lunes, 3 de octubre de 2011

Lorenzo de Andrés Santís

Mi amigo Lorenzo cumpliría mañana sesenta años si no fuese porque murió el dieciocho de julio pasado. O sesenta y uno, no estoy seguro, pero eso es lo de menos. Lo importante es que un cáncer cerebral acabó con él hace un par de meses.

Soy un tipo frío de nacimiento, y tengo que aprender la pasión de los demás. En interminables sobremesas en las que combinábamos café, orujo y complejos y confusos esquemas sobre manteles de papel, aprendí muchas cosas, tomé conciencia de muchas ideas y me sentí alimentado por montones de nuevas imágenes. Pero si algo me transmitió Lorenzo en aquellas intensas y enmarañadas veladas fue una pequeña parte de la extraordinaria pasión que sentía por la enseñanza. Quiero pensar que soy un buen profesor. Si es así, en buena parte es gracias a Lorenzo.

Lorenzo era de esos que todavía creen en el poder de la palabra y las ideas, y no entendía que hubiese objeto más precioso que un libro. Quizá por eso en su casa proliferaron hasta colonizarla, aunque tampoco faltaban los discos, las películas, los dibujos... Daba hasta risa verle levantar el maletero de su coche y descubrir allí, amontonados, libros a decenas, sus últimas adquisiciones, de entre las que siempre entresacaba uno para mostrarte con sumo detenimiento su índice maravilloso. Lo sabía todo, aunque su conocimiento, por moderno que fuese, siempre tenía un algo de antiguo, como leído en pergamino.

Lorenzo era de esas personas que pensaba una cosa y sentía otra. Era progresista de vocación, nietzscheniano hasta en el bigote y amante de las tradiciones, como "su" Santayana. Su mundo ideal era un jardín de filósofos danzantes, lo cual explica que, poco a poco, fuese desconectándose de este mundo. Que alguien así llegase a ser amigo de un "positivista romo" como yo es uno de esos misterios de la naturaleza humana. Otro misterio es cómo pudo conjugar una vanidad infinita con una inseguridad casi perfecta.

Sí, fuimos amigos, a veces los "únicos", y juntos hicimos "la travesía del desierto" más de un a vez. También nos odiamos, como solo se pueden odiar los amigos que saben lo que más le duele al otro y se lo dicen de la peor de las maneras. Fue el más generoso de los tipos, y también el más egoísta. Era barroco en el lenguaje y extremo en los afectos. Atrabiliario, quiso pegarse con quien se lo llamó. Era sin duda capaz de ser el mejor de los amigos, siempre que tú fueses el mejor de los amigos. Su mirada incendiada por la ira es algo difícil de olvidar.

Lorenzo era un ser excesivo, uno de los últimos, un personaje del pasado, alguien que recitaba largos poemas de memoria y que a las cuatro de la madrugada se despedía entre lamentaciones porque no podía soportar que nada se acabase. Y es que no entendía de límites, nada le parecía suficiente. Nietzsche, que nunca quiso seguidores, hubiese estado orgulloso de él. Incluso de su muerte: cómo a Friedrich, solo su propio cerebro pudo vencerle.

Lorenzo ha muerto, y ya no existe, y no cabe lamentarse por él. Los que somos dignos de conmiseración somos los demás, los que no volveremos a escucharle y, sobre todo, este mundo "epidérmico" y trivial que se ha vuelto incapaz ya no de entender, sino de disfrutar de las mentes más desaforadas, de las personalidades más excesivas, de la vidas más originales y extemporáneas.

Un antiguo alumno le dijo una vez: "Lorenzo, es que tú eres de los profesores que dejan secuelas". Aunque no era realmente eso lo que le quiso decir su sencillo admirador, a Lorenzo le encantó aquello hasta el punto de convertirlo en unos de sus clásicos.

Sabía que era cierto.

12 comentarios:

  1. Un hombre quijotesco, como, efectivamente, ya no quedan.

    Descanse en paz.

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  2. Debo tener parte de esa mentalidad fria que mencionas... impresionante epitafio, sin duda... pero soy de la opinión de que las flores se regalan en vida ya que despues de muerto no se descansa... simplemente no se está.

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  3. Outsider, creo que no te has enterado de nada: no le he escrito a Lorenzo.

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  4. Lo del descanso era una respuesta al comentario anterior más que a otra cosa.

