jueves, 11 de junio de 2009

Bifurcaciones

Suele pensarse que la libertad consiste en poder elegir qué alternativa tomar ante cada bifurcación del camino. Pero no es así: tener que elegir es la mayor de las esclavitudes, pues obliga a renunciar a todas las alternativas menos una, es decir, a casi todo.

Una vez le dijo Miguelito a Mafalda que no quería ver la televisión porque no quería ser del montón que la veía. Mafalda, con su habitual mala leche, le contestó que así sería del montón que no quería ser del montón, lo cual llevó al pobre y contrito Miguelito frente al aparato.

Toda afirmación es una decisión. Pero también las huidas, las renuncias, las ausencias: toda negación es una opción, algo que tiene valor por ser lo contrario de lo otro. Como los signos, que extraen su fuerza de la oposición de contrarios, cada vez que decidimos saltar del tren en marcha, apearnos del mundo y reivindicar nuestra libertad estamos en realidad reduciendo nuestras posibilidades y concediendo nuestro fracaso a los que, más avispados o más afortunadamente indecisos, siguen sin decantarse por uno u otro de los senderos de la bifurcación.

En mecánica cuántica los objetos se encuentran en un estado que es en realidad una superposición de estados: un electrón no está aquí o allí, sino que está, a su modo particular, en todos los lugares a la vez. Solo cuando algo ocurre a su alrededor que puede entenderse como un a observación de su estado, es decir, solo cuando el universo entra en ciertas interacciones con él, va la onda del electrón y colapsa, que es la forma mecánico-cuántica de decir que el electrón opta por una de sus posibilidades y se hace explícitamente presente al resto del cosmos. A partir de ese momento, el electrón está en un lugar, no en todos. Ha elegido. Y ha perdido su potencial, su libertad.

Sí, utilizando la terminología aristotélica, la libertad podría entenderse así, como un crédito, como una potencialidad, que al hacerse actual pierde su valor. Da igual que la posibilidad se perfeccione en sentido afirmativo o negativo, como una apuesta o como una renuncia: siempre es una elección y, por tanto, una pérdida.

Envejecer tiene mucho que ver con este tomar decisiones, con este quedarse sin crédito.

5 comentarios:

  1. También puedes pensar que por cada opción posible existe un universo en el que uno de tus yos se queda a vivir. Si no, ¿para qué nos serviría el infinito?

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  2. Sí, eso dice la teoría de los muchos mundos. Pero mi yo es muy terco y solo me deja, a excepción hecha de mis mundos interiores, experimentar una de todas esas realidades.

    Además, por no creer, no creo ni en el infinito.

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  3. No es que tu yo sea muy terco, es que por mucho que te empeñes, solo puede experimentar su realidad mientras que tus otros yos experimentarán en cada caso la que les toque.

    Pues eres uno incrédulo.

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  4. También enseña Aristóteles que es más -y mejor- ser en acto que en potencia. Y se me ocurre que el dios aristotélico -ese puro acto de ser, sin potencialidad ni trascendencia alguna- no está demasiado lejos de lo que Nietzsche andaba buscando. "Llegar a ser lo que se es" valdría, en dialecto nietzscheano, por superar la esclavitud de tener que elegir.

    Saludos.

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  5. Es esa una idea muy leibniziana: en una de sus genialidad lógicas planteó que el individuo es libre de elegir, pero al elegir no le queda más remedio que elegir aquello que le cuadra, porque si eligiese otra cosa, sería otro.

    En cualquier caso esto no resuelve el problema cuando lo que uno es consiste en seguir todos los caminos.

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