sábado, 4 de mayo de 2013

Creencias, aborto y contención del gasto


Puede ser que alguien se pregunte por qué le doy tanta importancia a esto de las creencias. A fin de cuentas, ¿qué más da que la gente crea en dioses? Como si creen en unicornios o en el ratoncito Pérez: no hacen daño a nadie.

Si fuese así no me preocuparía, efectivamente. De hecho, alguna vez lo he comentado: si la gente vive más a gusto con el calorcito que les da sentirse arropados por su dios, pues genial: no seré yo quien les diga cómo deben gestionar su vida.

El problema es que la cosa no se queda ahí, en el ámbito de lo privado, sino que salta a lo público y pasa a ser asunto de la incumbencia de todos, queramos o no, seamos ateos, agnósticos, posibilistas o pastafaristas.

Hay dos caminos por los que las creencias dan el salto a lo público. Uno es obvio: las iglesias. Como casi toda organización humana, tiene como objetivo principal de su acción su propia supervivencia, y para ello ejercen la presión que haya que ejercer para imponer a la sociedad su visión del mundo. Un ejemplo: que los católicos crean que en el mismo momento de la concepción un alma inmortal se adhiere al cigoto es algo que no merece ningún comentario por mi parte, salvo, quizá, una leve sonrisa. Sin embargo, esta creencia convierte al cigoto en sagrado, por lo que la jerarquía católica presiona al gobierno español para que prohíba el aborto y éste parece que, en buena medida, va a hace caso. Es decir: por una creencia absurda millones de mujeres van a perder el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.

El otro camino por el que las creencias entran en el ámbito público es el de los dogmas. Los creyentes, y muchos no creyentes, están tan acostumbrados a creer que se olvidan de ese sistema de ajuste fino que llamamos razón y confían ciegamente en los dogmas que definen al grupo al que pertenecen. Un ejemplo: la derecha tiene como seña de identidad la creencia en que los impuestos son el mal de la economía y que lo mejor es pagar lo menos posible. Esto, como deseo egoísta, es comprensible, pero desde el punto de vista racional es un completo absurdo, sobre todo si lo defiende quienes están comisionados para hacer que la economía funcione. La cuestión es que dan igual doscientos años de teoría económica, montones de crisis, o el ejemplo de los países más desarrollados del mundo: la derecha sigue pensando que lo mejor es pagar pocos impuestos. Da igual que esta obsesión, en su derivada “contención del gasto público” haya llevado a la miseria a varios países gracias a los consejos el FMI. Dan igual Keynes o Krugman. Da igual que no haya ejemplos que muestren que sus recetas sean efectivas, y sí de todo lo contrario. La fe es la fe.

El mundo se rige por la sinrazón. Para ocultarla unos utilizan imágenes de alta resolución de los fetos y otros gráficas y ecuaciones matemáticas de enorme complejidad, pero es solo es apariencia de ciencia, porque en realidad no demuestran nada salvo su habilidad para la manipulación y el disfraz y, sobre todo, que donde esté una creencia que se quiten mil razones.

Por esto me preocupan. 

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