    Aun así no me deja de sonar a epitafio, siempre se escriben para los vivos que lo escuchan salvo en algunas excepciones que por vergüenza o mucha religiosidad se dirigen a quien no está. De todos modos igual me estoy perdiendo algo del sentido... aunque lo he vuelto a leer.

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  5. Lo de los manteles de papel me ha traído un recuerdo: Lorenzo en una clase comentó que en una ocasión había ligado explicando los cálculos de Eratóstenes dibujando pirámides, hemisferios y sombras en una servilleta de papel.

    No cabe añadir mucho más, Alberto. Está muy bien dicho todo esto que has dicho. No tenemos repuesto. Menos mal que tenemos las secuelas.

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  6. Lo de "descanse en paz" es una frase hecha, resaltando la idea que tengo de que los últimos meses, teniendo un cancer cerebral, no creo que lo haya pasado muy bien.

    Lo de los circulos de Eratóstenes calculando el radio de la Tierra, tremendo, que recuerdos. Admito que a mi me marcó, y que me costó bastante "quitarme de encima" su influencia (creo que no soy un tipo apasionado y soñador, como lo era él, más bien el prágmatico cinico que soy ahora me encaja mejor) pero a pesar de que aun recuerdo su manera de dar clase con cierta sorna, como dije antes, era un aire fresco ante el tipo de personas que luego he ido encontrándome en la vida: prácticas, calculadoras, incapaces de ver más allá de lo establecido. No puedo añadir más, todo lo has dicho tú, efectivamente.

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  7. Me emociono al leer tus palabras... sabes que siempre fui de lágrima fácil... A la vez me alegra encontrar a "mi profe de mate" que tanto tiempo hacía que no sabía nada de él. Con estas palabras me has transportado a hace... bufff... más de diez años y las buenas sensaciones y los buenos recuerdos han sido lo mejor del día ¡gracias! Fátima García Calvo

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  8. Acabo de llegar del homenaje que le han hecho profesores y alumnos en el instituto... Hoy mismo he sabido la noticia y aún no puedo créemelo. Sin lugar a dudas yo también soy otro cínico pragmático que en muchas ocasiones se detiene a pensar invadido por la huella que después de más de 10 años, aún queda en mi. Sin lugar a dudas, alguien irrepetible.

    Alberto, gracias por estas palabras de parte de un ex-alumno de matemáticas de COU. Un abrazo. Juan Manuel Martínez.

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  9. Siempre quise saber donde estaría Lorenzo tras marcharse de Asturias. Fue un profesor excelente, recuerdo su primera clase, su apasionamiento, su inteligencia. Me dió clase en en COU, hace más de 30 años.
    Hoy estaba leyendo algo sobre el Mito de la Caverna y pensé: si pudiese localizar a Lorenzo a través de internet y agradecerle la curiosidad por la lectura que despertó en mí..
    Me ha entristecido enormemente encontrar esta noticia.

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  10. Hoy me he enterado de la muerte de Lorenzo, no sé por qué, desde hace tiempo tuve el presentimiento de que había muerto. Pero la certeza de su muerte me ha conmocionado.

    Hace ya muchos años, me dio clase en Asturias, tuvimos una amistad y posteriormente una historia de amor muy especial, como no podía ser de otra manera.
    Persona y personaje inolvidable, quijotesco sí, pero también, hipersensible y tierno, temible y terrible en el enfado, aunque también terriblemente vanidoso. Me ha sido fácil reconocerlo en las palabras de recuerdo de su amigo. Pienso que a él, le habrían gustado. Yo, le recordaré siempre recitando unas palabras de un poema de Arthur Rimbaud:

    “por delicadeza yo perdí mi vida. Ay! que venga el tiempo en que los corazones se enamoren”

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  11. Yo fui amigo de Lorenzo. Estudiamos juntos en la Facultad de Filosofía de la COmplutense. Conservo muchas cartas de él. Nos amamos y nos odiamos.

    Nunca he podido olvidarle.

    Miguel Florián

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  12. Recuerdo como se enfadó conmigo por estar jugando con el capuchón del boli mientras las monadas de Leibniz flotaban a nuestro alrededor. Sí, ahí estaban, tan reales como las palabras que las evocaban. Las mismas palabras que nos describieron a un hombre cegado por el sol al lograr salir de una caverna. Vosotros me entendeis. Yo tambien era delicado y no sabía si morir o vivir, y no encontré consuelo en tanta luz, o en tanta oscuridad...

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