Isa es, para qué negarlo, uno de mis grandes amores de papel.
Y es que no solo los amores pueden ser de papel: también las buenas y viejas amigas.
Andaba yo el viernes curioseando por la Galerie Daniel Maghen. Es la única galería de arte que conozco que se dedica, en vez de a los óleos y cosas así, a los cómics. En grandes carpetones muestra las planchas originales de grandes autores como Das Pastores, Manara o Juillard. Más allá de la cosa fetichista, ver las páginas de los cómics tal y como las dibujaron sus autores, muchos más grandes, con sus lápices, sus correcciones, sus collages y sus pruebas de color al margen, es toda una experiencia. Lo que no me esperaba al acudir allí era encontrarme con el anuncio de una exposición en el Museo de la Marina dedicado a Los pasajeros del viento. Cojo el autobús y me planto rápidamente en el Trocadero, al ladito de la Torre Eiffel, y allí me la encuentro. Más hermosa que nunca, más irónica, y más de verdad, allí está Isa, con sus trazos originales, con su color, con su carne. Embobado, me paseo por las salas reviviendo lo vivido tantas veces, pero en esta ocasión con un poco más de verdad, porque los tonos son un poco más intensos, porque los trazos son un poco más nítidos, y, sobre todo, porque en un mundo de réplicas encontrarse ante el original es un poco como encontrarse con la verdad que tantas veces nos han explicado que no existe.
Ah, qué dulce es el amor crepuscular...