miércoles, 30 de noviembre de 2011

Nostalgia de la profundidad


El viajero más lento, colección de textos de Enrique Vila-Matas, me produce la misma sensación, aunque más intensa si cabe, que sus novelas: la de estar ante una tupida e intrincada tela de araña que, sin embargo, carece de espesor.

Con el material aportado por dos formas de la memoria, la erudición y el recuerdo personal, Vila-Matas encuentra a veces, y se inventa otras, conexiones entre la vida y la literatura, entre los personajes y los autores, convertidos a su vez en personajes en ese eterno juego de espejos que es su escritura. Pero, como en las obras de Jaume Plensa, las conexiones parecen componer un retrato en hueco, un volumen vacío sobre el que Vila-Matas se deleita dibujando complejos jeroglíficos que, sin embargo, nunca llegan a penetrar la carne.

Si digo esto no es por criticar: quizá tenga razón y no haya más. Lo único que ocurre es que tanta desnudez despierta en mí la nostalgia de la profundidad.

Twin I and Twin II
Jaume Plensa


martes, 29 de noviembre de 2011

No se puede estar muerto


¿Os habéis fijado en la foto que colgué el otro día? ¿Habéis visto cómo el muerto levanta con sus manos la lápida mientras el ángel hace por escuchar lo que dice? Me imagino los buenos ratos que el difunto, en vida, debió de pasar pensando en las reacciones de los visitantes del cementerio al ver su tumba. Así es como pensaba ese tipo en su muerte, imaginándose la vida de los otros. Y disfrutando de la situación por anticipado, como hacemos tantas veces en tantas otras ocasiones.

Esa misma capacidad narrativa que nos permite imaginar el futuro es la que nos permite pensar en la muerte como un estado, cuando no lo es. También el lenguaje colabora al engaño: decimos "Fulano está muerto" y sentimos que Fulano está, es verdad que muerto, pero está, cuando lo cierto es que Fulano, si es que es cierto que murió, no está.

La muerte no es un estado, es algo que ocurre, es la cesación de la vida, es un punto y final, no una transición. Si acaso, es un estado, pero para los vivos. Fulano está muerto en mí. Yo, que sigo vivo, carezco sin embargo de la presencia de Fulano. Por eso las exequias, los funerales, los réquiem y epitafios son para los vivos, y no para los muertos, porque tienen que ver con la forma en la que los vivos procesamos la muerte de los otros.

Pero la muerte no existe. No como más allá. No hay más allá. No hay después. Pensar en el futuro, en lo que ocurrirá tras nuestra muerte es un ejercicio intelectual tan interesante como cualquier otro, y tan inútil como casi todos.        


PD: le hice otra foto a la tumba en cuestión: en esta se ve con más claridad al ángel que, al tiempo que hace bocina con la mano para escuchar al presunto difunto, señala hacia arriba, quizá indicando que desde allá no se le oye, o vaya usted a saber qué. 


  

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La muerte

Es lógico que no pensemos mucho en la muerte: este mundo occidental nuestro está construido sobre las bases del consumo y, en este sentido, los muertos tiene poco que hacer. Pero es una pena, porque pensar en la muerte es muy interesante. Está la cosa especulativa, tan socorrida en reuniones de sociedad: ¿qué se siente?, ¿qué hay después?, ¿nos comerán los gusanos? Pero está, sobre todo, el fértil punto de vista que proporciona imaginar la cosa desde la mirada de la muerte. Si la muerte es ajena podemos juzgar con perspectiva toda una vida, lo cual nos puede ser muy informativo a los que todavía estamos vivos. Por otra parte, si la muerte imaginada es la propia, pensar sobre ella nos proporciona un ámbito de experimentación muy interesante: ¿qué dirán de mí?, ¿quiénes irán?, ¿pondrán canapés?, ¿quién los pagará?

Sé que esto suena muy a Woody Allen, pero una vez descartada la opción trascendente, no queda más que la broma. Y también algo de desconsuelo, quizá. Cuando vi Big Fish, de Tim Burton, me sentí impactado por el entierro multitudinario que abre la película: ante una afluencia tal de público entregado a la memoria del muerto, me dije: "y a mi entierro, ¿quien va a ir?". La respuesta fue tan escueta que me entró cierta tristeza, tanta que, lo confieso, tardé un rato en darme cuenta de que me importa tres cojones: a fin de cuentas, yo estaré muerto.


Cementerio de Niza. 

martes, 22 de noviembre de 2011

¿Y si no hay solución?

A veces una pipa es una pipa y ni la razón ni la acción ni la inocencia pueden con la terca realidad. Entonces solo queda la melancolía. A veces el dolor proviene de la no asunción de la derrota. No sé si Lars von Trier pretende decirnos esto, pero yo llevo mucho tiempo sufriendo ante la aporía de un mundo que parece resistirse a las soluciones. ¿Y si no las hay? ¿Y si no hay nada que hacer? A lo mejor todo es tan sencillo como eso. En tal caso solo nos queda la melancólica espera del fin. En un contexto así, asistir al nacimiento de una obra de arte es doblemente emocionante, porque a la alegría de ser testigo de algo tan especial se une la tristeza de saber que su fin es, sin embargo, el de todo lo demás: la aniquilación.

 
Nota: esto no es un trailer: es el prólogo, los ocho primeros minutos de la película
Melancholia, de Lars von Trier.
 Por cierto: la música es de Wagner, de Tristán e Isolda.