de autodeterminación o en el de la soberanía compartida. La gente tiene derecho a ser anarquista, federalista, europeísta o lo que le venga en gana (sí, también fascista: ni los pensamientos ni los sentimientos puede limitarse por ley: otra cosa es que los demás hagamos leyes para impedir que esas ideas se materialicen). Que toda esa gente que cree en esas cosas esté equivocada o no es otra cuestión. De hecho, posiblemente todos estén  equivocados y todos tengan razón en parte, porque el mundo es tan complicado que no tiene soluciones perfectas y globales. Por eso solo cabe negociar, solo cabe buscar los puntos de encuentro y, si no los hay, intentar que las rupturas sean lo menos dolorosas posibles.

Insisto: la gente tiene derecho a pensar y sentir como lo venga en gana. Lo que es absurdo es tomar decisiones políticas con las tripas. Uno se puede sentir igualmente español o catalán con Cataluña integrada en España o separada de ella. Porque, como con las personas, una cosa es lo jurídico y otra lo sentimental. Porque ser, por ejemplo, jurídicamente europeos, no choca con que la gente siga sintiendo el mismo apego de antes a su patria chica. Porque, imaginar esto es un ejercicio interesante, si mañana Cataluña, o el Bierzo, ya puestos, se independiza de España, al día siguiente, cuando nos levantemos por la mañana, ¿qué cambiará en las vidas de unos y otros? La economía, por supuesto: tendrá que reequilibrarse. Y también el equilibro de poder en Europa. Pero, ¿y en el pecho?, ¿y en los sentimientos? ¿La gente se sentirá distinta? Bueno, claro que sí: unos estarán encantados de la vida y otros se sentirán heridos en lo más hondo. Pero dejemos pasar unos días, unas semanas quizá. ¿Qué pasará? ¿Cambiará mucho la vida del obrero, del profesor, del ingeniero? Sí, habrá cambios, repito: económicos, políticos, cambios prácticos que son importantes y en los que hay que pensar, claro que sí. Pero el gran esquema de las cosas no cambiará, seguirá siendo el mismo: unos cuantos políticos se dedicarán a sus juegos de poder; unos cuantos poderosos usarán sus influencias para obtener beneficios, y la inmensa mayoría nos seguiremos dedicando a subsistir. Con esto no quiero decir que esté a favor o en contra de la independencia: lo que quiero decir es que no es tan importante; que, se produzca o no, la vida seguirá siendo muy parecida para casi todos y que, por tanto, conviene no tomarse estas cosas muy a pecho.

¿Soy español? Sí, aunque ello, más allá de que me sujeta a una cierta legislación, la española, no suponga demasiado. ¿Estoy a favor o en contra de la independencia de Cataluña? Pues, sinceramente, me da igual. En el momento histórico en el que nos encontramos, con el descubrimiento de que la Unión Europea es un fraude; con el planeta echado a perder; con el crecimiento de la población desbocada; y con la economía mundial en manos de los mercados, la unidad de España me parece que no tiene la más mínima importancia. Pero, ¿de verdad me da igual? Pues depende: si las fronteras siguen abiertas como ahora y puedo seguir pasándome de vez en cuando por Barcelona, como ahora; si el cava y la butifarra siguen circulando sin problemas, como ahora; y si a nadie se le ocurre sacar los tanques a la calle; pues sí, a mí me da igual que haya un estado, dos o diecisiete. A fin de cuentas, manda la Merkel…

Los sentimientos de pertenencia son importantes para la propia definición del individuo. Pero no nos creamos las esencias. La historia, las tradiciones, las fiestas, las costumbres, incluso la lengua, todo eso es contingente. Como seres humanos es más lo que nos une que lo que nos diferencia. Dicho esto, diré también que todas las opciones políticas son válidas, incluido el divorcio.



PD: La verdad es que iba a hablar de toros a raíz de la aparición de uno que antes era rey en una plaza de toros defendiendo la, según algunos memos, fiesta nacional, pero una cosa lleva a la otra y…

4 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo en casi todo, menos en lo de "me da igual". Yo soy catalán pero también me siento español, y no me daría igual que Catalunya se independizara, para ti siendo madrileño es más fácil prescindir de Catalunya, tu podrías seguir tu vida como siempre y seguir siendo ciudadano español sin que en lo personal se viera afectada demasiado. En mi caso sería muy distinto, me vería obligado a elegir si me exilio en España ( o el resto de España, mejor dicho) o si me quedo en Catalunya y renuncio a mi nacionalidad española, para mi sería algo así como decidir si prefiero que me amputen la pierna derecha o la izquierda, quizás te parece que estoy exagerando, pero realmente creo que sería algo traumático para mi y espero que no lleguemos a ese punto.

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  2. Almazul, no quería frivolizar ni decir que no fuese importante. Un cambio de esas características en la organización política de un país, o dos, no puede dejar de tener repercusiones importantes. Y no solo para los catalanes, evidentemente, también para el resto, porque el peso económico y cultural de Cataluña en el Estado es enorme.

    Lo que pretendía decir es que si consiguiésemos separar los puntos de vista emocional y pragmático, las consecuencias inevitables de la unidad o la ruptura se vivirán con menos dramatismo.

    Dices que te sientes español y hablas de perder la nacionalidad. Pienso que son dos cuestiones que pertenecen a dos planos distintos. La nacionalidad implica una serie de derechos y una protección por parte del Estado que la reconoce: es algo práctico, jurídico, que podrá implicar una pérdida o una ganancia según como se desarrollen los acontecimientos. Tus sentimientos son otra cosa, algo que nadie puede legislar, ni el parlamento español ni un hipotético parlamento catalán, ni mucho menos cambiar. Tampoco cambiarán mis sentimientos por Cataluña, que son muchos y en general buenos, por mucho que a partir de cierta fecha sea un territorio gestionado por otro estado.

    Permíteme una pregunta: ¿qué significa para ti sentirte español?

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  3. Es difícil responder, para empezar no tiene nada que ver con himnos ni banderas, tiene que ver con la pelota de gofio amasado que me daba mi madre (guanche) cuando yo era pequeño.
    Yo soy nacido en Catalunya pero mi madre es canaria y mi padre de Soria, me crié en un barrio rodeado de inmigrantes andaluces y del resto de España, mi identidad no es homogénea, es compleja y mestiza.
    Ahora cuando vuelvo de vacaciones al pueblo de mi padre en Soria, nos encontramos con los hijos y los nietos de los que emigraron, unos a Bilbao o San Sebastián, otros a Zaragoza o Madrid y otros a Barcelona, algunos de ellos y ellas se casaron con vascos y catalanes y es bonito porque en una pequeña aldea perdida en medio de Castilla los niños juegan y hablan en vasco, en catalán y en castellano, eso es para mi España, yo me siento de ahí.

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  4. Hablas de "separar los puntos de vista emocional y pragmático", eso es difícil en el contexto actual si eres un catalán de cultura charnega como yo.
    Para ti que vives todo esto como espectador, desde la lejanía, y que no sufres las contradiciones ni te salpica nada es difícil que lo entiendas.

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