sábado, 13 de junio de 2009

El mejor de los mundos posibles

“Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo”. Con este poderoso comienzo, todo un tratado literario y filosófico condensado en un par de frases, empieza Tolstoi su novelón Ana Karenina. Naturalmente, los cientos de páginas que siguen hablan de una familia infeliz.

Leibniz dijo que este era el mejor de los mundos posibles. No se le ha entendido demasiado bien. Hasta el fino Voltaire se rió de él parodiándolo en el Candido. La verdad es que nunca quiso decir Leibniz que este mundo fuese genial. Solo que, en coherencia con su sistema de creencias y como consecuencia lógica, este mundo nuestro tenía que ser el mejor de los posibles, lo cual, si se piensa un poco, lejos de ser una afirmación de cándido optimismo es la más terrible expresión de pesimismo que pueda imaginarse, porque descarta definitivamente toda atisbo de esperanza.

Para Stendhal, “si alguien mantiene que es feliz, seguro que está de broma”. Según Flaubert, para ser feliz hay que ser estúpido, ser egoísta y gozar de buena salud. En el colmo del patetismo decadente D’Annunzio escribió: “Otros son más desgraciados; pero yo no sé si ha habido en el mundo un hombre menos feliz que yo”. Einstein, más práctico, cuando le preguntaron si era feliz, contestó: “No. Ni falta que me hace”.

No es que la felicidad tenga muy buena prensa, la verdad. Desde luego, parece que una felicidad continuada en el tiempo es, o bien imposible, o bien el estado de un simple. Episodios aislados de felicidad parecen más al alcance mortal, aunque siempre vengan acompañados por la sospecha de que, antes o después, habrá que pagar algún precio por ellos.

Pero lo realmente difícil es escribir sobre la felicidad, sobre el estado de felicidad, sobre la vivencia de la felicidad. Los católicos han sido capaces de describir con toda precisión terribles infiernos, pero nunca un paraíso convincente. El de los musulmanes, que sí han sido capaces de imaginarlo, se parece demasiado a un burdel.

El estado de bienestar propio casi no le dice nada a los demás, a no ser que los demás vean en el bien de uno el reflejo del suyo propio. Los poemas que enardecieron nuestro ánimo cuando el ánimo estaba enardecido nos parecen ripios de poetastro con el ánimo templado. El final feliz raramente aguanta en nuestra boca el tiempo que tardamos en darnos cuenta del rictus bobalicón, de la sonrisa tontorrona que nos han dejado en la cara.

¿Que a qué viene esto? Pues a que hoy me he levantado de buen rollo, de muy buen rollo, y por una vez me apetecía decirlo.

6 comentarios:

  1. La felicidad propia es una medida relativa a la felicidad del resto. Si soy más feliz que los demás, soy feliz, pero si estoy igual y los demás son más felices... entonces soy un infeliz.

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  2. En esta ocasión no estoy de acuerdo contigo, Outsider: es posible que a los que basan su felicidad en tener el 4x4 más grande les ocurra algo así, pero no a todos. No a mí, al menos.

    Hace tiempo leí que nacemos con un nivel de felicidad al que acabamos volviendo tras breves fluctuaciones. Dicho de otra manera: salvo terribles desgracias o fortunas extraordinarias, el grado de felicidad depende de cómo unos es, y no de sus vivencias.

    A mí me pasa: de hecho, voy más lejos y pienso que nos buscamos la vida para ajustarla a ese nivel de felicidad que nos viene dado de fábrica. El prototipo romántico del diecinueve es un ejemplo: la moda dictaba que tenía que estar jodido, y lo estaba, pasase lo que pasase. Y si para ellos había que intentar amores imposibles, pues allá que iban. La cosa era cumplir el estándar y poder escribir con fundamento líricos y trágicos poemas.

    A veces me asombra ver cómo gente con vidas de mierda son felices, mientras que otros, más afortunados o más listos, parecen esforzarse por estropearlo todo.

    Sin querer vuelvo al tema de la libertad: ¿elegimos lo que deseamos o solo buscamos aquello que ratifica lo que somos?

    A lo mejor os parece insultante, pero sigo de buen rollo, de muy buen rollo. Si me atrevo a insistir en el asunto es por lo inusual que resulta. La pregunta ahora seria: “eh, Alberto, ¿cuál es tu curva innata de felicidad?” Tras pensarlo unos instantes la describiría como un bienestar inquieto contrapuntuado por deltas de Dirac positivas y negativas.

    Lo anterior es una forma físico-matemática de describir una personalidad bipolar. Comprenderéis que cuando hable de mí mismo me permita ser algo críptico. Así es la cosa.

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  3. No me refería a la felicidad del resto en un sentido absoluto de la felicidad sino relativo a lo que cada uno piensa.
    En realidad mi afirmación entraba más en la categoría de perogrullada, pues basicamente decía que es feliz aquel que cree que lo es. La comparación con el resto la hace uno mismo y si uno se creyese menos feliz que la mayoría de los que le rodean, sería incapaz de considerarse feliz a si mismo. Con ello, uno puede ser feliz y el resto no comprender que lo sea, o viceversa.

    La felicidad, por otra parte es puntual, yo puedo ser inmensamente feliz tomandome un café en medio de una desgracia, la curva de la felicidad es un polinomio de grado infinito, podría ser sinusoide pero no es regular, así que parece más la grafica de un electrocardiograma, a veces los picos estan más seguidos, otras se separan, y cuando desaparecen las diferencias entre felicidad e infelicidad, estás simplemente muerto.

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  4. Polinomios de grado infinito... y yo que pensaba que exageraba con mis deltas de Dirac... Lo de simplemente muerto me ha encantado.

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  5. Je, ya no recuerdo ni tan siquiera haber visto nada con ese nombre, (deltas de Dirac) así que la función más caótica y retorcida que se me ha ocurrido es ese polinomio inexistente, pero espero que se entendiera lo que quería decir.

    Ahora pienso en la frase, "estar simplemente muerto" y me doy cuenta de lo compleja que realmente es y lo mucho que tiene que ver con el pensamiento de Parménides, no solo en el blog sino por el filósofo. Ya que si uno está muerto... en realidad, no está.

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  6. Completamente de acuerdo: la muerte existe como fenómeno, como cesación de la vida, pero no como estado: podemos morirnos, pero no estar muertos.

    A mi la frase "estar simplemente muerto" me ha recordado aquella en la que se hablaba de un tipo que "había muerto para siempre, como antes".

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