jueves, 8 de octubre de 2009

Un poco de estética

Uno va y dice: “voy a revolucionar el arte” y decide que va a reducir el número de sus límites, que va a despreciar alguna de las restricciones que impone el canon hegemónico en ese momento. Coge alguna cosa de un basurero, lo coloca en una galería de arte y dice: "es una obra de arte". Y tiene razón, porque decidir que es una obra hace que sea una obra de arte. Perfecto. Hasta aquí. Pero entonces llegan los demás y en ese a veces muy destructor instinto simplificador que tienen los humanos dicen: todo el arte es así: lo único que hace que algo sea arte es la decisión del artista. De modo que lo mismo es el urinario de Duchamp que las Meninas de Velázquez. Son así los humanos.

Cierto es que el espectador siempre ha de poner algo de su parte: siempre ha de haber cierta complicidad con la obra artística: de alguna manera, debe fingir que se lo cree. Pero hay que reconocer que si la obra condensa cierto conjunto de características, esta complicidad será más fácil que si no. Yo, por ejemplo, me siento mucho más inclinado a creerme los trampantojos de Velázquez que el hiperrealista urinario de Duchamp. Yo soy así.

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Lo que ha marcado al siglo XX es el afán por la originalidad, por ser distinto, por romper. Esto, unido a un acceso a la información en permanente y extraordinario aumento y a una conciencia nunca vista anteriormente de las implicaciones de los propios actos (antes, el artista generaba signos; ahora, los busca) ha conducido a esta carrera de ismos que llega a su perversión completa con la postmodernidad. Y digo perversión porque en el fondo no han hecho más que inventar nuevos nombres para los viejos problemas: el fin de los grandes relatos, horizontalidad, deconstrucción, simulacros, lo dicho, una nueva jerga para hablar de lo de siempre, de la contradicción de la existencia, del absurdo, de la relación entre lenguaje y realidad, etc, etc, etc. (Es revelador el uso del prefijo post- en todos ellos: postestructuralismo, postmarxismo, postmodernismo).

Yo les pondría a todos estos a plantar berzas. Y no lo digo como castigo, sino como terapia. Me da la sensación de que valorarían de otra manera todos sus hallazgos teóricos si tuviesen de vez en cuando un contacto más físico con el mundo (el sexo tampoco es mala terapia, aunque para mentes filosóficas puede ser motivo de nuevos desvaríos).

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Se me ocurre que uno de los males de las artes plásticas es un exceso de literatura. ¿Qué sería de la mayoría de las instalaciones, obras de técnica mixta y collages que uno se puede encontrar por ahí si no estuviesen acompañadas de los correspondientes folletos y catálogos explicativos. La verdadera creación se encuentra en estas piezas de literatura fantástica en las que, como en un retrato en hueco, se habla de lo que no existe más que en la imaginación siempre generosa del lector.

Con esto no niego la validez y hasta la necesidad de cierta labor crítica, pero lo que ha ocurrido en el siglo XX es que el órgano ha creado la función. Un crítico necesita tener de qué hablar, un galerista necesita tener qué exponer, un teórico necesita algo para enseñar e investigar. Todos ellos necesitan obra nueva, corrientes nuevas, nuevo léxico, nuevos hallazgos. Lo demás es una cuestión de combinatoria: pongamos a cien mil humanos a mezclar colores, objetos, soportes y luego elijamos algo que parezca distinto a lo de antes. La justificación teórica, la génesis histórica, los aspectos psicoanalíticos, la red de influencias, de eso ya nos encargaremos los críticos. No hay problema (un caso excepcional es Tapies: él mismo se encarga de generar la basura verbal con la que dar contenido a su obra).

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Los textos de contraportada, o los trailers de las películas, incluso algunas recensiones no muy independientes, todas son formas de un nuevo arte. Un arte, eso sí, corrupto, y no solo porque su finalidad sea convencer al posible consumidor, lo cual es, en sí, sospechoso. Es, sobre todo, corrupto porque miente: nos hace creer que es un reflejo fiel, un epítome, un avance de lo que nos vamos a encontrar, cuando ni el autor, ni las técnicas utilizadas, ni la intencionalidad de la obra y su argumento de venta tienen nada que ver. Lo que están haciendo es vendernos nuestra propia capacidad de asombro, nuestra curiosidad, nuestra imaginación. Consiguen que imaginemos aquello que deseamos y después nos dicen que eso, precisamente eso que estamos imaginando, es lo que nos ofrecen. La verdad es que la idea es genial. Y perversa, porque cuanto mayores son las ganas de nuevas sensaciones artísticas, de nuevas experiencias intelectuales, los batacazos son mayores. Es la publicidad. El arte de la simulación, de la sugestión, el auténtico arte virtual.

