viernes, 25 de septiembre de 2009

Caos

“En el principio era el caos”. Casi todas las cosmogonías empiezan con una afirmación de este estilo. Y casi todas tienen su “Caída de los dioses”, o su “Apocalipsis”, como si después de un periodo más o menos ordenado el caos primigenio acabase siempre por retornar.
Esto de ver el caos en el pasado y en el futuro debe ser una extrapolación de lo que vemos en cualquier libro de historia: el desorden azaroso es reducido por voluntades poderosas que imponen su ley con mayor o menor éxito, alcanzando estados de mayor o menor organización, pasando incluso por edades más o menos doradas para acabar siempre en la decadencia y en la extinción del orden.

También en nuestra vidas diaria experimentamos cuan difícil es conseguir el orden y cuan difícil mantenerlo. En el fondo, estamos luchando con el segundo principio de la termodinámica.

La cuestión es que, a poco que pensemos, cualquier otra descripción del universo distinta del caos es un puro cuento. ¿Por qué ha de haber leyes? ¿Por qué va a tener que comportarse el universo de ninguna manera determinada? Cualquier teoría que imponga obligaciones al universo debe explicar de dónde vienen. Además, en seguida se cae en falacias lingüísticas: si hay leyes, ¿quién es el legislador?

“En el principio era el caos”. Y al final. Y siempre. Lo que ocurre es que en un universo caótico todas las posibilidades deben darse. Y esto no es una ley, sino una tautología a partir del propio concepto de caos: no podemos descartar ninguna posibilidad porque eso sería ponerle restricciones a lo que por definición no tiene restricciones.

¿Por qué existe el universo? Ante tan estupenda pregunta yo propongo contestar: porque sí.

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