La gran puta.

7 comentarios:

  1. Hacía tiempo que no me permitía el lujo de salir de mi pequeño rincon de bytes para encontrar parte de lo que pienso pero bien dicho... cuando yo digo que no entiendo el arte moderno y me atrevo a criticarlo a pesar de no ser tampoco un experto en ningún otro tipo de arte pienso parte de lo que has escrito en este post pero soy completamente incapaz de contestar a las replicas que me tachan de ignorante.

    Por lo demás no tengo nada más que incorporar al post salvo indicar lo que alguien dijo antes que yo, "los -ismos, suelen ser malas compañias"

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  2. Fíjate que yo ni siquiera estoy en contra de los -ismos. Disfruto del impresionismo, del cubismo, del expresionismo, del fauvismo, del simbolismo, del futurismo... De acuerdo que hay que sospechar de los ismos como de todas las etiquetas, por lo que tienen de simplificadoras, pero en cuanto movimientos tienen su interés, primero porque produjeron grandes cosas y, segundo, porque los movimientos hicieron las veces de las escuelas de otros tiempos, al enseñar e iluminar a muchos que disponiendo de talento no eran genios absolutos. Lo malo vino después.

    El gran problema del arte contemporáneo es que es incapaz de emocionar. Puede sorprender a veces, puede enseñar otras, y hasta denunciar. Pero raramente emociona. Ya no es dionisiaco. En su fealdad parece difícil tildarlo de apolíneo, pero lo que no es de ninguna de las maneras es dionisiaco, por artificial, por impostado. Si el viejo Nietzsche levantase la cabeza...

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  3. Bueno, yo en cuestiones de arte y adelantando que mi conocimiento deja bastante que desear no estoy a priori en contra de nada, ni de los ismos ni de ninguna corriente específica pero de lo que sí que estoy a favor es del arte que sea capaz de transmitirme algo. Sobre el arte contemporáneo, entendiendo como contemporáneo el de los últimos veinte años, y visto lo visto he de decir que bien pocas cosas han conseguido en mi la más mínima emoción.

    Alfombras de balasto extendidas en el suelo de una sala en las que el despistado de turno arrea una patada esparciendo la obra por mitad de la sala y que el vedel se encargue de su reconstrucción, es algo a lo que me es imposible catalogar de arte. Y cosas como esta son unas cuantas de las que he visto últimamente.

    Creo que el artista posee tanta inspiración como el vedel que se encarga de la salvaguarda de su trabajo.

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  4. Entiendo lo que dices. A mi me pasa a veces en algunos museos o exposiciones que me quedo mirando un armario de extinción de incendios o un cuadro eléctrico y me pregunto ¿será esto otra obra de arte? La duda se disipa al no encontrar la cartela correspondiente con el título y eso, aunque a veces las ubican tan lejos de las obras a las que se refieren que la duda permanece.

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  5. Jajaja, sí, eso también lo he hecho yo a veces. Tiene huevos la cosa. Algunos yo no sé ni como se ganan un nombre o consiguen un hueco en el mundo artístico.

    No me gusta discutir mucho sobre los gustos de la gente. Porque si alguien disfruta admirando un extintor o mismamente la alfombra de balasto, pues eso que gana el artista. Pero vamos, que yo les diría que se metieran a bombero o se dieran una vueltecita por cualquier estación de trenes porque yo cuando pago para ver una exposición me gusta ver algo más que eso.

    Como el cabrón que dejó atado un perro vagabundo en un rincón de una exposición para que la gente disfrutara viéndolo morir de hambre. De los huevos le ataba yo al artista y le dejaba allí incluso momificado para los restos. En fin, es lo que hay y lo que parece que gusta a alguna gente.

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  6. Sí, eso es lo triste, que hay gente que dice que les gusta. Entonces lo interesante es averiguar, preguntándoles por ejemplo, qué es eso que les gusta, qué es lo que sacan de la “obra de arte” en cuestión. Tristemente, la mayoría de las veces no es otra cosa que sentirse pertenecientes a la elite intelectual. Pose, en fin.

    Hablando de arte: me gustas más dibujada por Miller.

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  7. Es mejor no preguntarles, eh? Que seguro que te sueltan alguna disertación que te deja con la misma cara de gilipollas que cuando te enteraste de que les apasionaban las obras. Sin duda yo también creo que no es más que pose.

    Hablando de arte: gracias, creo que se lo debo a alguien. Tengo una buena colección de avatares en la red. Estuve pintada por un tiempo por Miguel Angel aprovechándome de su Sibila, luego por Manara, después por Luis Royo para desembocar en este. Aunque nos parecemos en el blanco de los ojos si acaso. :)

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